5. Lo Decreto

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Apestas. Apestas en serio... Nunca puedes ganar nada, ni siquiera si alguien intenta regalarte un triunfo. Eres una vergüenza. Para , para todos, y estoy seguro que hasta para ti. Nunca debimos tenerte. Eres un error.

Eres un error...

Un error...

Error...

Si el estopor de una una pinchada en el dedo te hace brincar de la impresion, las palabras rencorosas de mi padre, cual, no aguja, sino estaca de cobre, arraigan mis entrañas y las revuelven a su antojo. Un horrible dolor se instala en mis tripas. En mis manos. En mi cabeza. En mi pecho, dentro de él, por fuera de él.

Eres un error.

¿Por qué estoy pensando en esto ahora? No lo sé, no tengo modo de saberlo, quizás es porque esas fueron sus oraciones favoritas en lo que estuvo con vida y a mi lado, o quizás porque simplemente tenía mucha razón.

«No eres una perdedora, no todavía, puedes ganar, lo sabes» me aferro a ese pensamiento, apretujando la mano sudada de mi compañero. ¿Y si no? ¿Que voy a hacer si no?

Tarde es cuando siento lágrima tibias divagar por mis pómulos. Respiro profundo y ahogo un gemido de frustración. La luz incandescente de la cámara que está grabando el momento para después televisarlo nacionalmente, me encandila pese a tener los ojos cerrados, el público se queja por e silencio del anfitrión y él les pide calma, adjuntando a eso otro pedazo de chiste malo y carente de gracia.

Para mí todo es carente de gracia ahora.

– Un fortísimo aplauso para la academia...– Hace una pausa y la siento eterna.

Abro los ojos.

El tiempo parece detenerse pero se que no se detiene. Se que no esperaría por mí. Se que si gano o si pierdo, el tiempo seguirá imperturbable, seguirá su rumbo así mi mundo se esté cayendo a escombros.

Quisiera correr ahora mismo, arrebatarle esa maldita hoja y leer el resultado yo pero si hago eso me materia en graves problemas, aunque ganas no me faltan, ganas me sobran.

–... ¡¡¡SWANMONKISKY!!!


Es como escuchar el eco profundo de una casa vacía; suena una y otra vez, no se detiene, me hace añicos el alma, me llena los ojos de lágrimas y el corazón de tristeza.

Tapo la cara con mis manos, una ola de silencios y lamentos llega a mis oídos, los chicos, a mi lado, también están conmocionados, atónitos. Pese a que el público aplaude, y el anfitrión adula al equipo ganador, yo no puedo, —no quiero— seguir escuchando nada.
Alguien me abraza y dice palabras de aliento en mi oreja, pero yo no las oigo con claridad, he caído en ese monstruoso precipicio al que tanto miedo le tuve y le tengo: he caído directo al fracaso.

No siento las manos en mis mejillas, pues alguien se ha tomado el atrevimiento de secar mis lagrimas, sin embargo, la mirada la tengo perdida en un punto fijo, en un punto inconsciente del cual no quiero salir; es mi quiebre... Me he quebrado ante todos, estoy llorando ante todos, ¿Por qué lo estoy haciendo? ¿Qué me pasa? ¿Por qué no estamos recibiendo nuestro premio justo ahora?... ¿Por qué no he sido suficiente?

El silencio de la lógicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora