11.

1K 88 3
                                    

 CULPABLE

Sus golpes repetidos y desesperados, la forma en que noto que me mira y las palabras que expresa en medio de su miedo, se parecen mucho a cierto paciente que comenzó a sufrir de esquizofrenia cuando se enteró de la muerte de su esposa.

     La encargada de darle la noticia fue mi compañera Stefany, una chica que estudió en la misma universidad de medicina que yo y que, por cosas de la suerte o de la vida, entró a trabajar junto a mí en el hospital. Ella era un poco más afectiva, cariñosa y expresiva que cualquiera de las que trabajábamos allí, y, por ende, estas cualidades la convertían en la persona más propicia para este tipo de situaciones.

     —Lo sentimos mucho, señor Jackson —le reportó ella al hombre, mientras ponía una mano en su hombro y emitía algunos gestos tiernos—. De verdad lo sentimos, pero su esposa acaba de fallecer.

     Su discurso podía culparse de ser repetitivo y formar parte de un libreto que se pronunciaba de la misma forma una y otra vez. Pensándolo bien, cualquiera podría decir las mismas palabras sin necesidad de hacer ningún tipo de estudios ni ensayar demasiado, pero era su expresión, y esa capacidad de sentir el dolor de los demás, lo que la diferenciaba del resto de nosotras y la convertía en la persona perfecta para cargar el título de: "emisora de noticias trágicas".

     El hombre guardó silencio por unos instantes cuando Stefany le dijo aquellas palabras, pero después de más o menos un minuto, se levantó de prisa y se dirigió hasta la habitación donde yacía su esposa recién fallecida. Intentó abrir la puerta para entrar, pero el seguro interno que tenía no se lo permitió, así que comenzó a golpearla como si quisiera tumbarla.

     —¡Anabel...! —gritaba el hombre sin dejar de golpear la puerta—. ¡Anabel! ¡Anabel! ¡Anabel! —Uno de los médicos se acercó para intentar calmarlo, pero el hombre se zafó de él y lo arrojó al suelo con una fuerza inusual—. ¡Quieren matarnos, Anabel! ¡Te salvaré, mi amor! ¡Espérame, yo voy a salvarte!

     Ya los puños no bastaban y comenzó a patear la puerta hasta que, al fin, varios médicos se unieron y lo sometieron contra el suelo.

     —¡Déjennos salir! —repetía incesantemente—. ¡Déjenme ir con mi esposa! ¡Déjennos ir!

     El hombre tuvo que ser llevado a un centro asistencial, mientras Stefany y yo nos quedamos pasmadas, mirando lo que sucedía. Entendí en aquel momento que cada quien reacciona de manera distinta ante el miedo y que cada persona grita o se calla a su manera ante el terror que le produce su mayor miedo. Pocos días después, nos dimos cuenta de que aquella fallecida mujer era su única compañía y quien lo ayudaba a superar sus accesos ocasionales de locura. El mayor miedo de aquel hombre sin duda era perder a la única persona que sabía cómo sobrellevarlo.

     Percibo ese mismo terror y una reacción similar en este hombre mientras golpea la puerta y ve que yo me acerco a él con la cabeza baja.

     —¡Déjenme salir...! —repite al tiempo que intenta abrir la puerta metálica de aquel subterráneo—. ¡Déjenme salir, por favor!

     —¿No dijiste que ibas a violarme? —le digo con mi vista agachada mientras extiendo mis brazos y sonrío—. ¿Por qué no vienes? Quiero aceptar la propuesta que me hiciste.

     —¿Quién es usted? —El hombre está aterrado. No puedo ver su cara, pero siento su miedo expresado de todas las formas posibles—. ¿Qué demonios es usted?

     —Soy la muerte, maldito infeliz —le respondo—. Y me aseguraré de arrastrarte y llevarte conmigo al infierno.

     Miro mis manos que han comenzado a tornarse negras, como si una mancha de petróleo se extendiera sobre mi piel. La muerte se apodera poco a poco de mi cuerpo, de mi voz y hasta de mi pensamiento. Siento un desenfrenado deseo de matar todo lo que se ponga en mi camino.

LA MUERTE TIENE OJOS AZULES (Disponible en Librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora