Capítulo 4: Raoul

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Había sido la última noche que iba a pasar en el tren y debería haberse acostumbrado, pero el mundo se volvía a caer encima de Raoul cuando este se daba cuenta de que no estaba en su habitación. Intentó ponerse de pie para ir al baño, pero las piernas le temblaron de forma exagerada, por lo que decidió volver a tumbarse en la cama. Todos los días le pasaba. Como si fuera una rutina, pensó en su madre y, aunque no sollozó, las lágrimas se volvieron a derramar un día más sin previo aviso.

Toc, toc, toc.

El traqueteo del tren se mezcló con los golpes de la puerta, pero Raoul se levantó rápidamente al identificarlos, se secó las lágrimas y abrió la puerta tras cerciorar en el espejo que su imagen era pulcra. Mireya estaba apoyada en el marco, con el vestido de la cosecha y no el pijama blanco que les habían dado para pasar las noches en el tren. Al menos les habían lavado la ropa.

— Me ha dicho un agente de la paz que van a volver a transmitir las Cosechas de todos los distritos. Te llamo por si querías verlas conmigo.

Un rastro de ruego en los ojos de la chica hizo que Raoul asintiera con la cabeza, a pesar de que era lo que menos le apetecía hacer en ese momento. La siguió por el pasillo hasta llegar al salón comedor. La televisión ya estaba encendida. Mireya se dejó caer en el sofá de cuero suave.

Estos dos días y medio con ella habían hecho que se conocieran un poco más. Raoul observó a la chica. Sus ojos azules habían estado algo tristes, pero parecía que Mireya no estaba aún derrotada. Raoul consideró de nuevo las posibilidades de la frágil chica, pero sabía que lo más probable es que muriera en el Baño de sangre (1). Raoul volvió a recordar a su hermano cuando miró a la chica rubia. Había una frase que le dijo en el momento de la despedida lo seguía atormentando:

— Simplemente te tengo que pedir una cosa... Por favor, no seas tú quien mate a Mireya.

Álvaro se le veía tan dolido que Raoul se lo tuvo que prometer. No entendía la importancia de la petición de su hermano hasta que este suspiró más tranquilo. Entonces fue cuando se prometió a sí mismo que no la mataría él, pero sabía que alguien acabaría haciéndolo.

Raoul decidió coger comida para desayunar mientras veían la televisión. Aparte del pan recién hecho con distintas mantecas de untar, escogió, entre los dulces, unos de arándanos para Mireya, puesto que sabía lo mucho que le gustaban.

— Gracias.

La cordial sonrisa de la chica le recordó a Raoul que, a pesar de lo que le había prometido a su hermano, él ya había planeado cómo la mataría, si llegaba el momento, en la Arena. La primera noche Raoul solamente durmió una hora y los pensamientos no dejaban de sucederle en la cabeza. Se había entrenado como un profesional y sabía que debía aprender toda la información posible de sus enemigos y Mireya, aunque ahora mismo no lo fuera, podría llegar a serlo en el campo de batalla.

Las puertas correderas del pasillo opuesto por el que habían llegado ambos tributos se abrieron y la siempre alegre Vicky apareció.

— Casi me pierdo la repetición de las Cosechas. Jamás me lo hubiera perdonado.

Se sentó junto a ellos y eligió un dulce tan rojo como su pelo. Raoul había aprendido a entablar conversaciones cordiales con ella. Al fin y al cabo no podían dirigirse a los agentes de la paz sin su permiso y casi nunca le apetecía hablar con Mireya, sabiendo el futuro que a los dos les esperaba.

Como siempre, los dos del Distrito 1 eran esbeltos. Al chico parecía hacerle gracia la situación, mientras que la chica parecía pequeña y flacucha.

— ¡La chica tiene una sonrisa preciosa! — Exclamó Vicky. Raoul también se fijó: no dejaba de sonreír a pesar de que parecía no tener ninguna oportunidad en contra de su adversario más cercano. Habría que estudiarlos en los entrenamientos. La mentora estaba encima del estrado, era Mimi. Ganó hace unos siete años y era de las vencedoras más cercanas a su Distrito. Esto no le extrañana a nadie considerando que era uno de los más lujosos.

Ganar el juego sin ti (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora