Capítulo 12

2.8K 269 70
                                    

De todos los lugares que existen en el mundo tuvo que encontrarse precisamente a esa bruja y a ese chiquillo.

Maldición. No podía estar pasándole esto a él. Veinte años guardando ese pasado, para que ahora la verdad saliera a la luz por culpa de ese par. No, no podía permitirlo. Encontraría la forma de evitarlo, aunque tuviera que otra vez recurrir a sus antiguos métodos para conseguir siempre lo que quería. Si antes le resulto, ¿ahora quién le dice que no lo logrará?

-Padre ¿Qué te sucede? -pregunta extrañada Andrea de la conducta de su progenitor, terminando de bajar los escalones restantes y acercándose hacía él.

Desde que lo vio entrar por la puerta de la casa se dio cuenta de su actitud exaltada y furiosa. No se explicaba el por qué, de su forma de actuar. Su padre se caracterizaba por ser un líder sereno con los habitantes de la manada y un hombre recto y amoroso con su familia, quizás un poco consentidor con ella. Eran muy poca las veces que se le veía enfadado y eso ocurría principalmente en las visitas de sus abuelos. Ellos no hacían nada más que criticar la forma de manejar que tenía su progenitor con la manada. Recuerda una vez haber escuchado sin querer una conversación que tenía su padre y su madre.

Esa vez se podía apreciar a una niña de no más de ocho años, curiosa de la vida. Juguetona, como cualquier niño, perseguía a una hermosa mariposa alegremente por los alrededores de la inmensa casa. Pronto tendría que volver adentro, ese día sus queridos abuelitos irían de visita y a ella le gustaba ver a sus abuelos.

Sus cabellos de un color dorado al igual que el de su padre se movían al compás de la briza de la tarde. Sus pasitos inocentemente la dirigían al jardín privado de su bella madre; y la mariposa imposible de atraparla, voló lo más que pudo a esa área.

Pronto las voces detuvieron su travesura, reconociendo enseguida la masculina voz de su querido padre y la de su mamá. Se acerca sigilosa y curiosa al lugar que se encontraban, quedándose escondida entre unos arbustos que camuflaban su aroma por el olor que desprendían.

- Maldigo a mis padres. Siempre que vienen de visita no hacen nada más que cuestionar mis decisiones con esta manada. Yo soy el Alfa y ellos deberían de respetarme ahora.

- Cálmate, cariño. No debes de culparlos por querer el bienestar de esta manada.

- Estas insinuando que no soy un buen líder, Emilia -mira furioso a su mujer.

- No, claro que no - niega asustada por la penetrante mirada verdosa de su marido.

- No lo niegues. Al igual que mis padres y los ancianos decrépitos del consejo piensan que no soy apto para ese cargo. Nunca lo fui y lo seré. Pero es diferente si hablamos de mi querido hermano mayor -dice lo último rencoroso- Geraldo, el hijo perfecto, el líder innato de esta manada y el que conquisto tu corazón con solo su mirada y caballerosidad ¿o no, querida?

La mujer de cabellos castaños y ojos negros como una noche sin estrellas guarda silencio, bajando la mirada apenada a sus manos. Su amado Geraldo, su primer y único amor. Aun con todos estos años le dolía su muerte.

- Aun lo quieres -no era una pregunta, sino una confirmación.

- No, tu eres al que quiero. Eres mi esposo y padre de mis hijos -dice decidida, tragándose la verdad que en realidad quería salir de sus rojizos labios.

- Mentirosa -murmura- Si mi hermano no hubiese escogido a esa hechicera, tu serias su esposa. Mis padres tendrían vivo a su hijo predilecto y esta manada tendría a su líder. Pero déjame decirte mi querida esposa, que él te dejó y que traiciono a todos por una mujer que no pertenecía a nuestra especie. Metete esto bien en la cabeza, él nunca te quiso -le sujeta la cara para que lo mirara a los ojos- Para Geraldo solo eras una más del montón.

Bajo la luz de la luna. (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora