Narración VI: Magia Blanca.

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La única palabra con la que Sebastián pudo describir los labios de Luciano fue suave. Estaban secos y tenían ese sabor que quemaba del cigarrillo, pero no dejaban de ser suaves. Esperó pacientemente a ser rechazado, a recibir una buena golpiza por su atrevimiento, tener un castigo por ser tan lanzado, mas se sorprendió al escuchar como el cigarrillo caía al agua sucia creando un pequeño siseo y sintiendo las manos del contrario pasearse por su contextura.
Su piel pareció pasar en un fuerte escalofrío con esos dedos que sin pudor apretaban su cintura y mucho más abajo de ésta, siento casi imposible para él resistirse. Estaba cegado tanto por el alcohol y el éxtasis que le producía esa cercanía tan ardiente, terminando contra la rugosa pared del boliche.
Él tampoco se quedó atrás, subiendo una de sus manos para profundizar más la unión y descendiendo otra para acabar aferrándose a la espalda del contrario. No estaba seguro de qué estaba haciendo, pero todo eso se sentía malditamente bien con aquella pasión morena.
Se separaron al cabo de unos minutos por falta de aire, quedando a la tenue luz nuevamente, compartiendo de sus alientos y observándose con ojos distintos. El mayor no parecía molesto por el acto, aunque el uruguayo intentaba convencerse de que todo tenía relación con las copas de más que antes en la barra habían tomado. Los dedos de éste curvaron su mentón erizándole más el vello de todo el cuerpo y estremeciendo hasta la punta de sus pies.

—Me gusta esa expresión —soltó con voz rasposa y dándole todavía más ese aire a tabaco que emanaba de su boca, Por la inconsciencia, se estaba volviendo adicto a ella. —. Te ves... Dios.

Quería que continuara, era lo que más deseaba, sin embargo su magia duró menos que Martín sobrio. El joven se apartó del frente, quedando lejos uno del otro, lo suficiente como para apenas sentir su extraño y exótico perfume.

—Tienes mi número, ¿cierto? Llama cuando necesites algo. Puedo hacer lo que quieras. —El tono en el que saboreó esas palabras le hizo sentirse bastante débil. —. Siempre que tú hagas lo que yo quiera. —Con torpeza asintió, notando una sonrisa ensancharse en sus labios y un brillo místico en sus orbes. —. Nunca dudes de que estoy para ti.

Dicho ésto se apartó un poco por el callejón, alejándose lo suficiente para salir. Ni siquiera había notado cuando finalmente desapareció, solo estaba seguro que su pecho jamás se había descuadrado de su rimo habitual por otra persona. Jamás.

•••

No sabía qué pensar a unos días de lo sucedido en el baile, mejor dicho, en el callejón. Luego de que le dijo que le llamara dudó de tener su número, mas al meter su mano en el bolsillo de su chaqueta descubrió un papel que antes no estaba, notando así varios dígitos escritos a la rápida, algo que no había visto hacer en ningún momento al chico.
No le habló sobre nada de ello a Martín. Él estaba demasiado ocupado con sus cosas, ¿para qué molestarlo? Además de que ni siquiera tenía el valor de salir "del closet" con su amigo, siquiera con Manuel. Nadie tenía idea de su secreto, ése que lo hacía sentir fuertemente presionado por los demás por ocultarlo.
Martín le hablaba de una chica que "se había comido" interrumpiendo su relato para tocarle el brazo.

—¿Te pasa algo, boludo? —preguntó tenuemente preocupado. El otro rubio subió la mirada y negó.

Perdoná, me distraje. Ando medio cansado —excusó sonriendo. A veces tenía la sensación de que al argentino mucho no le importaba lo que pasara por su mente.

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