No podía creerlo: ¡lo había conseguido! Había pasado días y días intentando repetir las extrañas y difíciles palabras. Y finalmente, había aprendido de memoria el encantamiento que servía para convocar a un hada y disponer, a voluntad, de su ayuda. Ahora sólo debía pronunciar la mágica fórmula en el jardín, una noche de luna llena. Y según el calendario, eso ocurriría mañana mismo. El único problema era que la invocación debía hacerse a medianoche, hora en la que, habitualmente, ella ya dormía a pierna suelta. Como se levantaba todos los días a las siete en punto para ir a la escuela, a las diez de la noche, se le cerraban los ojos. ¿Qué hacer entonces para mantenerse despierta hasta tan tarde? Por otra parte, también se preguntaba cómo salir en ese horario al jardín sin arriesgarse a que sus padres la descubrieran y la castigaran. Estaba segura de que si le contaba la verdad a su mamá, le diría que todo eso era una tontería y la mandaría a quedarse bien metida en la cama. Julieta se dijo que debía encontrar la manera de permanecer despierta y salir al jardín sin que nadie la viera. Sus reflexiones fueron interrumpidas por fuertes golpes en la puerta del cuarto. Pensó que ese tan delicado no podía ser otro que Leandro.
—¿Qué querés? —preguntó sin abrir.
—Ella y yo vinimos a visitarte.
Julieta se preguntó una vez más por qué el ridículo le había puesto «Ella» de nombre a la iguana. Sin encontrar una respuesta convincente, los dejó entrar.
—Adelante —los invitó.
Acomodada sobre los hombros de Leandro, Ella se mantenía impasible.
—¿No la notás un poco triste? —preguntó el chico.
—¿Triste? Yo la veo con la misma cara de siempre.
—¿No le ves los ojos húmedos?
—No, la verdad que no.
—A mí me parece que extraña al macho con el que estaba en la veterinaria.
—¡Ah, es eso! Te querés comprar otra iguana...
—Te imaginás lo aburrido que debe ser estar todo el día metido en una pecera y, para colmo, solo?
Julieta se lo imaginó tan bien que inmediatamente empezó a sentir que se moría de asfixia y de tristeza.
—Tenés razón. Tu bicha no puede seguir estando sola. Hay que conseguirle un «Él» lo más rápido posible —dijo mientras pensaba en la falta que le hacía a ella la compañía de Lautaro.
Leandro dudó en responder, ofendido por el tratamiento de «bicha» dado a la iguana pero, finalmente, dijo:
—¡Como si fuera tan fácil! Tengo que volver a ahorrar. Y juntar la plata me va a llevar, por lo menos, tres meses.
Julieta, por su parte, no le contestó. En realidad, ya no lo oía. Estaba soñando con la sonrisa que la volvía loquita y con lo poco que faltaba para poner a prueba la efectividad del encantamiento.
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