1. Le Cercle

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Costa del oeste, Seattle

Sábado, 1 de enero de 1999

Mía

¿Amor verdadero?

Era lo más estúpido que alguien podía decir en honor a un brindis, y ¡más durante año nuevo!

El ataque de risa se esparció como una epidemia entre nuestras bocas. Y fue toda una suerte que nadie se cayese de la borda del yate al no poder parar de reír hasta las lágrimas. El "amor verdadero" no existe, y yo podría enumerar varios casos que conozco de primera mano gracias a las graciosas y/o melancólicas conversaciones que he tenido con mis amiguitas y amigos que integran al Cercle.

Katherine. Mi mejor amiga - al menos ella sí se ha ganado con buenos méritos esa categoría - había tenido una relación de ocho años, desde la secundaria, con el capitán del equipo escolar de baloncesto. Sí, lo clásico, todas quieren estar con el capitán-de-lo-que-sea; pero se veían muy acaramelados y felices (hasta yo me creí que llegarían a casarse). Claro que todo cambió cuando empezó la etapa universitaria, pues su novio ya era una estrella en el equipo oficial de una universidad en Vermont. No había que pensar mucho para deducir que un hombre lejos del control moral de su novia, con fama y una legión de ardientes piernas que desean conocerlo después de los partidos, podría mantener la misma linda relación escolar. Hace un año, Kate se llevó la "inesperada" - mi amiga resultó ser tan inocente - noticia de que ese imbécil se había acostado con la mitad - sino es que más - del equipo de animadoras y de vóley de la universidad. Con algunas salidas que se tornaron casi obsesivas por comprar tiendas enteras de ropa y muchos litros de helado, logré sacarla de esa injustificada (ni merecida) depresión para que terminara su tesis y nos graduáramos el mismo año.

Así obtuve la primera prueba de que el amor verdadero no existe. Y no pasó mucho tiempo para que a la frígida de Liz le "cayera" – se le declarara- por primera vez un chico durante el tercer año de universidad. Mi amiga era la clásica niña buena de padres ultraconservadores que le metían en el cabeza ese cuentito infantil de que a los bebés los trae la cigüeña. Lo gracioso es que no estoy exagerando: ella lo creía así. Todo cambió cuando ese tipo la miró con unos ojos de lo-único-que-me-importa-es-tu-personalidad, y, ella cayó redondita. ¿Qué sucedió después? Pues lo natural: dos o tres citas en el café de la universidad, una visita a un hotel y, cuando ella despertó, el infeliz había desaparecido, pero sin antes llevarse de paseo a su virginidad. Yo no sabía a quién más odiar: si a ese aparente "hombre" (tener un falo entre las piernas no te otorga título alguno) o a ella por ser tan tonta. Sin embargo, lo peor fue que no había tomado las medidas mínimas de seguridad cuando tuvo sexo. Y las siguientes cuatro semanas fueron de espanto tanto para Liz como para mí (al ser su mejor amiga que ama como si fuese su hermana). El periodo se le retrasó y tuve que hacer magia para que sus padres no sospecharan que algo se traía; aunque su preocupada mirada la delataba. Recién pude respirar - justo para los exámenes parciales - luego de que su regla recuperara su estabilidad de "reloj cronometrado". Fue solo un mes de embarazo psicológico mezclado con terror y tristeza al sentirse utilizada. Ese mismo día, me juró que nunca más tendría relaciones antes de consumar el matrimonio religioso. Y hasta donde sé, sí que lo viene cumpliendo.

Ese par son los casos más decentes o rescatables en los que hubo una pizca de amor de por medio. Ya que podría nombrar algunas relaciones más fugaces como la de la pelirroja Arizona, cambia de chicos como de bragas; o Evolet, que con esa miradita ojiverde ha derretido más corazones de los que mi memoria puede recordar; o sobre el chisme que fue tendencia en los pasillos de la universidad durante todo el '96. En el cual se involucró al treintañero profesor de Historia Occidental con la "casta" e "inocente" estudiante modelo: Coral Lallana, no sé ni cómo llegamos a ser amigas -quizás porque su familia es dueña de una aerolínea internacional-, pero lo interesante fue cuando los rumores llegaron a los oídos de su padre, un poco más y logra cerrar la universidad. Pues le resultaba inverosímil que su hijita podría haber seducido a un maestro que casi le duplicaba en edad. Así que los únicos responsables, de todo el escándalo, fueron las autoridades de la facultad de Humanidades. Aunque ya pasaron casi tres años, "Las travesuras de Lallana" - hasta un nombre honorífico se ganó en la memoria de cada estudiante - sigue siendo una leyenda que se cuenta a los de primer año para asustarlos y volverlos "educados" frente a sus profesores. Ya que esas "travesuras" supusieron la renuncia del decano de Humanidades y el cambio de todos los miembros en la coordinación académica.

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