2. Ma chevalier blanc

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Fairmont Olympic Hotel, Seattle

Sábado, 1 de enero de 1999

Mía Montgomery

Sueño profundo o sueño ligero. Quizá una combinación de ambos. Lo que sí es verdad es que yo no me despierto ante repentinos sonidos que rompan con la quietud de mi sueño. Sin embargo, mi rostro tiene el "súper poder" de irritarse por las mañanas cuando los rayos del sol, o luz artificial, interrumpe a mis bonitas fantasías.

Y esta vez, parecía ser una de esas ocasiones en que me levanto con el humor encendido de fastidio y salpicado con ganas de asesinar al responsable de matar a mis ganas de seguir pegada a la cama.

¡Dios mío! ¡Es primero de enero! Hoy nadie trabaja, además es sábado y todo el mundo debería dormir hasta el mediodía, después de festejar hasta muy entrada la madrugada o el amanecer.

Aún con los ojos cerrados empiezo a tentar el lado derecho de la cama. Buscándolo. Mis dedos tocan el vacío del colchón, incluso las sábanas están frías. Es una señal que desde hace rato se ha despertado y, de seguro, ya debe estar por despedirse de mí.

Sí, Kyllian es de ese tipo de hombres que están en extinción. No solo en lo sentimental sino también en lo laboral. Irse a trabajar durante el primer día del año y encima siendo fin de semana. Creo que se quiere ganar el cielo, si es que todavía no se lo han concedido.

- Mía, Mía... ¿estás despierta? – Su voz suena aterciopelada, lenta y cuidadosa. Es inevitable, él me conoce mejor que todas mis amigas juntas. Soy toda una tiburón cuando me despiertan temprano -sin un buen motivo justifique tal sacrilegio-.

- ¡Nop! – Chillo silenciosamente, sin apenas separar los labios.

Su tenue risita me electrifica los nervios y la piel se me pone "chinita" durante unos breves momentos. Ya sé lo que sigue: siento que el borde izquierdo de la cama se hunde a la vez que sus brazos rodean el contorno de mi cuerpo. Lentamente su boca inicia ese sexy y amoroso recorrido desde el lóbulo de mi oreja, saborea a mi mejilla y se detiene en la punta de mi nariz para sacarme cosquillas mediante tiernos besitos.

- Te amo. – Susurro al subir mi boca para fundirnos en un apasionado beso de buenos días. – Pero... eres maquiavélico... despertarme tan temprano... - apenas logro exhalar las palabras al tomar aire en medio de esa fogosa danza que desatan nuestras lenguas.

- Lo sé, lo sé, ma petite. – Habla lento, al igual que las caricias de las yemas de sus dedos sobre mi rostro. – La culpa, de que madrugues, es de mi trabajo.

Si sus besos y cariñitos todavía no me habían quitado los rastros de somnolencia que tenía encima, esa maldita y caprichosa palabrita sí que lo hizo en un instante: ¡trabajar!

- ¡Estás loco, Kyllian! – Mi voz suena casi como un exasperado grito. – Hoy todo Seattle está durmiendo hasta el lunes. Y si no fuera por esa maldita cortina a medio cerrar, yo también lo estaría haciendo. – Termino mi queja en un gesto de labios fruncidos y mirada de víctima.

Mi reacción resultó ser tan inesperada – casi como si hubiera abierto los ojos en medio de un terremoto – que al enderezar mi espalda contra la cabecera de la King Size provoqué que Kyllian resbalara del borde donde estaba sentado y por poco cayera al suelo alfombrado de nuestra habitación de hotel.

- Lo tomaré como el pago con intereses por interrumpir tu sueño de 12 horas, amor. – Exclama sonriente, desde una extraña posición en la que había quedado sobre el piso. Me fue imposible aguantar una carcajada y, al igual que él, empecé a reírme por esta accidentada mañana.

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