Capítulo 7: Miriam

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Huevos revueltos, panceta, macarrones con tomate, solomillo de cerdo con salsa roquefort, cuscús con verdura, tortilla de patatas, pizza con piña, salmorejo... Cuando Miriam terminó de cenar se sentía mareada y somnolienta. A pesar de que reconoció la mayoría de las frutas que les habían puesto de postre, no perdió la ocasión de probar otras que no se cultivaban en ninguno de los dos distritos en los que había vivido. Agoney parecía tan atiborrado como ella y se dejó caer en el sofá justo cuando terminaba la introducción del programa del repaso de los tributos.

Había sido un día demasiado duro para ella y deseaba desaparecer e irse a la cama a intentar dormir. No tenía duda de que esa noche soñaría con el griterío de la muchedumbre del Capitolio mezclado con las caras de personas que conocía: su hermano Efrén, sus padres... Miriam sacudió su cabeza casi imperceptiblemente. Un gesto para intentar no tener pesadillas antes de tiempo. Sabía que ese momento de la noche iba a llegar lo quisiera o no, pero antes tenía que hacer otra cosa.

— ¿Crees que Ana Guerra vendrá luego para hablarnos de las estrategias?

Miriam salió de sus pensamientos. Se había quedado de pie, mirando a la pantalla, pero sin hacerle el más mínimo caso.

— No lo sé. Lo lógico sería que habláramos antes de los entrenamientos, pero no está aquí y no nos ha dicho nada en el desfile.

Agoney se encogió de brazos.

— Quizá esté hablando con los patrocinadores. Supongo que harán las apuestas después de ver nuestros perfiles en el repaso— Miriam volvió a mirar la tele. Mierda. El programa ya había comenzado a analizar los tributos del Distrito 1 y ella tenía que estar en otro sitio antes de que empezara—. ¿Te pasa algo?

— No, nada. Ahora vengo.

Miriam sabía que no había actuado con naturalidad, pero no quería llegar tarde. Tenía que salir de allí lo más rápido posible. En el ascensor le dio al número trece y esperó.

En realidad Miriam no quería pensar en el poco tiempo que había tardado Agoney en darse cuenta de que algo se le pasaba por la cabeza. Ella siempre intentaba mantener impasiva y no dejar nada entrever en sus facciones, pero parecía que no lograba conseguirlo con él. Siempre veía un poco más. Sin embargo una parte de ella se sentía bien al ver que a alguien le importaba un mínimo. Tan bien que Miriam le había dejado ver que podría llegar a encariñarse. Pero ya no existía ese tiempo, ahora estaban en una competición por vivir. Sin embargo había otra persona en esos juegos que sí que le importaba. Ella.

Las puertas volvieron a abrirse y sintió como sus brazos la rodeaban. Mireya, casi tan alta como Miriam, pero sin la constitución que la caracterizaba, la abrazaba con una sonrisa. Miriam la apretó entre sus brazos en el recibidor de una planta medio abandonada.

— ¡Amiga! — Exclamó Mireya.

— Siento haber llegado tarde. — Se disculpó Miriam todavía envolviéndola en su abrazo.

— No pasa nada— Mireya intentó separarse, pero Miriam la atraía con demasiada fuerza. Miriam se dio cuenta que quería romper el abrazo, por lo que la dejó ir—. Vamos por aquí, hay unas vistas preciosas.

— ¿Cómo sabías lo de este sitio? — Miriam admiraba lo espacioso que parecía todo sin tantos muebles.

— Mi estilista me ha traído aquí cuando me ha dado un ataque de pánico esta mañana. La verdad es que es bastante amable— Continuaron en silencio hasta que llegaron a una habitación que se comunicaba al exterior con una pared de cristal. Se veía toda la ciudad. Era impresionante. Aun así, Miriam sabía que este momento, a pesar de que ninguna de las dos estaba diciendo nada, ambas querían hablar de muchas cosas, pero ella no iba a ser la primera en empezar—. ¿Qué pasó? Un día fui a buscarte y ya no estabas.

Ganar el juego sin ti (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora