El día estuvo pésimo: La lluvia, el embotellamiento subsiguiente y el fin de quincena, parecen haberse conjurado para llevarse lejos, las últimas esperanzas que le quedan a Amanda para juntar el dinero del alquiler que se vence mañana. Tampoco le gusta transitar por aquellas solitarias calles, le dan mala espina, pero constituye la manera más rápida de llegar temprano a su hogar. Trabajar de taxista no es su manera ideal de ganarse la vida, sin embargo, es con lo único que cuenta (por ahora) para llevar el pan a sus hijas.
"Por ahora". Es la frase más repetida, en su día a día, al intentar convencerse de que todo aquello es pasajero. Pensar que trabajando con ahínco puede salir adelante, terminar su carrera... Hacer lo que en realidad le satisface: Escribir cuentos infantiles, llegar al corazón de los más pequeños, iluminar sus caras con una sonrisa, ayudarlos a seguir soñando con algo más allá de lo visible y material.
Un hombre, sale de repente en la oscuridad de la noche, abalanzándose sobre su auto. Apenas le da tiempo de maniobrar para evitar arrollarlo. – ¡Busca a otro a quien joderle la vida! –grita entre asustada y rabiosa. — ¡Payaso! —se dispone a alejarse a toda prisa cuando nota su estado: Muy ensangrentado, con la ropa pegada a la piel por la humedad y el rostro desfigurado, se aferra desesperado, a la ventanilla semi abierta del carro, suplicante: – ¡Ayúdeme por favor, me siguen para matarme!
Lo último que necesita en su vida son más problemas, menos aún de esa índole. Sin pizca de remordimiento, da marcha atrás, girando en "U" con la abierta intención de huir a la velocidad del rayo.
Justo antes de pasar por su lado. —sin saber la razón.— cambia de idea, le quita el seguro a la portezuela y le permite subir, acelerando luego a fondo, convencida que se arrepentirá toda su vida, de no haber confiado en su primer impulso.
−¡Gracias! –dice en un suspiro su inesperado pasajero, al tropezarla contra su voluntad, por la violencia de la arrancada. –Acaba de salvarme la vida, pero no quiero complicar la suya. –intenta enderezarse un poco, a pesar de su evidente dolor. –Deme un número donde pueda localizarla luego para recompensarla y déjeme cerca de un centro asistencial.
−¡Olvídelo! –desvía la vista hacia la carretera, su aspecto la afecta demasiado. Tiene una herida en el bajo vientre que mantiene apretada con una mano tan manchada de sangre como el resto de su cuerpo. –"Hoy por ti, mañana por mí". –repite una frase muy usada por su madre, antes de dejarlo a pocos metros, de la puerta de emergencias del primer hospital encontrado a su paso. Espera verlo entrar y ser auxiliado por el personal de guardia, antes de volverse a perder en la niebla decembrina.
En tantos años trabajando en las calles de Caracas, es la primera vez que le ocurre algo tan... ¿Abrumador? No encuentra las palabras exactas para describirlo. Está aterrada y feliz. Asustada y satisfecha. Está... ¡Enloqueciendo! Mejor se toma algo fuerte para poder manejar hasta su casa. Decidida a recuperar su aplomo, estaciona frente al bar, donde suele reunirse con sus compañeros de trabajo. Cuando baja, las piernas aún le tiemblan, negándose a obedecer. Da un traspié, pero Ricardo detiene su inminente caída
−¿Qué pasó mi bella? –pregunta extrañado. —¿Colgaste los hábitos y decidiste probar lo bueno de la vida?
−No digas tonterías. –se defiende, sin mirarlo. –No soy monja para colgar nada. –lo aparta molesta. No le gusta darle ningún tipo de confianza por considerarlo un machista, atrevido. —Y aunque tú no lo creas, siempre he sabido disfrutar lo bueno de la vida. —sigue hasta el fondo, pidiendo al barman: –Dame lo más fuerte y barato que tengas, por favor. –paga con lo último que le queda en los bolsillos y se deja caer en el taburete, tratando de poner en orden sus ideas. Incluso ahora, en aquel ambiente tan conocido por ella, se siente vigilada, amenazada... ¡En peligro! Estuvo a punto de morir, por no obedecer a sus instintos naturales. Ella no acostumbra usar esos atajos, recoger pasajeros fuera de su zona de trabajo y jamás... ¡Montar heridos en su carro! Esas son las mayores prohibiciones de los taxistas nocturnos, para conservar intacto su propio pellejo. Y las ha roto todas en menos de cinco minutos. ¿La razón? Ni ella misma puede explicarla. Cansada, oculta el rostro entre las manos, apoyando los codos en la barra.
−¿Te sientes bien? –insiste Ricardo. A pesar de su eterno rechazo, no pierde las esperanzas de tener algo con Amanda. – ¿Te puedo ayudar? –nunca la vio tan afectada. –Si quieres, te llevo a tu casa. —se ofrece amable. – ¡De pana! —aclara conociendo de antemano su respuesta. – Sin segundas intenciones. —lo inquieta de veras. –¿Te asaltaron? ¿Qué te hicieron?
—Nada que un baño caliente y una noche de descanso, no logre borrar. —descubre de nuevo su rostro, antes de levantarse. –¡Gracias por preocuparte! —cambia el habitual tono de desdén usado con él – ¡Tranquilo que el equipo gana! Y mañana es un nuevo día. –sin dar ninguna explicación, se marcha, dejándolo desconcertado.
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La Segunda Oportunidad
RomanceAmanda es taxista nocturna, aunque con muchos sueños y esperanzas truncados, lo más que le preocupa es el bienestar de su familia. Adrián, un solitario cansado de luchar y huir. Juntos viven una aventura insólita e inesperada donde se conjuga el sus...