Capítulo 11. Sinceridad, comida y un tío muy guapo.

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  • Dedicado a Paco Cardenete López
                                    

Capítulo 11. Sinceridad, comida y un tío muy guapo.

Oscar está sentado ojeando una revista, probablemente, del mes pasado, de espaldas al gran ventanal que da al jardín interior. Me acerco con paso firme y decidido aunque, por dentro, me siento como un adolescente frete a su ídolo. Es un hombre de unos treinta y tantos, “puede que de mi edad…”, de complexión atlética, viste un traje de Hugo Boss negro, camisa y corbata también negras, que le dan un aspecto sofisticado y serio. Moreno y con rasgos muy raciales, ojos rasgados y labios gruesos. El pelo castaño oscuro, muy liso y largo, recogido en una trenza que casi le llega a media espalda, cosa que me choca y no me encaja con su atuendo. Es muy guapo. Mucho más de lo que había llegado a imaginar… “Las chicas se van a morir cuando se lo cuente…”

-          Buenos días, Oscar, perdón por el retraso – allá voy, directa, sin titubeos. Levanta tan despacio la mirada que creo que me va a dar algo. Se levanta a la vez que me ofrece su mano derecha a modo de saludo.

-          Buenos días, Eri, o tal vez debería decir tardes… - “¡¿Otra vez la misma insinuación!?” Le estrecho la mano. Está tan serio que no sé si está de guasa o realmente le ha molestado mi retraso. Opto por la segunda opción y me defiendo ante lo que creo que es un ataque, y más después del mal rato que he pasado con la Señora Aigner.

-          Bueno, Oscar, ya le he dicho, repetidamente que lo siento. – Continuo sin darle pie a replica. - A todos en ocasiones nos surgen imprevistos y no recuerdo haber quedado con usted a ninguna hora en concreto, si no a lo largo de la mañana. – Los músculos de su cara se van relajando… - Así que no pienso permitir que me haga sentir culpable por algo casual que ha hecho que hoy, concretamente, - me doy cuenta que estoy elevando el tono… - llegue un poco más tarde que de costumbre… - Termino la frase casi en un susurro pero no aparto mi mirada de sus ojos, aunque empiezo a sentir cierta incomodidad.

-          Tranquila, Eri, vengo en son de Paz, además tengo todo el día por delante hasta que tenga que coger mi próximo avión… – Me siento como una idiota, estaba bromeando y yo me he puesto hecha un basilisco. Aunque es perfectamente lógico después de la mañana que llevo. Continua diciendo – Lo único que me podías haber avisado y me habría traído algo más interesante que estas revistas para pasar el rato… - bromea señalando la edición desgastada de “Salud Hoy, Bienestar de Mañana” del mes pasado que ojeaba cuando llegué.

El comentario hace que una carcajada salga de súbito de mi boca y me relajo un poco. Lo mismo no es tan estirado como me ha parecido en un principio, aunque ahora me parece mucho más guapo. “Es tan atractivo…”

-          Bueno, Oscar, yo tengo un trabajo no remunerado que hacer y usted tendrá sus asuntos. – Argumento atropelladamente intentando escapar del hechizo de su mirada – Y siendo sincera, lo que más gana tengo de hacer, desde que me responsabilicé de su móvil es devolvérselo – Busco dentro de mi bolso, el de Mary Poppins, y saco su teléfono. – Lo mira como si no terminara de creerlo…

-          Gracias, Eri, ¡gracias! – No vacila al quitármelo de la mano.

Se sienta y lo apaga en el mismo gesto. Me quedo atónita, pensaba que lo primero que haría sería revisar las llamadas o los mensajes. Pero se afana en… ¿abrirlo? Quita la tapa trasera y saca la batería. Lo sacude sobre la palma de su mano y un pequeño trozo de papel se deposita en ella. “¡Sabía que escondía algo! Después de todo mi idea del microfilm, no era tan desacertada…” La detective privada, con sombrero y gabardina, de los años veinte que llevo dentro se felicita a sí misma.

De repente, Oscar, me mira, con los ojos vidriosos. Se levanta y me abraza. Me mete en el hueco de su cuello y me repite palabras de agradecimiento. No puedo obviar que su perfume es exquisito y que se curra el cuerpo a base de bien, a pesar que estoy tan sorprendida como rígida. “Queridos dioses (dos puntos): No comprendo lo que acaba de pasar y tampoco me importa, siempre y cuando el abrazo dure un minuto más. Gracias”. Aunque este arranque de fraternidad me está dejando, francamente, fuera de juego. Parece, después de todo, que sí que necesitaba su móvil… para hacer que este hombre de apariencia tan sería y profesional, esté actuando como un niño pequeño, que recupera el osito o la mantita que creía perdidos… Intento dejar la mente en blanco y me dejo llevar por su abrazo, disfrutando del momento, probablemente, efímero momento… De todas formas, me aprieta tan fuerte que no puedo hacer otra cosa. No quiero imaginarme las caras de Paqui y Mati…

Soy adicta al sexo Wattys 2014Donde viven las historias. Descúbrelo ahora