Capítulo 38

45 5 0
                                    

Camino de un lado a otro atendiendo a los comensales y sintiendo una mirada pesada en mi espalda.

No sé si es porque es así de verdad, o porque mi padre está en el restaurante esperando terminar los libros contables para dictar la hora de mi muerte.

–No seas dramática –me reprende Ángel mientras que acomoda el pedido en su bandeja.

Abro los ojos espantada–. ¿Lo dije nuevamente en voz alta?

Su risa me distrae tantos segundos que casi me hacen olvidar que hay muros en la costa.

–No. Lo digo por tu cara, casi leo lo que está pasando por esa cabecita tuya –Acerca sus manos y estira las comisuras de mis labios–. Sonríe, cariño, que espantarás a los clientes.

Coloco una sonrisa falsa para satisfacerlo y me retiro fingiendo estar indignada, con mi bandeja.

–Aquí tienen su pedido –Deposito las bebidas con cuidado en la mesa–. ¿Desean algo más?

–No, gracias.

Asiento y recuerdo que debo colocar una sonrisa.

–Me retiro.

Camino unos cuantos pasos hasta que veo a mi padre salir al salón.

–Papi

Sí, que no se note lo asustada.

Mueve su cabeza como un leve saludo–. ¿Puedes llamar al chico para que se vayan a cambiar y hablemos? Acaban de terminar sus turnos.

Sin nada que decir, redirijo mis pasos hacia la barra. Angel se encuentra tan tranquilo limpiando los implementos, es como si no fuera a conocer a su suegro de manera oficial.

No sé si envidiarlo o agarrarlo por tonto.

Toco su hombro–. Ya podemos irnos. Mi papá dijo que nos cambiemos para hablar.

No me doy cuenta que estoy torturando a mi labio hasta que el ojiazul me ve y lo toca para liberarlo de mis dientes.

Le dedico una leve sonrisa que termina transformandose en una mueca y él no tarda en acariciar mi mejilla como si tratara de decirme que no pasará algo.

–Está bien, ve adelantándote, esperaré un rato a que nuestros compañeros terminen de cambiarse para que nos remplacen.

Pasando ya una hora, los tres nos encontramos sentados en mi sala: Ángel sereno, yo con los nervios a mil y mi papá escaneandonos.

–Bien, ¿desde cuándo están juntos?

–Desde hace dos semanas –responde automáticamente el pelinegro a mi padre.

Observo cómo mi padre levanta una ceja.

–¿Podrías presentarte?

–Lo lamento, señor –Estira su mano–. Mi nombre es Ángel Collins, estudio con Medalyd en el mismo año.

–Es algo muy cliché, pero ¿qué intenciones tienes con mi hija?

–Tener una bonita relación en la que ambos nos hacemos felices –Voltea a mi mirarme–. No sé si Medalyd piensa lo mismo, pero yo no miro nuestra relación como algo de una etapa de mi vida, yo lo veo como el comienzo de toda una vida juntos.

Estoy por abrir la boca, pero siento como Ángel acaricia mi mano antes de continuar:

–Si usted y Dios me lo permite, deseo que Medalyd más adelante tome mi apellido.

Espera, what's? ¿Qué pasó aquí?

¿Era mi pedida y no me enteré?

Mi papá se levanta del sillón, impactado por lo que acaba de escuchar–. ¿Acabas de pedirme la mano de mi hija?

Un secreto hecho collarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora