16.

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El iris del tiempo

Sigo con la venda amarrada a mi cabeza, permanezco en la oscuridad, pero puedo escuchar el ruido estruendoso que inunda el ambiente allá afuera. Las balas no cesan, ni mucho menos las explosiones que, cual murciélagos, arman su fiesta con al caer la noche. La ciudad está convertida en un infierno y el diablo solo parece querer salir cuando no hay rastros del día. Son unas noches llenas de fuego, de ruido ensordecedor, de gente loca, pero a su vez, escasas de muerte. Todos saben que nada puede dañarlos y eso les da la valentía que en otras circunstancias no tendrían. La ausencia de muerte los impulsa a convertirse en monstruos; en demonios miserables que no pueden vivir sin que todo a su alrededor esté ardiendo. Quieren involucrar en su guerra infructuosa a todos, incluso a aquellos que piensan que el bien va más allá de si hay muerte o no. Esos pocos demonios, vestidos de personas como nosotros, quieren acabar con todo lo que hasta hace poco era defectuoso, pero aun así era hermoso. Los edificios arden, los vidrios caen como gotas de lluvia en plena tormenta, las calles se llenan de barricadas, de armas y de todo aquello que prueba que el hombre es un animal decadente, el peor de todos, el menos inteligente, y el único que no sabe apreciar el valor de una vida eterna... de una vida sin muerte.

     Mi hija se durmió recostada en mi brazo y, por lo encantada que estaba por tenerla conmigo, no me di cuenta en qué momento lo hizo. Nada me gustaría más que quedarme con ella toda la noche, abrazándola y protegiendo sus orejitas de ese ruido infernal cargado de guerra que carcome las calles, pero aún tengo muchas preguntas. Tengo la mente convertida en una ciudad de dudas y no puedo dormir tranquila sin que todas ellas, o al menos la mayoría, sean resueltas.

     Me incorporo con lentitud, acomodando la cabeza de mi pequeña sobre la almohada sin que despierte. Camino hasta el closet, cuya ubicación conocía de antemano y saco una cobija para abrigar a mi hija. La dejo dormida, tal vez soñando con un mundo lleno de ratones iguales a Mickey Mouse, mientras yo salgo del cuarto y me dirijo hasta mi realidad, una realidad donde ese mismo Mickey Mouse moriría si estuviera frente a mí.

     Salgo del cuarto y cierro la puerta. Avanzo algunos metros, guiada por el sonido de la televisión que se encuentra encendida. Cada vez me acostumbro más a mi condición, a mi ceguera obligada, pero no deja de ser incómodo vivir en un mundo sin luz. Ahora entiendo que la indiferencia del hombre es tan terrible como cualquier otro pecado. Nadie está libre de caer en desgracia, de quedarse ciego, mudo o perder alguna de sus extremidades, pero la indiferencia ocasiona que nada de eso importe y que los veamos como si la culpa de estar en ese estado fuera de ellos mismos. Ahora entiendo mi propia indiferencia ante aquellos que en algún momento iban a buscarme en el hospital para que les ofreciera una salida, una luz en medio de su ceguera, pero se encontraban con alguien que, aunque tenía sus hermosos ojos en perfectas condiciones, estaba más ciega que ellos. Yo era alguien que no estaba en la capacidad de ofrecerles una salida, sino la entrada a un túnel de continua oscuridad.

     Llego a la sala, no siento a nadie, solo sé que la televisión está encendida. No es tan tarde como para que se hayan ido a dormir, así que debieron irse para algún lado. Me siento en el mueble, frente a la televisión. Estoy a punto de deshacerme de la venda para observar un poco cómo arde el mundo, hasta que una voz sale de la nada y logra hacerme tambalear.

     —Adelante, Evie —dice Darren. El tono de su voz se me hace reconocible—. Quítese la venda si desea. Mi padre no está en la casa.

     —Ah, ¿no? —le pregunto mientras tomo aire de nuevo y dirijo mis manos a la parte trasera de mi cabeza—. ¿Para donde se fue el ogro ese? Y más a esta hora en que la ciudad está vuelta mierda.

     —Es extraño que usted le diga ogro porque él dice lo mismo de usted —ríe—. Mi padre se fue para donde un amigo. Un coronel del ejército que nos ha estado ayudando todo este tiempo.

LA MUERTE TIENE OJOS AZULES (Disponible en Librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora