El lobo feroz había pasado la mayor parte de su vida alimentándose de carroña, y a pesar de ello, jamás había sentido la urgencia de comer algo que no fueran carnes ajenas y repletas de moscas, sea tal vez porque no conocía algo distinto, no sabía que hubiese cosas mejores que esas apestosas sobras. Hasta que la conoció a ella: Caperucita.
Él salió de su cueva para beber al río, sin esperar que el agua saciara su sed, aquella que lo había perseguido toda su vida sin saber de qué se trataba. La sed del deseo de amar.
Entonces la vio, con su caperuza roja aterciopelada. Tan brillante; no la caperuza, sino ella. Iba tan tranquila, sin saber que provocaba aspavientos en el corazón del pobre, pobre Lobo feroz.
No era plenamente consciente en ese momento, pero sentía que ella era la incauta criatura que saciaría por fin su sed y calmaría su hambre mejor que cualquier banquete. Lucía débil y desprotegida, ideal para poseer, pensó El lobo feroz. Miserable lobo que no tenía idea de en lo que se estaba metiendo. Él pensando en poseerla como a todas las otras carnes, cuando en realidad debería haber querido amarla cual corte de primera; aunque Caperucita ni carne, ni débil, ni desprotegida. Miserable Lobo que no tenía idea.
Decidió actuar con cautela y no asustar a la "inocente" criaturilla. Observó atento sus movimientos, y la siguió; así cada día, a la misma hora, ella siempre con la misma caperuza. Le era fiel al Lobo sin saberlo. Transcurrió poco tiempo, hasta que él no pudo aguantar más sus ansias de tenerla.
Transcurrieron siete días y siete noches desde la primera vez que la vio, entonces fue cuando decidió por fin que debía poseerla, debía ser suya. Ingenuo lobo, ignoraba que la naturaleza de Caperucita era casi como la de él: salvaje; no tenía dueño y jamás lo tendría.
—¿Quién eres y por qué razón osas penetrar en las profundidades de este bosque que me pertenece a mí y solo a mí? —Como tú me pertenecerás, pensó El lobo, pero no lo dijo.
La joven no pareció inmutarse ni un poco, y sonriente contentestó:
—Todos me llaman Caperucita roja —su voz era tan suave como sus finos rasgos; melodiosa, más bella que el cantar de un ruiseñor. Lobo se desconcertó un instante, pues tuvo la impresión, de estar pisando terrenos desconocidos, sin embargo, se obligó a aparentar ser imperturbable—. Estoy aquí porque voy a visitar a mi abuela, pues está muy enferma. ¿Quién es usted, señor? —Pero antes de que siquiera comenzara, El lobo feroz ya conocía su nombre y su destino.
Había seguido a la joven un par de veces hasta la casa de la mencionada anciana, y de vuelta al punto exacto donde la vio por primera vez, para después observarla continuar su camino. La creía ilusa y despistada, pues ni una sola vez volteaba la mirada hacia atrás, ahí, entre los pinos, desde donde a El lobo le gustaba mirarla. Jamás hubiera creído que el iluso era él.
—Yo soy el amo de estas tierras, todos me llaman Lobo feroz. Y no puedo permitirte cruzar este bosque a menos que pagues un precio —dijo, con suficiencia.
—Dime cuál es ese precio. —pidió, sonriente, Caperucita. A veces ella podía ser tan engañosa...
—Podrás seguir andando por aquí todas las veces que quieras, únicamente —hizo una pequeña pausa y sonrió de medio lado, dejando entrever sus amenazantes caninos—...si me dejas comer de tí —soltó él.
—¿Comer de mí? —Sonrió más ampliamente aún—. Comprenderá usted que no puedo saciar su hambre, puesto que no acostumbro alimentar a nadie, no sabré hacerlo, y por lo tanto, no lo haré bien. Mi piel le sabrá como un pedazo de corteza. ¿Ha comido usted alguna vez corteza señor Lobo feroz?
Él no pudo evitar mostrarse un poco decepcionado, pues esperaba algo diferente. Tan acostumbrado estaba a la carroña que nadie quiere y nadie reclama que creía que esto sería igual.
—Haremos algo, podrás irte hoy a visitar a tu abuela, pero tendrás que regresar dentro de dos lunas, justo cuando ésta se encuentre en su punto más alto. Y durante ese tiempo tendrás que ir y darle de comer a los hambrientos, así tendrás experiencia para cuando tengas que alimentarme a mí —pero a Lobo, el mero pensamiento de que otros pudieran ponerle un dedo encima, le asqueaba, sin embargo, no dijo nada sobre eso, pues le parecía un sentimiento absurdo, solo era carne. Fresca o pasada, toda era carne a final de cuentas, más de lo mismo, solo eso.
Caperucita rió, sinuosa.
—Haré lo que necesite para satisfacerlo señor. Lo veré dentro de dos lunas —y siguió andando.
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Nota de la autora:
Espero que les haya gustado este primer capítulo, lectores. No olviden votar si así fue 💖
Y por favor, si notan algún tipo de error (ortográfico o gramatical) háganmelo saber, con toda confianza, obviamente de una forma correcta. 👀
Saludos. Lindo día, tarde o noche. ✨
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Caperucita roja y El lobo feroz
Short StoryVen, acércate, te voy a contar una historia. No es de héroes con armaduras, ni princesas de largas cabelleras, ésta se trata de una joven de caperuza roja; suena trillado, ¿verdad? Pero yo te voy a contar lo que en realidad pasó. Has leído y escucha...