Capitol Hill
Viernes, 29 de noviembre de 1999
Arantxa
Ayer me había acabado las uñas de mi mano izquierda mientras que con la derecha sostenía el handset del teléfono público. Moría de nervios cuando hice la llamada, pero fueron mucho mayores en el momento en que Susan contestó. La charla fue breve y sencilla. Fui directa al grano, pero ello no evitó que mi lengua se enredara en sí misma más de una vez al dar los motivos de la cita de mañana.
Así que ahora mi ansiedad se volcaba en el helado. En realidad, le había pedido reunirnos en alguno de los cafés que rodean Union Street, pero – sin darnos cuenta – doblamos hacia la primera avenida y llegamos hasta una heladería italiana. El sitio tenía unos pequeños balcones para mesas de dos, así que ello nos provocó decantarnos por los helados en vez de un café a media tarde. Como en las últimas semanas el clima se ha vuelto cada vez más gélido por el invierno, no resulta una sorpresa que la heladería estuviese casi vacía por excepción de un par de clientes en el primer piso.
Nuestra conversación había ido desde el clásico "¿qué tal los exámenes?" - puesto que este semestre he tomado optativas distintas a las de Su; ya que ella está enfocada en la economía política, mientras que yo amo el mundo financiero – hasta el "¿cuándo nos reunimos como lo hacíamos en primer año?". En pocas palabras, una cotidiana conversación entre amigas universitarias; sin embargo, Susan sabía muy bien que ahora mismo no la necesito en su papel de amiga sino como el de mi mejor-amiga-en-el-mundo.
Yo ya estaba tomando mi segunda orden de sal de mar con caramelo – la mezcla perfecta entre lo dulce y salado en mi paladar – y la señorita Rockefeller apenas iba terminando su malteada de frutas tropicales, cuando por fin sus ojos cayeron de manera inquisitiva sobre los míos. Fingí una inexistente tos, pero ello no fue suficiente para lograr escapar de la trampa que yo misma me había colocado este atardecer del viernes.
Ya desde que cruzamos la entrada de esta heladería fue que mi mente dio vueltas de aquí allá para encontrar la manera correcta – y menos vergonzosa – de plantearle todas esas malditas inquietudes e inseguridades que no me dejan dormir en paz desde hace casi trece días. ¡Qué vergüenza, qué vergüenza! Se repetía en mi cabeza como una pegajosa canción una y otra y otra vez. Para mi muy buena suerte, mi amiga fue quien se adelantó a los hechos e hizo la pregunta correcta.
- ¿Y cómo te va con Mía Montgomery? Me sorprende que no la hayas mencionado desde que empezamos a charlar – dijo lo último de una manera provocadora, casi como si ya supiese que mis inquietudes apuntaba hacia mi enamorada.
- Todo bien como siempre... - le añadí una tonta risita al final, lo cual, en vez de quitarle importancia, solo realzó la curiosidad de Susan.
- Umm pues ese "como siempre" no suena muy bien que digamos. ¿Qué sucede entre ustedes?
Bajé de inmediato la mirada hacia la mesa. Llevé un par cucharaditas de helado hacia mi boca, pero no sentí el sabor. La única sensación eran de esos ojos claros que intentaban leer mi atormentada mente. No creo que haya pasado más de un minuto cuando me decidí por liberar el ardiente aire que tenía dentro y, sin planearlo, se lo pregunté:
- ¿Cómo fue... tu primera vez? – lancé la pregunta sin más. Solo esperaba que su expresión facial no se tornara a la defensiva o (peor aún) se ofendiera por estar metiéndome con algo tan personal e íntimo.
Sin embargo, lo siguiente que sucedió resultó ser tan inesperado y casi tan sacado de algún capítulo de Friends que debí morderme la lengua muy fuerte para evitar soltar una espontánea carcajada. Susan había estado tomando un trago de su malteada a través del popote justo cuando le hice esa avergonzada pregunta y de alguna manera fue que se atoró con el líquido en medio de un frenético e imparable ataque de tos. Sus enrojecidos ojos lagrimeaban mientras ella trataba de volver a respirar con normalidad. Yo me quedé estática por esta caricaturesca escena, pero más por la enorme vergüenza que acababa de pasar por mi "curiosidad de primeriza".
ESTÁS LEYENDO
Maestra
RomanceAquí empezó todo, antes de que Arantxa tuviese sus propios juegos y reglas, alguien tenía que enseñarle a ser una maestra. Dos clases sociales opuestas, dos formas distintas de ver la vida, pero un amor puro nacerá entre las dos después de ese prime...