El Tren

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—Aún así, madre. Pansy está bien para pasar el rato, pero no creo que sea digna de convertirse en mi esposa.

Serpens rodó los ojos. Desde que habían bajado a tomar el desayuno, Draco, Narcissa y Druella no habían dejado de hablar sobre quién era la candidata más “adecuada” para convertirse en la prometida de Draco.

—Dragón tiene razón, Cissy. La elegida debe cumplir ciertos... requisitos, que ciertamente la niña Parkinson no posee. Recuerda que no sólo se convertirá en la esposa del Lord Malfoy y Lord Black, sino que deberá concebir a dos herederos, uno para cada familia. No quiero que mis bisnietos nazcan con rostros tan poco agraciados como el de la señorita Parkinson.

Serpens suprimió una sonrisa. Druella nunca perdía oportunidad de destacar los defectos físicos de las demás personas, como lo hacía ahora mismo con la nariz de cerdo de Parkinson. Serpens estaba segura de que, aún si su familia fuera la más adinerada del mundo mágico, Druella jamás aceptaría que Pansy se casara con Draco por el simple hecho de que no quería que sus bisnietos salieran con algún rasgo de fealdad.

Serpens no pudo evitar sentirse aliviada ante la posición de su abuela. Suficiente tenía con soportar la prepotencia de Parkinson cada vez que visitaba la mansión. No quería ni imaginar cómo sería de llegara a convertirse en la esposa de Draco.

Media hora después, Narcissa los envió a ella y a Draco a sus respectivas habitaciones para ponerse sus capas. En menos de diez minutos partirían a la estación para abordar el tren que los llevaría a Hogwarts.

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Justo como había pasado el año anterior, Draco había echado a Serpens de su compartimento tan pronto como el tren dejó la estación, sin embargo, esta vez él salió junto a ella para hacerle una pequeña advertencia.

—Padre me pidió que te recordara que te deshicieras de la lunática, y te advierto que si no lo haces, yo mismo le mandaré una lechuza para que saque a ese demente del circo al que llama casa.

Cuando Draco cerró la puerta del compartimento, Serpens tomó sus cosas y al señor Darcy y se fue hacia la cola del tren, buscando algún lugar vacío.

—¡Hola, Serpens! ¡Hola, señor Darcy!

Serpens sintió un nudo en la garganta al escuchar la voz de Luna. ¿Cómo se suponía que debía terminar su amistad con ella, si durante todo el año solo se habían tenido la una a la otra?

Luna llegó frente a ella con una sonrisa, pero ésta se desvaneció de inmediato.

—Luna, yo...

Serpens estuvo a punto de decírselo, pero Luna la interrumpió abrazándola con fuerza.

—Eres la persona más noble que conozco, Serpens, casi tan noble como el ratón volador que vive en mi sótano. Gracias.

Serpens se quedó quieta mientras Luna le susurraba aquellas palabras. Lentamente elevó sus manos para devolverle el abrazo, y cuando lo hizo, Luna siguió hablando.

—No importa lo que diga tu padre, tú y yo seguiremos siendo amigas, aún si no podemos hablarnos más.

Los ojos de Serpens se llenaron de lágrimas. Luna sabía. No importaba cómo, pero sabía de la amenaza de Lucius. Sabía que si no hacía esto, Luna y su padre se quedarían sin nada.

—Tu hermano viene para acá —susurró Luna deshaciendo el abrazo—. Por cierto, hay un compartimento vacío al final del tren.

Serpens cerró los ojos, sintiendo las manos de Luna empujarla al suelo.

—¡No volveré a hablarte en mi vida, Serpens Malfoy! —exclamó Luna caminando de regreso a su compartimento—. Pensé que eras distinta, pero solo eres otra Malfoy con nargles en la cabeza y en los calzones.

My Fallen Angel [Harry Potter]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora