Narración IV

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Sebastián sabía que era la segunda vez que dejaba solo a Martín, pero algo le decía que estar en esa ventana era más importante. Ver a Manuel en esa situación tan lamentable le hacía un agujero en su pecho y eso que ya de por sí estaba muerto. Soltó un suspiro y trató de escuchar mejor.

—Debe ser lamentable que tus padres confíen más en mí que en ti, que eres su hijo —habló Arthur mientras cortaba un pedazo de carne de su plato. Carne que cocinó Manuel casi obligado para él.

—Sólo porque piensan que somos amigos estai' acá —espetó el castaño mientras comía.

—¿No te expliqué la forma en la que me tienes que hablar? —cuestionó mirándole fijamente. —. Me tienes que tratar con respeto, lo que te falta como para arrastrarte por ese secretito.

—Cállate —susurró seco. El inglés sonrió.

—Eres mi esclavo sólo porque no quieres que todos sepan algo tan obvio como éso, cada día eres muchísimo más patético. —Sebastián podía notar como Manuel apretaba la mandíbula, conteniéndose de actuar mal. Pero él sabía que no lo haría, al menos no en ese momento, porque para el chileno parecía mejor que Arthur cerrara la boca. —. Me gusta cuando te comportas así de sumiso conmigo, mi pequeño cachorro —acarició su pelo con cuidado.

Manuel no iba a soportar más tiempo con que le siga llamando así. Aunque le quedaran unas semanas para que sus padres regresaran a la ciudad estaba totalmente seguro de que el rubio iba a seguirlo extorcionándolo de aquella manera. Y todo porque, y para su desgracia, había descubierto su único secreto guardado en una caja de cristal.
Cuando terminaron de comer, exactamente en un silencio que para ambos era totalmente diferente, Manuel llevó los platos para lavarlos. Lo único que agradecía de esa convivencia con el idiota de Arthur era que, al ser vecinos, sólo tenía que cruzar la puerta hacia la del frente para que durmiera en su propia casa. Si eso no pasara... No quería imaginarse qué tipo de otras cosas horribles le era capaz de hacer.
Sebastián aprovechó que el chico estaba totalmente solo en su casa, cruzando la ventana.

—¿Qué hiciste ahora? —dijo mientras se sentaba sobre la mesada. A diferencia de Martín, Manu no se asustaba cuando se sentaba tan cerca o hablaba de la nada. Nunca lo hizo, si hacía memoria.

—¿Qué hice con qué? —preguntó el castaño con los ojos fijos en los vasos y su ceño fruncido.

—Manu, si los seguís mirando así los vas a devolver de fábrica —habló Seba en un intento de que se calmara o riera un poco. No funcionó. —. Martín está molesto, por eso te preguntaba —añadió un poco más serio.

—¿Él se enojó conmigo? —miró al fantasma. —. ¿Estai'...?

—Nope. Sí está enojado... Mucho. Piensa que eres un "boludo" —hizo comillas con los dedos. —. Y una pila más grande de insultos.

El castaño suspiró. Se lo esperaba de Martín, era obvio. Siempre iba a actuar y después iba a reaccionar, o quizá solamente actúa y no reacciona, no estaba seguro como pensaba el argentino. Manuel se secó las manos un rato después, cuando terminó, para después caminar a su pieza con el chico de lentes detrás.

—Es todo por mi culpa —dijo rato después. —. Yo... Lo arruiné todo, como siempre.

—No arruinaste nada, Manu. —Seba se sentó al lado suyo. —. Lo que pasa es que no te defendés.

—Tú sabei' que le partiría la cara al maraco ese —suspiró frustrado de sólo pensar en su cara poblada en cejas. —. Si no supiera...

—No podés tampoco lamentarte. Fue un error tuyo, también porque él empezó a investigarte bien y porque... Bueno, eres un distraído y dejas todo a la vista, además de que era bastante obvio.

El Diario. [ArgChi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora