Capítulo 11

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Caminaba por los pasillos del laboratorio. Mi padre iba con sus brazos cruzados y sin excepción alguna en su rostro. Funcí el entrecejo mirando al suelo con seriedad. Mi padre abrió la puerta del automóvil al llegar al estacionamiento. Se subió sin decir ni una palabra, yo imité la acción.

—Lo saben.— avisó padre mirando fijamente la camino después de un tiempo callados. De pronto golpeó el volante con frustración, me sobresalté. Miraba el rostro de mi padre con detenimiento esperando a que siguiera hablando.— ¡Mierda! Los del hospital dijeron que era un caso excepcional, llamaron al laboratorio. Ahora ellos saben que estás sufriendo efectos de alguna medicina experimental de ellos.— tenía los ojos entristecidos, entre ese semblante sin expresión, podían verse en el fondo. Esa mirada que tanto veía después del incidente con madre.— ¿Cuántas veces tengo que decirte que no salgas sin mi autorización?— gruñó él, con un tono de voz fuerte, ronco y devastado.

El aliento escapaba de mis pulmones y a su vez, de mis labios las palabras eran nulas. El sentimiento propagado por el aire de melancolía y decepción en el ambiente. Mis ojos ardían, sólo tomé una bocada de aire y miré hacia la ventana. Entre la agitada respiración de padre se sentía el olor a alcohol desde mi posición.

—Estuve muerta— mis manos tiritaron y un revoltijo en mi estómago pasó—. Estuve muerta y a ti no te importa— un murmullo entre el sonido de las llantas corriendo por la calle a gran velocidad se asomó—, ¡Tal como el fenecimiento de mi madre no te importó!— las llantas se deslizaron y una mirada perturbada me miró con enojo.

Cuando me sentía más segura, me enteré de sopetón que no era el lugar correcto. El automóvil paró frenético, tal como el gesto de padre.

Manos fuertes tomaron mis brazos, mi rostro de contrajo con miedo. Entre aquellos ojos no se podía reconocer quién era él, era como un animal del bosque, con la mirada oscura y salvaje.

—Tú no sabes nada. Tú la mataste, es todo tu culpa— sentía como su gran palma chocaba contra mi mejilla con fuerza. La misma mano que tomaba cuando sentía temor desde el incidente de mi madre—. ¿Cuándo crecerás? Estamos en peligro y todo es tu culpa, tus estúpidos caprichos. Me quebranto mi espalda, día y noche, sólo para que tú puedas meter comida en ese sucio hocico. Me importa que estuviste muerta, me importa porque me quedaría sin nada. ¿Sabes si quiera por qué estoy así? El estado me podría quitar tu tutela, ¿Esa es la mierda que quieres? ¡Dilo!— su aliento a tabaco y ron chocaban contra mis lágrimas y párpados apretados con miedo.

Soltó el aire, abrió el bolsillo de su chaqueta donde había una botella de ron. Tomó un gran sorbo para luego volver a acelerar con rapidez. Al llegar a nuestra pequeña casa, tomó de mi brazo brusco y me enterró contra la puerta de mi habitación.

—Estarás allí, los descerebrados del hospital dicen que debo dejarte descansar.

El estruendo de la puerta sonó. El ruido paró en seco. Ya no dolía mi pecho, mucho menos mi rostro. Sólo dolían mis ojos, aquellos que se evitaban llorar. Sequé las lágrimas y me quedé sentada en el suelo con mi cabeza recostada al pie de mi cama. Me encontraba ida. Mi respiración era suave y relajada, como si ya estuviera acostrabada a esto.

El momento en el que sentí un vacío fue el momento más ruidoso de mi día, no lo fueron las ambulancias, no lo fueron los gritos de la tía. Un momento en el que me sentía inferior y dolida. En la soledad de mi cuarto solté un alarido. No era sorpresa para mí que mi garganta doliera después de aquello.

Así se sentía Will, así se siente ser el ‘Zombie Boy’ del pueblo.

Recorrió todo su camino hasta llegar hacía mi ventana, recordando que tarde llegó la tarde, justo la hora dónde yo y los chicos llegábamos en bicicleta hasta mi casa a jugar cartas. No cartas nerd, sino, póker. Al ver uno de esos recuerdos sonreí débilmente.

Sabía que padre no se encontraba en casa, estaba claro que no lo iba estar pero no sé cual sea su estadía, a ciencia cierta, en estos momentos. La puerta sonó, con miedo abrí la puerta de mi habitación para abrir la principal. Como si estuviera haciendo algo malo, sentía como si mis pasos fueran silenciosos tal ladrón de callejón. La puerta volvió a sonar.

—Eres muy lenta, ¿Te lo han dicho?— comentó una voz irónica después de la puerta, la chica sonrió con sus labios color fresa. De inmediato sentí vergüenza, por el estado en el que me encontraba. Mi rostro estaba bajo.

—Siempre, James y Troy lo usan como una frase de aliento hacia mí en clase de deporte, Maxine— respondí bajo con un deje de gracia, al menos me reconfortaba ver la sonrisa de Max.

—No puedo demorar, porque Billy está en casa esperando por mí seguramente. Sólo te vine a preguntar si estabas bien porque oí que una chica la habían tomado por muerta pero la salvaron en la calle o algo así dicen en la escuela, sólo quería ver si estabas viva, veo que sí— ojalá fuera todo lo contrario, preferiría estar muerta—. Ah, también, te vine a decir cuáles son las tareas por si mañana apareces en la escuela, el señor Clarke me dijo que no quería que una de sus mejores estudiantes perdiera el hilo de la clase así que aquí estoy. Tienes que hacer un ensayo sobre cómo funciona el cerebro de un “neurotúpico”.

— Querrás decir neurotípico, ¿Verdad?— pregunté alzando por primera vez mi rostro, con una pequeña sonrisa en mis labios quebrantados. Pero cuando la mía apareció, la de Maxine desapareció por completo y dio unos pasos hacia mí—. No puedes pasar— ordené apenada por su reacción, pero ignorando por completo mi ordenanza, pasó viendo mi rostro anonadada. Su mirada recorrió mi cuerpo en señal de otro malestar—. Maxine, si mi padre llega no sé qué va a pasar a así que vete. Además, Billy te debe estar esperando— excusé con agilidad—.

—No me importa ni una mierda eso. No te dejaré sola. ¿Qué te ha pasado, tía?— caminó hacia dentro de la casa con su mochila. Cerré la puerta principal, su mirada azul seguía mis pasos— Necesito que hables conmigo ahora, ¿Qué pasó? ¿Cómo qué tu padre...? Enséñame tu cuerpo.

Al oír esas palabras mi rostro enrojeció. Pero ella no percató el doble sentido que yo añadí a su oración.

—Maxine, no puedes estar aquí. Ni yo puedo estar aquí. Tienes que irte, se supone que no debo salir de mi habitación— decía desesperada con miedo a que padre llegará en algún momento, tenía miedo de que ese mismo padre que me golpeó llegará. No podía permitir que Maxine saliera lastimada por él, y mucho menos por mi culpa—.

—Muy bien, entonces me contarás todo en tu habitación, porque me quedaré aquí y a tu lado— respondió con seguridad y subió hasta mi habitación con su mochila en hombros a paso rápido. Yo sólo la seguí, se sentó al pie de mi cama.

Me senté en el suelo, podía ver sus mirada impactada, en busca de respuestas.

—Esto no es una buena idea— murmuré, moviendo mis manos sudorosas de nervios—.

—¿Por qué no fuiste a la escuela?— preguntó posicionándose a mi lado y haciendo énfasis en casa una de las palabras salidas de sus labios. Traté de mirarle a los ojos pero ella buscaba algún punto muerto entre la habitación. Me encontraba tan adentrada en mirar sus finas y pecosas facciones que sólo quedamos en silencio.

Aclaré mi garganta.

—Es difícil de explicar— musité apartando mi vista, a su vez ella miró mi rostro con severidad. Tanto como para hacerme mirarla de vuelta.

—Sé que no estoy en el nivel de inteligencia de tus amigos y tú, pero si me permites puedo ayudar. Quiero entenderte— murmuró Maxine.

Bohemian Rhapsody (Max y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora