Tormento

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Tormento

El cráneo revienta a cada movimiento. Su vida se reduce a la sensación de hallarse en medio de una aparición interminable; inmerso en la mezcla de colores que se permite visualizar de vez en cuando por las rendijas de sus ojos, se convierten en borrones de luz que rasgan las pupilas grises en cada estúpida ocasión que se le ocurre la excelsa idea de abrir sus parpados. Pero es necesario. Su cerebro exige a gritos una explicación, cualquiera que calme su atribulado estado de ansiedad permanente.

Las voces que martillan sus oídos no cobran ningún sentido al transitar por su aparato auditivo, sólo entiende que algo grave está pasando. No es normal. Por Merlin que debe estar muriendo o de lo contrario no halla a que culpar frente al entumecimiento de su boca, de sus extremidades y de todo cuanto se siente dueño.

O no.

Aunque se revuelque en el miedo a admitirlo, no siente una mierda diferente al dolor, y eso, ya no lo hace dueño de su cuerpo. Quiere gritar, necesita pedir que paren, maldecir a la vida por llevarlo hasta ese punto ciego en el cuál no sabe ni por qué está viviendo de esa manera, pero las palabras se aferran a su garganta con garras voraces lastimando no solo allí, en la puerta de su boca, sino también hiriendo profundamente en su orgullo.

Sentirse dominado no es lo suyo.

Desde el exterior su visión es muy diferente, su cuerpo no enseña un vestigio de lo que su mente batalla. Estático, marchito y extinta su asidua apariencia lustrosa, Malfoy es un despojo de vida cubierto por una bata blanca que por su aspecto desvaído no es nueva. Su lucha interna únicamente se trasmite al exterior a través de su ceño fruncido en una visible mueca de dolor.

Waas, impasible a toda emoción ajena, da órdenes a diestra y siniestra, regodeada en la única circunstancia que le infunde placer a su vida, el poder.

Armada de valor hasta el tuétano, mueve de un lado al otro el cuerpo aparentemente inconsciente de Draco. Llevándolo a transitar por estrafalarias maquinarias, lavatorios inventivos y cualquier clase de treta que alumbre su conocimiento para comprender cuán grande es el impacto de su daño.

Sólo unas horas después del ingreso de Malfoy a San Mungo, Waas recibe los resultados. Entre empellones y codazos, la mujer se abre paso a través del despliegue de seguridad de Aurores, los curiosos aprendices y sanadores que se interponen torpemente en su camino. Es su caso. Tiene todo el poder sobre el mismo otorgado por la gloriosa autoridad del Ministro en persona.

Ingresa ruidosamente al pequeño dormitorio destinado a Malfoy, es exactamente igual al de Hermione con la única diferencia que el joven está firmemente atado con ayuda de unos hilos platinados alrededor de todo su cuerpo. La justificación no radica solamente en su alta peligrosidad para la comunidad, no, nace de la plena intención de mantenerlo con vida, cualquier ligero movimiento en su espina dorsal y su vida se quiebra para darle paso al placentero descanso de la muerte.

Un inmovilizador de cuello se ajusta a la perfección bajo su rostro inflamado por el impacto del hechizo del cual Harry se arrepiente. No lo diría en voz alta aunque se encontrase ante el beso de un Dementor, pero en su ejecución de Auror, sabe que erró en el desmedido conjuro. Ingresando tras la sanadora a la habitación, cierra la puerta a su espalda, evitando las visitas indeseadas. Se detiene junto a la mujer, quien revisa el cuerpo de Malfoy.

Si la incomodidad tuviera una imagen, Potter, sería el vivo reflejo de la misma. Observa el cuerpo con desprecio, tensa su mandíbula para no expresar el odio que le produce Malfoy como no lo hizo nunca en sus años de estudio y, la muerte con certeza, sería el único remedio para calmar dicho sentimiento.

Necesita despejarse. Camina unos cuantos pasos alrededor de la curiosa habitación, imaginaba máquinas de reanimación, tableros con figuras en zigzag, cosas propias de hospitales muggles. Evidentemente allí no. Lo único que llama su atención, es un bulto mediano en forma de lágrima que cuelga del techo sobre la cama de Malfoy. Está seguro de haberlo visto en alguna lamina de sus libros de estudio y detiene sus ojos en el por varios segundos, conminando a su memoria a recordar.

La invitaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora