El diario

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Al caer la tarde, cuando se escuchaba el portazo y los pasos apresurados en las escaleras, el diario sabía que la tan ansiada hora había llegado.
La chica era tan rápida que ni siquiera era visible a sus ojos. No la veía entrar a la (muy rosada) habitación, sólo sentía el cálido contacto de sus manos sobre su pasta dura.
Para el diario, era inevitable mostrar una enorme sonrisa en esos momentos; eran simplemente los mejores.
La chica se arrojaba a la cama, aún con el diario en sus manos, junto con un bolígrafo. Se colocaba boca-abajo y levantaba las piernas (tan sólo la mitad inferior), moviéndolas como un sube y baja. Ya en posición cómoda, ella se dedicaba a plasmar lo ocurrido en su día sobre las hojas. Solía deslizar sus dedos al compás de la pluma mientras lo hacía. Aquello le provocaba cosquillas al diario, sin embargo, no importaba cuán alto se ríera, la muchacha nunca lo escuchaba.
Se encendía un vínculo, un lazo, una conexión entre ellos dos con gran magnitud. El diario la había escuchado un par de veces llorar, porque la chica decía no tener amigos. Él siempre intentó decirle que allí estaba para ella, que no la abandonaría, que estaba para escucharla y que siempre le contara sobre su vida, y que nunca se cansaría de ello. Hubiera querido decirle que él sí era su amigo. Y que también, como ella, deseaba con muchas ganas que... ¿Cómo le dice? ¡Ah sí! Que se atreviera a hablarle a su Crush.
Algunas veces, mientras ella le contaba sobre la escuela y lo aburrida que era, en especial la clase de matemáticas, el diario se dedicaba a mirarla a los ojos, y analizaba la forma en que ella lo miraba. No sabía cómo describir lo que sentía, pero según lo que había aprendido sobre la expresión de las personas, podía asegurar que quería a esa chica.
Y la historia se repetía día tras día, la castaña llegaba todas las tardes y le contaba al diario lo ocurrido. Algunas veces los hechos resultaban más interesantes que en otros, si le permitían opinar.
Y la cosa siguió, semana tras semana. El diario no caía en la rutina, cada vez la disfrutaba al máximo. Se imaginaba a su amiga y a él... para siempre. Aún no sabía que no sería así.
La pesadilla empezó cuando las hojas del diario comenzaron a agotarse, cuando notó que la chica se limitaba cada vez en sus descripciones y era más cortante. Sin embargo, dedujo todo el asunto cuando la vio entrar con otro de su familia en manos: una libreta aún más grande y colorida, con olor a nuevo.
El diario hubiera deseado que le dieran la oportunidad de despedirse, de asimilarlo... pero no tuvo tiempo.
La chica lo tomó y lo depositó en la repisa más alta y empolvada del librero, al fondo de la habitación.
No importó la cantidad de lágrimas que soltó, ella nunca lo escuchó. El diario se dio cuenta de que estaba demasiado ocupada compartiendo sus nuevas memorias con su nuevo amigo, mientras lo olvidaba a él, junto con los demás  que también habían sido abandonados.
Todo fue cruel, frío y repentino. No hubo chance, aviso o mensaje. De un momento a otro, se hundió hasta el fondo del estanque. Y ya en la profunda oscuridad, tan sólo le quedó recordar aquellos momentos en los que aquella amistad especial no le había parecido pasajera.

- D.

Relatos Espontáneos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora