11. Soy Un Hombre

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«Dije que el amor es como no sentir miedo, cuando estás de pie frente al peligro, porque simplemente lo quieres demasiado...

Es como el Paraíso tomando el lugar de algo maligno y dejándolo arder a causa de la prisa...

Es como sonreír cuando el pelotón de fusilamiento está en contra tuya, pero te mantienes en la fila, así, feliz.

Bebé, ni un disparo en la cabeza borraría mi sonrisa

*

Labios compenetrándose, respiraciones pausadas, lenguas unidas por el deseo de estar atadas la una con la otra, narices rozándose y chocando entre sí, dientes raspando la piel sensible de los labios del otro. Besos húmedos, chasquidos de saliva, movimientos lentos, meneos imperceptibles...

Todo eso es lo único y predominante que se oye dentro de las paredes metálicas que conforman el viejo auto verde del chico tierno que tengo atrapado entre las piernas, que tengo enjaulado entre mis brazos que se niegan a soltarle, que tengo encarcelado con mis labios que se rehúsan a dejar los suyos en libertad.

Le escucho suspirar, le escucho gruñir, le escucho decirme lo mucho que le gustan mis besos y lo mucho que había estado deseando besarme. Habla entre jadeos, tomándome del cabello para moverme a un ángulo donde él pueda introducirse mejor en mi boca, con su lengua mágica y su curiosidad de niño bueno. Sin conseguir analizarlo o siquiera meditarlo, lo veo bajar su hermosa cara poco a poco, y siento de un momento a otro cómo roza la piel sensible de mi cuello en segundos con la punta fría de su nariz imperfecta, haciéndome cosquillas y llenándome de un éxtasis adictivo que me provoca pensamientos realmente enfermizos y obscenos acerca de la enorme cantidad de buenos usos que podría darle yo a esa boca deliciosa que tiene.

La respiración agitada que brota sin parar de su boca y nariz me hace estremecer, solo porque su aliento ha comenzado a unirse con el mío, a mezclarse con el mío. Gimo cuando mis dedos curiosos dan con el final de su sudadera y encuentran la piel suave de su abdomen, aunque un tato velluda, se siete increíble bajo mi tacto. Me separo de sus labios un segundo solo para darme el lujo de besar su mentón y probar el sabor de su cuello bajo mi mano libre, y noto que, cuando la punta de mi lengua hace contacto con su piel, los vellos de sus poros comienzan a alterarse dejando a su paso una adorable y encantadora piel de pollo. Río sobre la extensión de su cuerpo, sobre esa sensible partecita de piel, y siento que en un gesto inseguro y posesivo de su parte, me aprieta fuerte contra él hundiendo la cara en el hueco tibio de mi clavícula y hombro.

Me estremezco.

—Me sudan las manos. —dice entre jadeos, como alguien terriblemente agotado después de horas de ejercicio arduo— me suda todo justo ahora... hasta lo insudable... en serio.

Juego con el cabello acaramelado que tantos dolores de cabeza me ha causado por el deseo reprimido de no poder tocarlo antes, y me permito sonreír como una idiota, aprovechado la oportunidad de que él no está mirándome —¿Y eso por qué?

El silencio de la lógicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora