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Eres un psicópata —Lo escuché quejarse.Déjame ir de una maldita vez o pelea como hombre.
¿Pelear como hombre dices?—Me volteé a verlo. —Así las cosas son menos divertidas ¿no crees?—Sus ojos grises tomaron vuelo al ver el movimiento agudo de mi brazo derecho, cual sostenía una linda daga de metal. —Dí que lo sientes, dí que te sientes una mierda por haber sido tan mala persona —Tomé la grabadora con mi otra mano; apunté a su pecho con la daga y repetí. —Di que te sientes como una mierda pensando en todas las groserías que le dijiste a Sucrette; que le dijiste a Tn. Que por culpa tuya Sucrette ya no está...
¡Yo no lo hice!—Lloró. —Por favor Nath...
Primera vez y última que te repito esto Castiel; di que te sientes como una mierda pensando en todas las groserías que le dijiste a Sucrette, ahora te pido que no incluyas a Tn. Y por tú culpa, Sucrette tomó la opción del suicidio.

Natha...¡Aghh!—Reí ante el dolor agudo en su muslo izquierdo.

—Lo dices, porque lo dices —Ordené mientras le miraba con un odio que, desde lo que ocurrió con Debrah, había nacido en mí por él.

Y así lo hizo; después de todo, no afecta mentir una vez más antes de morir ¿no?

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Tocino y revoltillo, fueron las palabras que me hicieron despertar de un profundo sueño lleno de unicornios.

Tomé fuerza para incorporarme y mirar el reloj digital sobre la mesa de noche. Estrujé mis ojos intentando ver los números correctamente. Mis ojos, ya ajustado a la luz, vieron el reloj marcar las 6:00 a.m.

—Hoy trabajo —Pensé mirando la pared sin ninguna razón.

Y es que soy así; todas las mañanas me incorporo en la cama para solamente mirar la pared en lo que caigo en cuenta que ya desperté.

No sé ni cuando carajo se abrió la puerta, pero logré escuchar la voz de Nath llamarme, haciendo que diera media vuelta a mi cabeza perdida.

—Buenos días flan mío, te hice desayuno como una pequeña disculpa por lo de ayer —Esbozó una pequeña sonrisa mientras colocaba la pequeña bandeja, la cual tenía un plato de revoltillo y tocino y un vaso con 8oz de jugo de naranja. —Y porque debes trabajar en —miró el reloj digital. —En 40 minutos —Encogió sus hombros mientras se acercaba a mi rostro. —Buen provecho —Besó mi frente para así, sin decir nada, irse del cuarto.
—Estúpido —lancé la almohada usada por él a la puerta. —Oh, estúpida yo, ahora tengo que caminar a la puerta y sacudir la almohada —Miré cuán lejos había quedado la almohada. —Mucho trabajo, quedas como último cariño.

Y así, comencé a disfrutar del desayuno. No podía negar que sabía exquisito y que varias veces hice muecas de gusto. Al terminar, sentí la energía llegar a mí y sonreí.

—El poder de la comida —Salté de la cama y me estiré.

Comencé a buscar una ropa adecuada y formal en mi armario, ya que el trabajo que obtuve es en una empresa. Lista y sonriente, bajé las escaleras, observando el reloj marcar justo las 6:47 a.m.

—Nath, ya me voy, cuídate —. Lancé un beso fugaz en su dirección y me fui de allí.

—Sin duda llegué a tiempo —. Me dije para entrar a la empresa.

Miré ambos lados con anticipación y divisé los cabellos rubios de mi jefe.

Sangre detrás de la máscara; Nathaniel y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora