027| Tu amiga es una zorra

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Noviembre 1

NARRADO POR MARY:

Me levanté por el insistente dolor de cabeza que tenía. Todo parecía sonar el doble de fuerte. Ayer en la fiesta había bebido hasta que el sueño acabo conmigo. No me preocupé por nada y disfruté la noche junto a Juan Pablo.
H

asta había olvidado la conversación que había escuchado de Laura y mi hermana. Removí cada recuerdo y miré al bello hombre a mi lado.


Este dormía plácidamente con sus manos envueltas en la almohada y una sonrisa rara acompañada del ceño fruncido. Solté una risa suave y me levanté con cuidado para salir de la cama sin levantarlo.

Agradecí a mi ser haberme cambiado antes de dormir la noche anterior por que de lo contrario habría dormido fatal. Miré la habitación de huéspedes antes de salir de ella. A pesar de todo me había negado a quedarme en mi habitación la noche anterior. No iba de ninguna manera a permitir que los recuerdos con solo entrar allí me abrumaran lo suficiente para arruinar la noche.

Caminé de espacio y sin hacer mucho ruido, hacía tanto que no me quedaba allí que ya no sabía quienes seguían dormidos a está hora y no quería levantar a nadie. Aunque tampoco se que hora es.

¡Mary!–escuche la voz de Lucía en un susurro.

Me voltee para verla en el pasillo con una sonrisa. Sonrisa como la que me hacía cuando éramos niñas. Por unos momentos se sintió tan bien.

No, Lucía es temprano debe hacer frío allá abajo–le dije rápido cuando creí entender lo que quería.

Recordaba muy bien nuestro juego.

Soy un delfín hermanita–me gritó está antes de correr por mi lado.

No, no, Lucía yo quería ser el.......¡Agh! ¡Soy una ballena!–le grité corriendo detrás de ella sin poder evitarlo.

Crucé las escaleras a las carreras y tropezones porque a mí edad ya no era como cuando éramos niñas. Vislumbre la silueta de Lucía cruzar la puerta principal y segundos luego la crucé yo. Comencé a quitarme el pijama como podía. Cuando era niña era más fácil porque el pijama que me ponía siempre me quedaba grande. Lancé el pantalón en la entrada y miré debajo de mi camisa para asegurarme que llevaba sostén. Por milagro había olvidado quitarlo así que me quite la camisa. Le pase a último segundo a Lucía que tropezó con sus pantalones y me lancé a la piscina. Al volver a flote note a Lucía cuando estaba por tirarse. Le sonreí y la esperé allí.


Acabo de comprobar que nosotras nunca tendremos madurez–le dije a Lucía cuando ya estaba a mi lado.

¿De qué hablas?–me dijo salpicando todo el agua hacia mi con sus manos.

Ambas comenzamos a reír.

Todos los recuerdos llegaron a mi como avalancha. Era raro ese sentimiento de tener algo con lo que familiarizarme. Este era nuestro juego cuando tenía  nueve y Lucía tenía seis años. Ambas decíamos el nombre de un animal marino y corríamos a la piscina que era nuestro mar. Era lo mismo casi todas las mañanas en la que nuestros padres no estaban y como es de suponer siempre nos llevabamos nuestro regaño.

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