5. Nuestro primer beso

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Howell Street, Seattle

Domingo, 17 de enero de 1999

Arantxa

- Sabía que un día de estos me tocaría atender a ese tipo de personas...

Exhalé con frustración, mientras que mis dientes se apretaban con fuerza unos con otros al recordar esa maldita escenita que me armaron hace un par de horas. De alguna manera había logrado reprimir mis lágrimas en ese momento, pero una vez que recogí y barrí los vidrios del plato roto, no pude aguantar más y me encerré en el baño para dejar libre al llanto, uno muy amargo e injusto.

- Esa gente es de lo peor. No debí pasar primero por la biblioteca, sino me los hubiese cruzado y los ponía en su lugar. – Exclamó, Matt, en medio de una mueca de enfado, pero casi al instante sus ojos oscuros se relajaron y me dio una tierna mirada para devolverme los ánimos.

- Te aseguro que fue mejor, así como se dieron las cosa- imito su sonrisa, aunque por dentro sigo muy dolida. – Además, no consiguieron que me meta en problemas en el trabajo.

- Es imposible que te despidan por la culpa de una maldita niña rica y sus amigos.

Mientras Matt volvía con su largo monólogo – seguro quería que me uniese, pero yo me mantenía al margen como una atenta receptora – sobre que el dinero no te da derecho a pisotear a quien te dé la gana, mi orgullo me hacía trizas por dentro, pues yo debería ser la primera en vociferar en contra de esos chicos, pero ni tengo las energías ni tiempo para hacerlo. Según el reloj del mostrador, ya solo faltaban cinco minutos para terminar mi último descanso del horario nocturno, lo cual significa unas tres horas seguidas en atender pedidos y servir mesas.

La verdad es que si él no hubiese llegado hace media hora, pues seguro que yo seguiría atormentada con todos esos negativos sentimientos muy dentro mío y sin poder salir a flote. Existía la posibilidad de conversar toda esta maraña de problemas con alguna de las otras meseras – les tengo confianza, pero no al nivel de mi amigo madrileño – pero lo último que quiero es generar chismes en torno mío.

Cuando Matt se dio cuenta que de casi un sorbo me acabé la mitad restante del café, se apresuró a cambiar de tema y preguntarme sobre los planes para celebrar mi cumpleaños durante el próximo fin de semana en compañía de nuestros amigos de la universidad. Le repetí unas tres o cuatro veces que en verdad no quería nada especial, ni mucho menos una "fiesta sorpresa", pero con sus risas negaba que esos pensamientos viniesen de una chica que está a pocas horas de cumplir los 18, y así ya ser mayor de edad.

- Asegúrate de tener libre el siguiente sábado a partir del atardecer, ya que las chicas pasan horas y horas arreglándose.

- ¿Adónde me van a llevar? – Pregunté, al ponerme de pie y seguirlo hasta la salida del café.

- Es sorpresa, aunque no te guste, pero te vas a divertir mucho: eso es lo importante.

Nos despedimos con el doble beso español, uno en cada mejilla, y me quedé unos segundos con la mirada fija en la cada vez más borrosa figura de Matt, a través de las empañadas ventanas a causa de la fuerte lluvia que se había desatado desde el anochecer. Matt es mi mejor amigo en Norteamérica, pues gracias a él, me animé a lanzarme en esta larga travesía universitaria en otro continente.

A los 15 años, me encontraba en mi última etapa de secundaria, próxima a empezar el bachillerato y con muchas dudas sobre si mi economía familiar podía permitirse ese "exclusivo" capricho de pagarme una carrera en la universidad de Barcelona. Ya había averiguado y los precios por semestre – incluso consiguiendo una ayuda financiera mediante préstamos – salían disparados del modesto presupuesto que poseía mi mamá para llegar a fin de mes con un par de hijas aún en el colegio. Ni siquiera con los pequeños trabajos de medio tiempo que yo conseguía después de clases, me servirían para ahorrar lo suficiente y estudiar en una universidad, quizá mi hermana sí podría... de hecho, ella sí debería estudiar en la universidad. Esa era mi meta en esos tiempos, no sabía cómo ni cuánto me costaría – no solo financieramente – pero Valeria debería estudiar lo que ella quisiera y yo estaría ahí para ayudarla a cumplir sus sueños.

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