Capítulo 3: Agoney

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Los empujones de los agentes de la paz no le molestaban, pero los quejidos que provocaban en la tributo que lo acompañaba sí. Agoney seguía paralizado y tenían que hacer que anduviera. Sentía la boca seca y pastosa. No sabía cómo Miriam podía seguir hablando. Delante de las cámaras había sido un tributo ejemplar, pero ahora, mientras los trasladaban del Ayuntamiento a la estación de trenes del Distrito 4 en un automóvil blindado, parecía que le molestaba cualquier contacto de los agentes de la paz.

Agoney no sentía pena de ella. Si él pudiera, quizá también estaría pidiendo algo de espacio. Sentía el pulso de su propio corazón en sus manos e intentaba hacer movimientos suaves para no provocarse una taquicardia.

Casi no recordaba haberse despedido de su familia. Las últimas horas estaban pasando volando, pero, a la vez, el tiempo pasaba demasiado despacio dentro del automóvil. Sentada solo bajo la presencia de su mirada, Miriam parecía mucho más tranquila. La muchacha no apartó su mirada de la ventana para decirle:

— Deberías dejar de mirarme e intentar memorizar algo de esta ciudad.

Agoney sabía que tenía razón. Sabía que, si se llegara a dar la situación, Miriam podría ser la persona que lo matara. Ella no dudaría en hacerlo. Todo el mundo consideraba que el Distrito 4 no era su lugar, que ella era realmente una profesional. Las posibilidades de que acabara muerto en menos de tres meses eran tan altas que no quería intentar recordar detalles de una ciudad que solamente le provocaría sufrimiento al pensar en ella.

A pesar de todo, miró por la ventana, pero Agoney parecía no poder retener nada en su mente por más de unos segundos. Los edificios, las farolas, las pocas personas que transitaban la calle... Todo pasaba demasiado deprisa como para posar la vista. La cabeza le giraba y no podía parar la cascada de pensamientos que le sobrepasaban: Quizá si no hubieran elegido a Miriam alguien se hubiera presentado voluntario por el puesto de Agoney y él no estaría en esta situación; La mirada de su madre cuando la empujaban a abandonar la sala en la que se despidieron; Bambi en el patio trasero de la casa esperando a volver a meterse en su cama nada más él llegara; Las olas del mar mientras Agoney pescaba... Se estaba mareando.

Dentro del tren todo era demasiado brillante, pero se respiraba muerte. Agoney lo reconocía, era el que veía en los Juegos todos los años y dudaba que se usara para otras actividades. Tenía solamente una función: llevar tributos a la muerte.

"No todos mueren", pensó Agoney, "aunque tú sí".

Un agente de la paz volvió a empujarle y el chico avanzó hacia la profundidad del pulcro tren. Las puertas correderas se cerraron detrás suya y dejó de fluir el oxígeno por su cuerpo: estaba atrapado. Miriam se frenó delante de Agoney, pero este no se dio cuenta a tiempo para parar antes de tocarla. El chico se sobresaltó ante su contacto, pero la chica no pareció haberlo notado. Estaba tensa. Agoney siguió su mirada y la posó sobre otra muchacha.

Al principio no la reconoció. Estaba demasiado pálida y delgada. Nada que ver a cómo salía en televisión.

— Miriam... Agoney... —Miriam dio un paso al frente por inercia y la mujer la miró con sus ojos oscuros—. A ver qué puedo hacer con vosotros.

— No sé quién eres —Las cejas de la mujer se levantaron de la sorpresa—.

— Podías haberlo fingido y después preguntarle a este— Hubo un momento de incómodo silencio en el que ella los escrutó con la mirada y chasqueó la lengua—. Quizá podamos hacer algo contigo.

— Conozco a los del Distrito 2, pero la verdad es que los ganadores del Distrito 4 nunca me habían interesado demasiado.

— Así que de ahí es ese acento. Por tu apariencia puedes parecer una de nosotros, pero nada más abrir la boca se nota que eres extranjera. Tenemos que idear un plan, sino te comerán viva en las entrevistas.

Agoney se sentía fuera de lugar.

— Ella es Ana Guerra. Ganó hace cinco años los Juegos.

— Un chico listo. ¿Sabes de estrategias?

— No.

¿Qué estaba haciendo? ¿Los ponía a prueba? Ana bajó la cabeza decepcionada y señaló la mesa de su derecha.

— Si queréis, podéis comer algo mientras hablamos. La verdad es que me gustaría saber de vosotros para poder llegar a más gente con vuestras historias. Ya sabéis que, aunque yo ahora me decante por uno de los dos, es al público al que tenéis que encandilar.

Ana Guerra iba a ser su mentora, pero de un momento a otro habían dejado de interesarle las características de combate de sus tributos y se quería centrar en lo personal. Agoney se fijó que había ido perdiendo el acento desde que ganó los juegos, probablemente por estar más tiempo en el Capitolio que en el Distrito 4. A Agoney le seguía pareciendo increíblemente lúcida, a pesar de no parecerse físicamente a la chica que aparecía todos los años en televisión. Estaba consumida. ¿Era por eso por lo que no había ido a la Cosecha?

Miriam se sentó en la mesa y Agoney la siguió. Ambos tenían en frente a su mentora. La muchacha cogió un pastelito morado con toques dorados y se lo metió en la boca. Agoney no tenía hambre, pero era la primera vez que veía los dulces del Capitolio en persona. La boca se le hizo agua mientras estiraba la mano y escogía uno. Sabía a frambuesas.

— Habladme de vuestras familias. — Agoney miró a Ana a los ojos, pero esta estaba escrutando a Miriam, ¿ya había escogido a quién quería proteger? — Eh, tú, ¿por qué te mudaste?

Miriam la miró y cogió otro pastelito mientras contestaba:

— Mi padre es agente de la paz. Lo destinaron a este distrito el año pasado. — Ana ladeó la cabeza en silencio. — ¿Qué?

— ¿Se metió en problemas? — Miriam parecía no entender. — Con algún superior, ¿se metió en líos? ¿Por qué os destinaron aquí a toda la familia?

— No lo sé. Es lo que me dijeron. No sé nada más.

Miriam se giró a Agoney. Parecía pedir ayuda con los ojos. Ana Guerra bufó y se sirvió alcohol en una copa.

— Seguramente se metió en problemas y tú has sido el resultado de una venganza. — Agoney podía sentir como Miriam se tensaba. — Pero eso no lo podemos decir en las entrevistas. Nos inventaremos algo.

De un solo trago se bebió todo lo que se había servido.

— ¿Y yo?

El vaso resonó al posarse sobre la madera caoba.

— ¿Tú? Tú eres un daño colateral.

Sintió como se le revolvía el estómago y el sabor de la frambuesa haciéndose paso para volver a salir por su boca, pero se controló. Agoney siempre se controlaba. Echó los hombros hacía atrás y permaneció impasible ante la realidad: era un daño colateral. No importaba lo que pasara con él.

Ana se giró completamente para ver un reloj que estaba incrustado en la pared.

— Puedo gastar unas horas en preparar vuestras entrevistas. ¿Teníais pareja en el Distrito?    

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Hasta aquí el tercer capítulo de "Ganar el juego sin ti". Sí, esta parte está yendo muuuy rápida, pero es porque considero que hasta que ellos no se conozcan no empieza lo interesante. Espero que os haya gustado. Nos leemos.

Ganar el juego sin ti (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora