Parte 17. Bajo las sombras de la soledad

3.5K 252 21
                                    



Estaba tan sola que el sonido del viento era lo único que calentaba sus oídos, en aquella habitación donde el tiempo parecía paralizarse y sus pensamientos se ahogaban en la oscuridad, el reloj marcaba las dos de la madrugada y ella aún no podía conciliar el sueño, en realidad no dormía desde tres noches atrás, cuando la triste mirada de un ángel herido había devastado su propia alma y la había hecho sentirse el ser más despreciable sobre la tierra... "Lauren" susurró apretando contra su pecho aquella mediana fotografía que había encontrado dentro de su cartera, volvía a repasarla por enésima vez reviviendo en su mente el momento en que la imagen fue capturada, ambas se veían tan sonrientes que Camila no pudo recordar cuando fue la última vez que ella misma se vio tan feliz, cuando fue la última vez que su vida estuvo despejada de pesadillas y oscuras preferencias, cuando fue la última vez que no se catalogó así misma como un robot que se limitaba únicamente a ejecutar los mandatos de su "profesión" en cual vida no había cabida para un sentimiento tan culto y transparente, un sentimiento que le recordaba lo que era vivir por razones y no por seguir el curso de su destino. Una lágrima sincera que se había ausentado por años resbaló a través de sus mejillas, entonces comprendió aquel sentimiento que abarcaba cada espacio de su invernado corazón derritiendo las estacas que lo hacían agonizar entre la desesperanza y la desgarradora soledad, Camila estaba muerta hasta que vio aquellos ojos verdes que transmitían paz, que iluminaban el laberinto de su existencia, que la invitaban a pertenecer a su propio cielo... ¡Dios! Se había enamorada perdidamente de Lauren Jauregui sin planearlo y ahora lo había echado todo a perder, su única oportunidad de redimir sus pecados se había esfumado a causa de su propia tiranía... maltratar el amor que le ofreció la pelinegra había sido el error más grande que hubiera podido cometer y muy tarde lo había reconocido.

En algún oscuro callejón de Múnich y bajo la lluvia, Nicolás Escalante tatareaba una canción mientras una navaja de plata danzaba entre sus dedos, a pesar de la violenta tormenta y el frío de la madrugada él no se movía de aquel banquillo que se encontraba a un par de metros de la entrada que pertenecía a su actual guarida, generalmente era el lugar en el que se alojaba cuando se pasaba por aquella ciudad alemana, un perfecto cuarto desgastado y gélido que le permitía refugiarse de las bestias que merodeaban en el exterior disfrazándose de admirables figuras a las que mucho ingenuos perseguían sin sospechar de su ineptitud, tan solo pensar en aquel conjunto de "personas" Nicolás se saturaba de una inmensa repugnancia, pero en su concepto él nunca estuvo directamente relacionado con aquella manada carroñera, no lo suficiente como para sentirse culpable a pesar de que lo era. Nicolás levantó la vista al cielo, no había luna y las nubes jactadas de agua cubrían las estrellas, un único panorama que le recordaba lo sensata que podía ser la vida, una vida que muchos desperdiciaban día a día, la navaja continuaba danzando entre sus dedos sin tropezar.

-Escalante. – Escuchó una voz aterciopelada que ponía sus nervios de punta, la reconocía porque había sido protagonista en más de una ocasión de sus pesadillas, a pesar de que nunca había padecido bajo la tenebrosa mano del dueño de aquella voz, aquella voz que se podía confundir con la de una deidad, pero que detrás de su sonido no había más que objetos rotos y cosas podridas, un joven corazón en estado de descomposición, que solo podía inspirar lástima...

-Si no te conociera diría que eres un fantasma. – Masculló Nicolás ocultando su nerviosismo.

-No te equivocas del todo... al final ese ha sido el reflejo de toda mi vida. – Contestó tomando lugar en el estrecho espacio que sobraba del asiento.

-¿Por qué vienes a mí? – indagó. – No me necesitas, se supone que no existes para "ellos".

-No puedo confiarme a ciegas, lo sabes. – Respondió deteniendo ágilmente el movimiento de la navaja, Nicolás se irguió como una regla, supo que su torpeza empezaba a ocasionar molestias en alguien que le convenía no provocar. – No te alteres... regularmente me comporto muy bien contigo, y hoy no es el día en el que eso cambiará. – Ahora su voz sonaba como una caricia del viento que al final se quebraba, dando a sobreentender que aunque no estaba muerta físicamente, su apariencia le hacía parecer un ánima en pena.

Otro Plano (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora