UNO

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Zester caminaba por las oscuras calles del pueblo. Vestía una capa negra hasta los pies que casi arrastraba por el suelo al caminar, y que tenía una amplia capucha que llevaba sobre su cabeza.

Avanzó con paso rápido, pegado a los muros de las casas bajas que se alineaban a un lado de la calle, hasta llegar a una casa rodeada por una verja negra y alta. La construcción de piedra gris, tenía dos pisos de altura, y una estructura sobria y austera.

El hombre giró su cabeza recorriendo con la mirada las calles vacías en la fría y oscura noche, asegurándose de que nadie podía verle, y se adentró en el callejón lateral de la propiedad.

Al final del callejón, la verja tenía una estrecha puerta con una enorme cerradura. El hombre sacó de debajo de su camisa una llave que llevaba colgada del cuello con un cordón de cuero negro, abrió la puerta y atravesó el jardín que rodeaba la casa, hasta una puerta de madera maciza, prácticamente oculta entre algunos arbustos en la parte posterior del edificio.

Golpeó la puerta tres veces seguidas, espero unos segundos, y luego volvió a golpear dos veces más. Poco después, el ventanuco de la puerta se abrió ligeramente y unos ojos azules miraron a través de él. El ventanuco se volvió a cerrar e inmediatamente se oyó el cerrojo de la puerta al abrirse.

El hombre atravesó la puerta y avanzó por el estrecho pasillo que descendía hasta un arco cubierto por una cortina roja. Allí retiró la capucha de su cabeza, se quitó la capa que colgó en un gancho que había en la pared de piedra junto a la entrada y atravesó la cortina.

La estancia al otro lado era una sala circular, con suelo de piedra gris y paredes pintadas en color tierra. En la parte central del techo abovedado colgaba una enorme lámpara de hierro de doce brazos, bajo la cual había colocada una gran mesa redonda. Alrededor de la mesa, había nueve sillas, de las cuales ocho, estaban ocupadas por hombres de entre 50 y 60 años que se giraron en cuanto oyeron entrar a Zester.

Uno de los hombres sentado en la mesa, el que ocupaba una silla de madera con aspecto de trono, se puso en pie. Era un hombre de unos 60 años, alto, corpulento, de pelo blanco y facciones duras. Sus ojos grandes y negros se clavaron en Zester, mirándole con un brillo expectante.

— Zester — dijo casi conteniendo la respiración — ¿Alguna novedad?

Zester asintió aguantándole la mirada. — Ya ha llegado señor.


Cuatro horas antes

— ¡Maldición, Yoongi! En serio, no me lo puedo creer — Namjoon entró en el salón y se acercó al sofá en el que Yoongi estaba tirado, con una botella de tequila en la mano y un porro en la otra.

Le quitó el porro de la mano y lo apagó en el cenicero que había sobre la mesa de centro, y luego cogió la botella y se fue hasta la cocina, donde la vació en el fregadero.

— ¡Eh! — Yoongi hizo amago de protestar, pero en cuanto intentó levantarse toda la habitación empezó a dar vueltas — ¡Mpff! ¡Mierda! —  Se volvió a dejar caer en el sofá y se cubrió los ojos con el antebrazo.

Oyó cómo Namjoon volvía de la cocina y cruzaba el salón hasta el ventanal que había detrás del sofá. Luego oyó el sonido de las cortinas al abrirse y la luz invadió la estancia, haciendo que se le saltaran las lágrimas por la falta de costumbre.

Llevaba cuatro días allí encerrado, con la cortina echada y las luces apagadas, dejando que solo el resplandor de la televisión diera algo de luz al entorno, lo justo para poder hacerse un porro detrás de otro y ver la botella de la que estaba bebiendo.

Everyland ࿐ · YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora