7.

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Frente al espectro

Mis ojos son un rasgo del que siempre me he sentido orgullosa, mi característica más resaltante. Me siento feliz por ese brillo intenso con algunos tintes negros que se desprenden de su color azulado, y por la marca indeleble que deja en cada una de las personas que han pasado por mi vida durante mis veinticinco años. Nunca he deseado que sea de esta forma, pero sin pensarlo y sin proponérmelo, se han convertido en un punto de referencia dentro del hospital. "Diríjase hasta donde se encuentra la doctora de ojos azules para que ella le aplique un antibiótico". "Camine hacia esa puerta y cuando vea a la chica de ojos azules, le pide que le entregue el expediente". "Todas las practicantes, acérquense hasta la doctora de ojos azules, ella les indicará cuáles serán sus funciones el día de hoy". Esas y otras mil quinientas referencias más me acompañan durante mi rutina diaria. Esto ha llegado a tal extremo que algunos de mis colegas en lugar de llamarme Evie Walsh me llaman Evie Blue.

     Por más que lo intento no logro asimilar que unos ojos tan dulces, hermosos y de un color tan especial, se hayan convertido en el único puente existente entre la vida y la muerte, en lo único conocido que puede erradicar la vida de este mundo. ¡Hewis debe estar mintiendo! ¡Maldita sea, ojalá que esté mintiendo!

     Me acerco despacio a la pantalla de la televisión, que ya se encuentra apagada desde hace algunos minutos. Al estar cerca, surge en mi interior cierto temor de reflejarme en ella, y es apenas lógico que lo sienta, ya que no sabría qué hacer si encuentro algo diferente; algo espeluznante que no sea igual a lo que veo cada mañana al levantarme de mi cama y ponerme frente al espejo.

     La ansiedad se apodera poco a poco de mi cuerpo hasta capturar cada uno de mis sentidos. Mi vista se desvía hacia cualquier lugar que no sea la pantalla. Mi oído escucha un pequeño ruido producido por el ambiente que hay afuera del vehículo y mis manos comienzan a recorrer cada extremidad de mi cuerpo, tardando algunos segundos en acostumbrarse al frío producido por el miedo que consume cada parte de mi piel.

     —No cree en lo que le dije ¿verdad? —Ya se estaba tardando en abrir la boca el desgraciado de Hewis. Logra asustarme un poco mientras camino hacia la pantalla.

     —Solo espero que, por su bien, no sea verdad —le respondo. Respiro profundo y termino de acercarme a la pantalla—. Porque de ser así, usted será el primero al que buscaré para guiñarle el ojo.

     —¿Tanto me detesta?

     —¿Quiere que lo ame después de tenerme amarrada y encerrada como a un marrano?

     —Lo hacemos por su seguridad y la nuestra, creo que ya se lo he dicho antes.

     —¡Su seguridad es lo único que va a estar en riesgo cuando salga de aquí, Hewis! —lo amenazo—. Mejor cierre la boca y no me interrumpa más. Necesito constatar lo que acaba de decirme.

     —Es mejor no enfrascarnos en discusiones sin sentido —me dice, suavizando el tono de su voz—. Termine de acercarse y cuénteme cualquier cosa que le parezca extraña.

     Avanzo hacia la pantalla hasta que acerco mi rostro por completo a ella; lo hago tan cerca que hasta rozo mi nariz con el vidrio y logro sentir la leve corriente que aún se desprende de ella. Me quedo así por algunos segundos, hasta que mis ojos se topan con sus gemelos; con su reflejo calcado que parece perdido al otro lado. No es igual que verse en un espejo, pero la imagen es tan clara como para distinguir cualquier cosa extraña que se aloje dentro de mi iris o mis pupilas. Nunca en mi vida he aguantado tanto sin espabilar, pero tengo que quedarme quieta y con mis ojos bien abiertos hasta que encuentre algo que me permita entender lo que hay en ellos; hasta que pueda comprender por qué dejaron de ser tiernos para convertirse en un monstruo que mata personas. Cuando escuché a Hewis decir esas tonterías, estuve segura o casi convencida de que estaba mintiendo y solo era cuestión de tiempo para comprobarlo y restregárselo al maldito en la cara. El tiempo es mi aliado y parece darme la razón por algunos segundos, pero el mismo tiempo, ese que consideraba mi cómplice, se encarga poco después de devolvérsela a Hewis y confirmarme cada una de sus palabras.

LA MUERTE TIENE OJOS AZULES (Disponible en Librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora