Capítulo 7. El descanso.

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  • Dedicado a Mónica Naranjo
                                    

Capítulo 7. El descanso.

Salgo del hotel a las 8 am con la sensación de que un tráiler me ha pasado por encima. Toda la tarde con las chicas, más Alfredo, más el ajetreado turno… Ha sido demasiado, lo reconozco. La, para mí, noche de los jueves que, para el resto del mundo, ya es viernes, suele ser movidita, y así ha sido. Aunque nada comparado con la que me espera mañana, pero la noche de los viernes, bueno para ser correcta, la madrugada del sábado viene o Carmen o Jorge, cada 15 días viene uno, así aunque haya más trabajo, es mucho más llevadero…

Pero hoy estoy sola ante el peligro y los clientes, taxistas, prostitutas, las suites, las visitas, las entradas de última hora, las salidas a primera hora de la mañana… Todos parecen tener poco sueño y mucha prisa, y me mantienen ocupada toda la noche, por no hablar de las llamadas de Alfredo al principio de mi turno, que no hacían más que distraerme de mis funciones y dibujarme tontas sonrisas en mi cara de totalmente satisfecha. Todavía me sonrojo cuando recuerdo que me susurraba con su profunda voz por teléfono que con el uniforme del hotel le ponía aún más que con el top “¡menudo motivado!” y que si podía dejar la recepción, que su cama estaba muy triste sin mi…

Ah! Lo olvidaba, el Señor Oscar García, también me ha llamado esta noche para asegurarse que no faltaré a la cita y que su móvil está a salvo. “¿Pero por todos los dioses, qué lleva ese tío en el móvil?” He visto demasiadas películas de James Bond de Roger Moore, y con el cansancio sólo se me ocurre que lleva un microfilm… Ya sé que es una idea pasada de moda, probablemente descatalogada, ya que cualquier tipo de documento, foto o mensaje se puede tener en varios dispositivos a la vez con cualquier aplicación gratuita como dropbox, google+ y mil más. Así que esa duda me mantiene en vilo, mantiene mi curiosidad alerta. Aun así, me recreo en su voz tan masculina y penetrante… Le tonteo un poco, pero la verdad es que estoy demasiado ocupada como para regalarle ni un minuto más, así que le pido por favor que me mande un whatsapp para quedar el domingo y le cuelgo más rápido de lo que me hubiera gustado… No sé qué tiene, pero me atrae y me atrapa desde la primera vez que escuché su voz a través del teléfono, esa necesidad, esa prepotencia, esa gravedad… Aunque, ahora que lo pienso, si su móvil estaba aquí en la recepción, ¿se habrá hospedado aquí? ¿Sabrá quién soy? ¿Lo habré visto? ¿Sabré quién es? Ufffff! Demasiadas preguntas. Mañana buscaré un hueco para una pequeña labor de investigación en el ordenador de la oficina de Lucas, el Jefe de Recepción.

El frío de la mañana me trae de vuelta a la realidad, camino despacio hacia la boca del metro, hoy me voy directa a casa, estoy demasiado cansada para parar a desayunar en “La Prima Vera”, y aunque mi estómago ruge como Simba, prefiero comprarme algo de camino a casa. El amanecer luce sombrío y una leve llovizna amenaza con joderle el viernes a todos aquellos afortunados/as para los que hoy será su último día de trabajo antes del finde. A mí, personalmente, me da un poco igual porque solo libro los domingos, incluso me viene bien… Para mí el agua tiene propiedades curativas, me atrevería a decir, casi mágicas. Me aclara la mente, me relaja, me sosiega, me calma los dolores y, a decir verdad, este calabobos es la más inmediata ducha que puedo recibir de camino a casa después de una noche a tope de trabajo.

Una palmera de chocolate y un Aquarius sentada en el banco de la estación de metro, después de la reparadora lluvia y podría, perfectamente, haber dormido allí mismo hasta después del mediodía.  Y de no ser por una señora que me avisa de la llegada del metro, juro que así habría sido.

El camino a casa se me está haciendo eterno. “No recuerdo que mi chupi-urbanización estuviera tan lejos…”

Llego a la puerta de mi ático con la sensación de llegar a las puertas del paraíso “Por fin Tiraslín, por fin!!!” – me digo a mí misma parafraseando a la hechicera Finn Russel convertida en cuervo, cuando llega, después de un largo viaje al castillo de Tiraslín en el film de finales de los 80, menos taquillero de lo esperado, pero convertido, posteriormente, en película de culto, Willow. Al abrir la puerta veo un papel que alguien ha debido meter por debajo de la puerta. No sé qué siento en este preciso instante… Lo cojo despacio. Lo despliego temiendo lo peor, y:

Soy adicta al sexo Wattys 2014Donde viven las historias. Descúbrelo ahora