Después de mucho tiempo, lo que a Lobo le parecieron días, por fin ambos separaron sus cuerpos uno de otro; al retirarse, instantáneamente el cuerpo de él la echó en falta, con un ansia voraz. Ignorando su apetito, se giró perezosamente y Caperucita sacó su prenda de debajo de él.
Con ágiles movimientos se colocó la caperuza, dio media vuelta y caminó, sin prisas, tranquila, como si nada de lo que pasó hubiese significado algo para ella. Lobo feroz se le quedó mirando, como muchas otras veces, pero ahora, con una absurda desesperación en el pecho. No quería que se fuera, pero había cumplido su parte del trato, o algo parecido, así que no podía obligarla a quedarse.
Con una sonrisa maliciosa en los labios, ella se giró y lo miro ahí, tendido en el frío suelo, como si fuese una gacela herida, y ella su mayor depredador.
-Que tengas dulces sueños, Lobo feroz -y salió de la cueva, a la helada penumbra de la noche.
Lobo se quedó ahí, despojado de sus pieles, pues momentos atrás se había desnudado para ella. Con la espalda contra el frío suelo de tierra se quedó mirando la inmensa oscuridad, una vez fuera la joven, pareciera que ella se hubiese llevado toda la luz consigo. Y una vez más, El lobo feroz sintió frío, ya sin la calidez de Caperucita, una vez más sintió sed, hambre, desasosiego, soledad...
Le sorprendía todo el tiempo que había tirado comiendo carroña, engulléndola como si fuese el mejor festín. ¿Dónde se había escondido Caperucita todos esos años en los que debió haber estado con él en lugar de esos putrefactos trozos de carne cubiertos de gusanos y moscas? No lo sabía, probablemente jamás tendría la respuesta.
Lobo se levantó lentamente, cansinamente. Se acercaba el amanecer y tuvo un fugaz y ridículo pensamiento: Ni siquiera ese círculo amarillo en lo alto del cielo ilumina tanto como la presencia de Caperucita, ni porta la misma calidez que su tersa piel...
***
Pasaron tres crepúsculos después de su último encuentro y a Caperucita no se le veía por ninguna parte del bosque. Hasta el cuarto. Iba caminando relajada, como siempre. El lobo feroz la observó detrás de un par de pinos, temeroso. Ella lucía tan hermosa e inocente, y él, oculto cual carnívoro vigilando a su presa...si solo hubiese sabido que la presa era él y Caperucita la carnívora.La joven iba cargando una cesta bajo el brazo. El lobo pensó en saltar por delante de ella y... ¿hacer qué?, como no se le ocurría nada, decidió que lo más sensato era seguir a la joven, ésta caminó hasta llegar a una casucha vieja en medio de dos grandes robles. La casa de la abuela.
El lobo feroz se refugió entre las sombras de la vegetación, a una distancia prudente, mientras Caperucita entraba a la casa. En cuanto la puerta fue cerrada Lobo se escurrió sigilosamente hacia un agujero en la madera, desde donde lograba ver a la anciana tendida en una amplia cama, vestida con un delgado camisón y un gorro a juego; lucía igual que un fantasma, pálida como un pergamino. Segundos después se le aproximó la nieta, ya despojada de su habitual caperuza, con una taza entre las frágiles manos.
Escuchaba las voces amortiguadas, pero gracias a su gran audición logró captar lo que decían.
-Toma esto, abuela -escuchó hablar a Caperucita-, te sentará bien.
-Gracias, hija, eres muy amable -la voz apagada de la viejecita parecía más un susurro.
Incluso desde su posición El lobo lograba percibir el olor de la muerte, era una ligera peste constante que le recordaba sutílmente a la carne en descomposición. Un aroma que, por su puesto, nunca era bienvenido. Claramente la pobre anciana se encontraba más del otro lado que allí, y probablemente Caperucita también lo sabía.
De pronto el putrefacto olor pareció intensificarse y la piel de la anciana comenzó a brillar, empapada en sudor. Caperucita la miró alarmada y tocó la frente de su abuela por un breve instante, para después echar a correr hacia la puerta. Lobo se ocultó en uno de los robles cercanos y miró a la joven atravesar la nieve, rumbo al río, con un recipiente en la mano, en busca de agua helada para apaciguar la fiebre de la anciana.
Aprovechando los pocos minutos que tenía, El lobo feroz se acercó una vez más al orificio circular. La mujer dentro parecía sufrir una serie de convulsiones y Lobo, después de comprobar que Caperucita no se aproximaba, entró a la casa.
Lo primero que sintió fue el agrio olor de la muerte -que por supuesto, ningún humano sería capaz de percibir aunque se esforzarse-. Un tufo consistente y casi tangible que emanaba de la cama de la viejecilla. Al llegar a esta, notó que al parecer las convulsiones se habían detenido y la anciana yacía acostada sobre la espalda, con la piel aún sudorosa, sin embargo inmóvil.
Tras acercarse un poco y comprobar que su pecho no se hinchaba con la respiración, acercó la oreja al mismo, y entonces estuvo seguro de que la mujer ya estaba descansando. Para siempre.
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Caperucita roja y El lobo feroz
NouvellesVen, acércate, te voy a contar una historia. No es de héroes con armaduras, ni princesas de largas cabelleras, ésta se trata de una joven de caperuza roja; suena trillado, ¿verdad? Pero yo te voy a contar lo que en realidad pasó. Has leído y escucha...