La tormenta los arrastró en una explosiva e indescriptible sensación. Era como si ambos hubiesen guardado ese orgasmo en el fondo de sus cuerpos durante toda su vida, para dejarlo salir en el momento justo.
Ninguno de los dos pronunció palabra durante ó después del acto. Berridos, respiraciones entrecortadas, exquisitos roces, y ocasionales suspiros, fueron su único medio de comunicación. Y verdaderamente esas insignificantes acciones fueron suficientes para expresar lo que con palabras no se atrevieron a decir.
No durmieron nada, simplemente se quedaron ahí, disfrutando de lo que se les había sido gentilmente otorgado: un momento de falsa calma y felicidad, como quien sabe que se acerca una tormenta y sin embargo no tiene miedo de morir. Ella, acostada en el pecho del lobo; y éste sobre su propia espalda, abrazándola con ambas extremidades, temerario, acariciando su cuerpo. Con ojos cerrados e impasibles, nada fuera de esa cama importaba más que ellos dos juntos.
Pero todo lo bueno siempre acaba demasiado pronto, y esa no fue la excepción.
Caperucita trató de capturar ese momento del tiempo, hacerlo suyo, solo de los dos, para repetirlo una y otra vez en su interior. Se incorporó perezosamente, como no queriendo, y se quedó ahí, observándolo en silencio, fijamente, gravándose cada uno de sus rasgos. Ella nunca se había permitido mirarlo, no realmente, temiendo ablandarse, pues lo cierto era que El Lobo lucía facciones que parecían haber sido cinceladas y esculpidas a mano. Hermoso, esa palabra le quedaba corta. En su naturaleza silvestre era sencillamente bello, con esa mirada gélida y amenazadora que a todos les dirigía, pero ya no a ella.
Y pasó, sus temores se hicieron realidad y se ablandó ante él. Posó una mano sobre su mejilla y lo vio sonreí con ojos cerrados ante el contacto; y sin saber, ella también sonrió. Movida por una necesidad que no admitiría aunque su vida dependiera de ello, lo besó; inclinó su cuerpo, con el antebrazo apollado en la cama, y lo besó, larga, dulcemente, tan lento como si tuvieran la vida entera por delante.
Lobo Feroz sintió una chispa encenderse dentro de su pecho, como si de una hoguera se tratase. Inconscientemente fue acariciando todas las partes del cuerpo de la joven que podía tocar en su posición; su cintura, su espalda, sus glúteos, y después de regreso. Debía ser un ángel infinitamente bondadoso aquel que tenía encima. Lo tocaba como si fuese un lobezno frágil, se deleitaba con cada pequeño bocado que daba. De pronto escuchó un sonido extraño, parecido a un lamento, o tal vez...un ¿gemido? Sí, eso era, ella estaba ¿gimiendo por él?
Durante todo el tiempo que duraron siendo uno, Lobo se había convencido que el único responsable de los salvajes ruidos guturales que se escuchaban era él, pero a juzgar por el ansia de la joven, acababa de descubrir que probablemente se trataba de una mezcla del placer de ambos.
Caperucita se encontraba embelesada, a punto de abalanzarse y meter el cuerpo de él dentro del suyo una vez más. Ahora era ella quien parecía la hambrienta, zampándolo como si del mejor festín se tratase. No quiso penetrarlo con la lengua, pues supo que si probaba más de él, no podría contenerse y lo devoraría con premura.
Sus gemidos se mezclaron en uno solo una vez más, y Caperucita se obligó a parar, recibiendo un fuerte gruñido de protesta por parte del lobo. Levantó su torso, despacio y jadeante; sus miradas se encontraron y la muchacha se odió por lo que estaba a punto de hacer.
El Lobo Feroz no supo descifrar la mirada de la joven, y recordó, avergonzado que el cuerpo de la anciana difunta seguía afuera, seguramente congelada.
Se apresuró a hablar:
-Tu... tu abuela,...ella -tartamudeo.
Caperucita solo frunció el seño, sin comprender. La verdad era que había olvidado por completo a su abuela, algo egoísta e increíble de su parte, ya que, después de todo estaban en su casa.
-Ya era muy vieja, seguro se asustó demasiado al verte, no fue tu culpa -¿lo estaba justificando por la muerte de la persona que más la había querido? Definitivamente sus barreras debían haberse derrumbado ya.
-Cuando entré ella estaba flácida y pálida como la nieve -dijo él en tono bajo.
De modo que él no la había matado, sino la enfermedad... bueno, eso cambiaba radicalmente las circunstancias, aunque no del todo. Tenía que acabar con ello cuanto antes o las cosas se harían más difíciles. Por él bien de todos, tenía que hacerlo.
Le hubiese encantado clavarle una daga en pecho, cortarle la cabeza o destazarlo vivo, eso era por mucho, menos cruel y despiadado que la atrocidad que estaba a punto de cometer.
¿Pero, por qué le dolía? Él era sólo un animal, una bestia; pero, de ser así, ¿por qué se sentía tan desgraciada? Si no lo hacía ella, lo haría alguien más, eso seguro. Después de todo, mucha gente tenía cuentas pendientes con aquel lobo, incluyéndola. ¿Qué más daba si ella se lo hacía? El Lobo ya tenía los días contados.
Sin embargo, la verdadera cuestión era: ¿Caperucita podía, o aún más importante que eso: quería hacerlo? ¿Y por qué no deshacerse de quien le había arrebatado todo ¿Porqué no querría librar al mundo de una alimaña insensible como él?
Pero, ¿era verdaderamente insensible?
-¿Quién eres tú realmente, Lobo Feroz? -pensó Caperucita en voz alta.
-Todo lo que siempre debiste ser.
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Nota de la autora:
No me ahorquen, lectores, no aún, sé que me tardé horrores en actualizar, pero tengo que terminar esta historia. 🐺💕📝
Favor de colocar los reclamos y amenazas de muerte al final de este apartado.⤵️JUSTO AQUÍ
🙂
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Caperucita roja y El lobo feroz
Short StoryVen, acércate, te voy a contar una historia. No es de héroes con armaduras, ni princesas de largas cabelleras, ésta se trata de una joven de caperuza roja; suena trillado, ¿verdad? Pero yo te voy a contar lo que en realidad pasó. Has leído y escucha...