Capítulo 8

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  Agua, estaba diluviando. El Lobo Feroz llovía, silenciosamente, sin molestarse en ocultarlo, como si ya no le importase que lo vieran vulnerable. Aunque hubiesen estado presentes otras cien personas además de Caperucita, la verdad era que aún así hubiera dejado las lágrimas rodar tranquilas.

  Ante la escena, la muchacha quedó horrorizada más que conmovida. Él era Amo y Señor del bosque, las criaturas que no le temían, lo respetaban lo suficiente para apartarse de su camino. ¿Cómo alguien tan aparentemente fuerte podía mostrarse tan débil? Y aún más importante: ¿Por qué, aún sabiendo que las palabras de ella eran ciertas, le afectaban tanto? Él era consciente de su condición, y no debía sentirse ni más, ni menos que eso.

  Se apoderaron de ella el enfado y la repulsión, pues era más que obvio que era superior a él, por lo que Lobo no debería sentirse humillado. Las cosas eran como debían ser y punto.

  Lo miró por largo rato, hasta que sintió su sexo blando dentro de ella. Y sorprendiéndose tanto a sí misma como a él, extendió su estético par de brazos y secó las lágrimas del lobo con suma meticulosidad, deteniéndose cada que era oportuno para acariciar con delicadeza la piel debajo de sus palmas; y descubrió, con grato estupor, que era más suave incluso que el terciopelo que ella llevaba siempre.

  El Lobo Feroz cerró los ojos, con la fuerte convicción de que todo se trataba de un sueño: el ángel carmín de piel nívea; sus finas manos acariciándolo, consolándolo; las garras de él trepando sus muslos, acariciando su vientre, su estrecha cintura, sus suaves y tentadores pechos, todo lo que le permitían los brazos; comprobando que cada parte del perfecto cuerpo se encontrara en orden.

  Sí, debía ser un sueño, debía serlo desde el momento en que la miró por el bosque la primera vez, no había más explicación que esa para que una repugnante fiera como él fuera capaz de tocar a un bello ser como aquel, o siquiera mirarlo. Eso no podía tratarse de algo real.

  Se dejó llevar, con la certeza invicta de que nada era verdad. Sintió unas manos bajar desde sus mejillas hasta su pecho, y un breve beso que se alojaba sobre su corazón.

  Caperucita se quedó ensimismada, mirándolo. Extremidades fuertes, firmes, todo en él era dureza; a excepción de su interior…

  Era hermoso, lo era en su forma natural. Aparentaba ser despiadado y atroz, pero eran puras fachadas. Quién imaginaría que alrededor de esa coraza se encontraba una perla.

  En una serie de actos, que ella se convenció, eran de compensación —no estuvo muy segura del porqué—, lo tomó. Se apoderó de cada una de las piezas que lo conformaban y las consumió como el fuego. En algún momento del acto, ninguno de los dos estuvo seguro de si era el calor producto de la vehemencia de sus cuerpos unidos o en verdad estaban en llamas.

  Cuando El Lobo Feroz tuvo valor suficiente para observar al frágil cuerpo que se contoneaba rodeándolo cálidamente, casi pierde la vista por la luminiscencia que despedía. Esbelta y de rasgos suaves, lucía tan frágil,…aunque para él, seguía siendo un misterio. De esa clase de incógnitas en la vida que no tienen respuesta…

  Besos, besos dulces y húmedos, caricias por parte de ambos, arremetidas continuas y bien recibidas; son lo último que recuerda. Eso y la infinita paz en su interior antes del clímax. Lo que quedaría grabado hasta el fin de los días de Caperucita. La imagen de ese lobo, sin duda serían su último pensamiento antes de partir.

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  Nota de la autora:

  Que voluble esa Caperucita. 😤

  Ojalá les esté gustando cada vez más ésta historia. No olviden darle a la estrellita. Y recuerden que su opinión siempre es bienvenida.👇💭

  Nos leemos pronto. 👀📖💬

Caperucita roja y El lobo ferozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora