Descubrimiento

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Aunque todavía sigue un poco cansado, ya está casi listo para enfrentar su mayor reto: Encontrar a su padre...  Pero primero debe arreglar ciertos asuntos. Unos muy agradables; los otros, no tanto. Mejor empieza por los agradables: Amalia y Amelia. Convencerlas de usar sus nuevos nombres a través del juego y no de una imposición traumatizante.

Cerrando los ojos, se estira en la cama, llamándolas mentalmente. Los niños suelen ser más receptivos que los adultos en cuanto a captación de pensamientos se refiere.

−¡Hola! –entran corriendo juntas.

−¡Al fin te despertaste! –se acerca resuelta Amalia –Llevas días como muerto.

−¡Le ganas a mi mamá durmiendo! –comenta Amelia detrás de su hermana menor.

Con el cabello ensortijado como su madre y unos enormes ojos color almendra, es casi imposible diferenciarlas. Las detalla con esmero, buscando algo más que la estatura para identificarlas: Piel morena tostada por el sol, largas pestañas; labios carnosos, bien dibujados. Ningún lunar o señal visible que las destacara. Tal vez que el cabello de Amalia es un poco más claro y menos rizado, o que Amelia tiene los dientes inferiores un tanto separados, no es suficiente para convencerlas. Es más seguro confiar en su instinto y diferenciarlas por la personalidad, gestos, tono de voz o sencillamente porque una se come las uñas, mientras la otra no.

−Enfermé, necesitaba descansar –responde después de identificarlas a plenitud mentalmente –Pero ya estoy bien y me gustaría jugar con ustedes.

−¿Jugar? –como siempre es Amalia la primera en reaccionar –Pero ya no eres un niño y los adultos casi siempre son aburridos o están muy ocupados.

−Pues yo intentaré no aburrirlas.

−¿A qué jugamos contigo acostadote ahí? –reprocha Amelia.

−¿Les gustan las apuestas? –ve brillar sus ojos con malicia.

−¡Claro tonto! –afirma Amalia.

−¿Y cuál será el premio? –se interesa Amelia.

−Hacer lo que el otro escoja –anuncia complacido.

−¿Lo que sea? –sonríe triunfante Amalia, sabiéndose ganadora.

−¡Solamente si la apuesta la ponemos nosotras! –afirma Amelia.

−Como gusten – muerden su anzuelo –Pero después no se pueden arrepentir.

−Ni tú tampoco –se miran con complicidad ambas hermanas, diciendo al unísono – ¡Jamás, jamás!

−Es un trato –se sienta en la cama, colocándose una mano en el corazón, levanta la otra solemnemente.

−¡Muy bien! –aceptan satisfechas –Si ganamos, nunca podrás negarte a nada que  pidamos –les agrada aquel joven desde la primera vez que lo vieran durmiendo como un niño.

La Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora