El día estipulado, desde que El lobo feroz despertó de un placentero sueño —en el que devoraba a Caperucita sin piedad—, se dispuso a pasear por los alrededores hasta que la luna subió, pareciéndole que casi tocaba las estrellas.
Y el tiempo seguía pasando, y Caperucita no aparecía. Ansioso por usar esos dientes y esa boca suya, Lobo soltó una serie de improperios, hasta que por fin divisó a lo lejos lo que con tanto ímpetu había estado esperando: resaltando entre la nieve cual farol, se le veía a Caperucita caminando tranquila, a paso lento. El lobo podría haber jurado que estaba mirando el alba, en lugar de a la muchacha, pues lucía deslumbrante, siempre vestida de carmesí.
—Llegas tarde —gruñó El lobo feroz cuando por fin quedó frente a ella. Aunque lo que en realidad quería hacer era comérsela en ese preciso momento.
—Lo siento mucho, señor Lobo, estaba preparándome para usted, pues no quiero que encuentre un mal sabor en mí —repuso ella, jugando a la inocente—, sepa que no pretendo disgustarlo.
Tras oír eso, Lobo feroz sintió una oleada de deseo, que pretendía más ser un tsunami. El pobre estaba tan, tan hambriento. Y ella lucía tan, tan exquisita...
—Siendo así—Su voz salió como un ronquido, y se aclaró la garganta para continuar—, podría perdonar tu desfachatez, únicamente en esta ocasión.
—Agradecería esa generosidad de su parte. —Dijo ella, con una sinuosa sonrisa— ¿Aún sigue en pie nuestro acuerdo, señor? —Cuestionó, como si estuviera insegura. Tremenda mustia.
—Por supuesto que sigue en pie, no creas que te salvarás de esta, niña. —respondió él, como si no fuese obvio que se la quería comer entera, como si no fuese suficiente respuesta la casi lasciva mirada que le dedicaba a la joven—. Sígueme.
La condujo hasta su cueva, aquel íntimo lugar al que nadie más entraba, además de él. Pareció dudar un momento antes de adentrarse por completo en el lugar, pero finalmente decidió que sería más adecuado un sitio cálido y seco, en lugar de la helada nieve que cubría todo el bosque, como una inmensa manta de algodón.
Caperucita iba pisándole los talones, y entró un segundo después que él. El lugar le parecía inhóspito y sumamente oscuro, pero no inadecuado. Él le estaba dando la espalda, y aprovechó ese momento para despojarse de su caperuza de terciopelo, que era la única prenda con la que contaba, debajo de eso solo estaba su blanca y suave piel.
El lobo feroz se dio la vuelta para verla de frente y...Dios, podría jurar que resplandecía. Su piel parecía sumamente delicada, tanto que casi temió herirla con un solo roce.
—¿Por qué dudas tanto, acaso no eres tú el temible Lobo feroz? —dijo ella, con sorna, esfumándose por completo su actitud de inferioridad.
El lobo respiraba entrecortadamente y le latía a mil el corazón. En definitiva esto no se parecía a nada de lo que él se imaginaba. Ella lucía tan perfecta, con su tersa y delicada piel.
Lo que pasó a continuación fue tan rápido...o tal vez solo se trataba de la sangre del lobo bombeando a la velocidad de la luz lo que daba la ilusión de que una fuerza externa aceleraraba todo, al igual que la cinta de una película.
De un momento a otro Caperucita se encontraba debajo de Lobo, ella, recostada sobre su espalda, encima de la caperuza, jadeaba cual caballo desbocado, dejaba escapar sonidos casi animales.
Sin embargo, pronto fue perceptible quién era el que tomaba el control. Ahora, era El lobo era quien se encontraba debajo, jadeante. Y Caperucita quien lo devoraba sin piedad.
—Así ya no luces tan temible, Lobo feroz —dijo ella, sonriente y burlona.
A Lobo no le importaba en ese momento estar perdiendo su orgullo de macho dominante. Todo lo valía, con tal de estar entre aquella piel tan blanca como la nieve, y tan cálida como...bueno, nada que hubiese conocido jamás.
De la garganta de él salían sonidos guturales, mientras pensaba en su vida, en el montón de tiempo desperdiciado, en su alimentación a base de carnes que nadie más quería. En ese momento, cuando se aproximaba al clímax, entendió, por primera vez lo que era el calor. No era estar a lado de una fogata en su solitaria cueva, ni ser abrigado por su pelaje, ni comer carroña a mitad del bosque, no, eso no era nada cercano a lo que estaba sintiendo.
Había escuchado a los hombres hablar de aquello, de aquel sentimiento extraño, pero ni siquiera aquellas conversaciones que había oído a hurtadillas se asemejaban a la inmensa paz que sentía en ese instante, entre la joven y su caperuza color de la sangre. A pesar de estarse revolviendo debajo de ella por el placer de ser el platillo, por el éxtasis de su fusión.
Con un aullido —que él no estuvo seguro si provenía de su garganta— ambos llegaron a su punto más álgido, y ella se derrumbó en su pecho. Fue indescriptible la quietud que siguió después de eso. Al sentir los senos desnudos de la muchacha sobre él, creyó que estaba en su derecho de tocarla, algo que jamás había hecho con todas aquellas carnes pasadas. Sedosa y cálida, fue lo primero que se le vino a la mente; ella, ante el roce pegó un pequeño respingo y a continuación un sonido salió de su ser, algo parecido a un ronroneo.
Lobo recorrió la tersa espalda de la joven, sus caderas...y un poco más abajo, después de regreso, volviendo a empezar, una y otra vez. Pasado un tiempo, ambos cerraron los ojos y después de haberse regalado mutuamente un par de suspiros, su respiración se normalizó y por fin se dejaron acunar por los brazos de Morfeo.
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Caperucita roja y El lobo feroz
Short StoryVen, acércate, te voy a contar una historia. No es de héroes con armaduras, ni princesas de largas cabelleras, ésta se trata de una joven de caperuza roja; suena trillado, ¿verdad? Pero yo te voy a contar lo que en realidad pasó. Has leído y escucha...