Guayana

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 Amanda  debe confiar en la experiencia de Arambulet, en las tácticas de combate. Además, ya no puede con su alma. No sabe cuántas horas lleva despierta, necesita reponer energías para poder enfrentar cuanto  les espere. A pesar de la desesperación por la terrible situación de su familia, se obliga a dormir, mientras vuelan hacia Guayana.

El plan consiste en hacer el mayor alboroto posible para distraer la atención de Ludendorff y así localizar a Adrián. Cuenta con su ayuda para rescatar a sus hijas de manos de Irán Siegler. Los helicópteros llegan disparando desde arriba a todo lo que se mueve, mientras los soldados saltan con paracaídas por otro lado para evitar ser vistos.

−El complejo es muy parecido al de Galipán. –explica Amanda a Arambulet. –La parte exterior es pura fachada, un disfraz para no llamar la atención. – dibuja un bosquejo de cuanto percibe. –Es mejor separarnos para cubrir mayor espacio, en el menor tiempo. – el capitán se está familiarizado con su terquedad y manera de hacer las cosas, ya no opina a pesar de lo que piensa.

Armada hasta los dientes y dispuesta a todo para rescatar a su familia, Amanda toca tierra husmeando el ambiente en busca de Adrián.

Tanto que le costó pasar desapercibido a los radares de Ludendorff y ahora que están a punto de sorprenderlos con la ayuda de Van Helmont que conoce los túneles y pasadizos secretos del lugar, llega Amanda con todo aquel ruido, porque no puede ser otra que ella. ¿Es que nunca aprenderá a obedecerlo? – ¿Dónde andas escandalosa? –se comunica a distancia con ella.

-No hay circo sin fanfarrias y parece que a tu dueña, le gusta mucho hacerse notar. –se burla Van Helmont, sorprendido de poder hablarle sin palabras

−¡Te necesito! –a pesar de su difícil situación, le alegra poder sentirlo dentro de ella. –Hirieron a Mercedes, llevándose a mamá y las niñas.

−Vamos en su busca. –Tan compenetrados están ambos, que sin saber cómo, Van Helmont conferencia psíquicamente, con los dos a la vez.

−¿Con quién estás? –se asombra al escuchar otra voz en su cabeza. –¿Cuántos más como nosotros hay?

−A lo sumo... –se divierte Van Helmont, ante tan extraña circunstancia. –Yo. –jamás en toda su vida se sintió tan acompañado y aunque no quiera aceptarlo: comprendido por alguien. –Es muy difícil crear monstruos en serie. –trata de restar importancia a sus emociones.

−¿Dónde te encuentras? –se entromete Adrián celoso. Nunca ha experimentado aquella sensación. De Seguro, porque jamás imaginó llegar a formar uno, con otro ser humano.

−En un túnel de paredes escarpadas, con muchos pasadizos. –alumbra con una linterna. –ahora voy pasando una gruta en donde parece haber agua subterránea.

−Sigue derecho y nos encontrarás –indica Van Helmont. –Estamos como a diez metros más adelante.

Corriendo a toda la velocidad que le permite lo escabroso del terreno, los alcanza, envuelta en la penumbra. Adrián va adelante y otra persona detrás. Sin pensarlo dos veces, lo ataca por la espalda. De una zancadilla, lo derriba. Después le asesta una patada en la cara para impedir que se levante. Acostumbrado a las palizas de Ludendorff, logra ponerse de pie, pero al intentar atacarla, Amanda lo sujeta por un brazo y haciéndolo rodar sobre su espalda, lo estrella contra la pared con estrépito. –Acabó de rescatarlo de manos de un maníaco, no permitiré que venga otro a secuestrarlo. –se dispone a rematarlo, pero Adrián  lo impide, abrazándola por detrás.

−No me secuestra. –habla a su enfurecida mente. –Me ayuda a rescatar las niñas. –dando la vuelta sobre sus pies, se guinda a su cuello besándolo, emocionada. En lugar de rechazarla o regañarla como es su intención, por desobediente y testaruda. La estrecha con fuerza, feliz, correspondiendo goloso a su caricia. –¿Dónde está Arambulet? ¿Por qué viniste sola? –comienza a reprochar –Cómo se te ocurre...

La Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora