14.

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Ojos gemelos

—Evie... —escucho una voz—. Despierte, Evie —Me sacude los hombros—. Despierte. Ya es hora de irnos.

     Ese llamado indica solo una cosa; la luz del día ya apareció. Durante estas horas, nunca sentí que me hubiera dormido un solo minuto, pero si descansé mi alma y mi cuerpo mientras me dejaba llevar por la oscuridad y el silencio. No había necesidad de preguntarme por qué no tenía sueño, ya que era lo más lógico después de haber estado dormida por más de dos semanas.

     El extraño me toma de la mano y me levanta. Salimos del lugar y comenzamos nuestro camino de nuevo; de la misma forma en que lo hicimos el día anterior. El avance es lento, pausado, cauteloso y todo esto porque tenemos que ir sorteando los obstáculos que se van presentado. La ciudad está en guerra y hay múltiples enfrentamientos entre diferentes turbas contra el estado; razón que llevó al gobierno a declarar un estado de excepción. Había ejército y hombres armados por todas partes, y era casi imposible andar en vehículos sin ser asaltados por alguna pandilla o ser detenidos en algún retén militar. Por esto se hacía más práctico caminar e ir ocultándose entre los edificios; de esta forma pasaríamos un poco más desapercibidos.

     Pasan varias horas. Horas de incertidumbre donde sorteamos varios enfrentamientos, balaceras y otros acontecimientos que se desarrollan en esta loca ciudad. Caminamos por momentos y corremos durante muchos más, hasta que al fin llegamos a un lugar que parece ser nuestro destino. El extraño me da indicaciones y conduce mis manos hasta una escalera metálica, de esas pequeñas que se utilizan para subir a las azoteas.

     —Creo que llegamos —me dice mientras pone mis manos en las escaleras—. Tenemos que subir por la parte trasera de la casa para no ser vistos. Son doce metros hasta el techo, así que es mejor que nos apresuremos.

     —¿Qué es este lugar?

     —Es mi casa. Nos tardamos un poco porque está en las afueras de la ciudad. Aquí estará segura por un tiempo.

     —¿Segura de quién? ¿Del ejército, de la CIA, o de usted?

     —No crea que soy su enemigo, Evie. Solo fui enviado para ayudarla.

     —Usted me dijo que hoy me respondería todas mis preguntas. Así que le exijo que lo haga.

     —Por ahora es mejor que suba las escaleras. Alguien puede vernos y no será bueno para usted si eso sucede.

     —¡Y a mí que me importa que algún idiota me vea! —protesto alzando mi voz—. ¡Ya estoy cansada de que me traten como a una marioneta!

     —Hay alguien arriba que está esperándola, ¿está bien? Por eso necesito que se apresure.

     —¿Quién me está esperando...? —Suelto mis manos de los barrotes—. ¡No voy a moverme de aquí ni voy a subir esta escalera hasta que no me lo diga! —sentencio.

     —Usted es una mujer muy terca —Escucho que suspira—. Dentro de la casa está su hija, ¿okay? —me informa—. Ella está esperándola.

     —¿Mi hija...? —Sus palabras casi me provocan un desmayo de felicidad—. ¿Usted me está hablando en serio?

     —Nunca he hablado más en serio en la vida —responde—. Y si usted insiste en desobedecer y quedarse aquí, nos van a descubrir y se va a quedar con las ganas de verla.

     —Júreme que es verdad lo que dice.

     —Le juro que es cierto. Ahora sí, por favor —suplica—. ¿Podría comenzar a subir?

LA MUERTE TIENE OJOS AZULES (Disponible en Librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora