11. Nueve años después

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Capitol Hill

Sábado, 31 de julio de 1999

Mía

Acababa de ser la mejor noche de mi vida. Quizá para mi columna vertebral no lo fue – tantos años durmiendo en King Size me han malacostumbrado – ya que la cama de Arantxa era de una plaza y media, pero para mi paz interior sí que lo había sido. Ella seguía siendo mi enamorada, incluso luego de entender el porqué de mi manera de ser y por todo lo que pasé a los 16 años. En cierta manera, ahora me siento mucho más tranquila conmigo misma. Confío tanto en ella, que es la primera y única persona que sabe sobre mi secreto.

Sus largos deditos fueron quienes recogieron cada una de esa amargas lágrimas que se filtraban a través de mis pestañas al recordar esa oscura noche en Ámsterdam. Todo había empezado con un viaje de fin de curso que habíamos organizado con mis compañeros de escuela en Boston. ¡Claro! ¿Qué saldría mal? Yo tuve mucha responsabilidad con lo que me sucedió. Sin embargo, un "¡NO!" siempre será un NO. Y el significado de esa palabra no se puede perder a causa de estar en una fiesta en la Ciudad del Pecado, o, incluso tener un alto nivel de alcohol en la sangre.

Quizá mi principal y gran defecto siempre ha sido poseer este anhelo de querer tenerlo todo: dinero, poder, fama y que la gente hable sobre mí. Todo eso ya estaba latente en mi interior desde que vivía en los barrios de clase media en Boston. Siempre me las arreglaba para aparentar lo que no era: una jovencita de 13 o 15 años con aires de diva multimillonaria, que por cosas de la vida podía darse el lujo de asistir a una escuela de "niños ricachones", los cuales se iban a Europa durante cada feriado, o, en el peor de los casos, visitaban Nueva York dos veces al mes para comprar ropa de cambio de temporada. Hasta ahora no entiendo cómo es que aprendí a encajar tan bien en ese mundo de apariencias. Mis tíos apenas y tenían dinero para llegar a fin de mes – había vivido con ellos desde los siete años - y la escasa herencia de mis padres se iba a pique con solo pagar la colegiatura anual.

¿Instinto de supervivencia? Tal vez esa es la respuesta de porqué soy tan buena para adaptarme a situaciones difíciles como convivir con tiburones despiadados de jóvenes con mucho dinero, pero que terminan por ser mis "amigos". Sin embargo, en algún momento tenía que llegar alguien para quitarme mi disfraz de "oveja" y mostrar a la loba que escondía en mi interior y hacerme perder en mi propio juego de engaños. Esa persona no fue más que Olivier Griezmann: el padre de Kyllian.

Cómo olvidar esos últimos días de junio en los que ya tenía mi pasaje de avión para irme a Ámsterdam junto con mis amigos. Esos fin de semana eternos que pasé comprando ropa en oferta en los centro comerciales. Estaba demasiado emocionada para por fin – huir – irme lejos de la decadencia de Boston y conocer Europa – así sea solo la capital holandesa-. Nosotros ya nos creíamos "mayores" por estar haciendo un viaje a una de las ciudades más libertinas del mundo. Prácticamente, mis amigos tenían su atención puesta en la virginidad de nosotras, pero ello en vez de molestarme, lograba provocarme mucha gracia. Lo último que tenía planeado era enrollarme en algún ligue tonto que no tardaría en ser olvidado en lo que durase el viaje. Ya estábamos a solo un par de años para quitarnos de encima el control de nuestros padres – en mi caso, el de mis tíos – así que Ámsterdam solo sería una pequeña probada del paraíso de libertad con el que todo adolescente americano sueña cada noche.

Los detalles de nuestra aventura en tierras europeas han sido borradas casi por completo de mi memoria. Supongo que los primeros días los invertimos en visitar las tiendas de ropa, bares y discotecas donde pasaríamos el resto de noches, ya que no estábamos para "turistear" alrededor de museos y arquitectura gótica.

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