Capítulo 2: Raoul

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Los rayos del Sol entraban por la ventana. Todavía medio dormido y con los ojos cerrados podía escuchar a los pájaros e incluso el sonido de la transitada carretera que provenía del final de la calle.

Estampó su cara contra la almohada y abrió los ojos intentando acostumbrarse a la luz. Podía ser un día normal y corriente de no ser porque a los pies de la cama le esperaban una camisa blanca y unos pantalones marrones. La Cosecha. De repente se acordó. Se vistió y, cuando salió de su habitación, no pudo evitar asomarse al cuarto de su hermano. Necesitaba su apoyo en un día como este, pero Álvaro no estaba allí. Ya hacía unos años que este día no era importante para él. Ahora trabajaba como agente de la paz para asegurar el bienestar de Panem.

Mientras bajaba las escaleras, escuchó que llamaban a la puerta trasera de la cocina. Aminoró el paso y se quedó al lado del último escalón, en un ángulo seguro de no ser visto. Su padre abrió la puerta y una chica rubia estaba detrás con una sonrisa.

— Buenos días, señor Vázquez.

La musicalidad de la voz de la chica rubia le hacía feliz. La podía ver poco porque no tenían permitido ir a clases juntos, pero a veces se pasaba por su casa para hablar con su padre. La hija de los vecinos tocaba el piano y el padre de Raoul se encargaba de organizar las cenas importantes de los agentes de la paz y, para ambientarlas, solía requerir de la presencia de la muchacha.

— Buenos días, Mireya —Raoul entró en la cocina y abrió la nevera para sacar la leche—. Esta noche nos vemos de nuevo.

— Sí, me he preparado un reparto nuevo de tres horas, como me pidió.

Mireya miró cómo Raoul vertía la leche en un vaso mientras su padre rebuscaba en su cartera.

— Muy bien—Bufó y levantó la mirada de la cartera—. Espera un momentito aquí. No tengo suficiente.

Raoul se sentía incómodo. Había visto contadas veces a la chica en su casa, pero no recordaba una sola vez en la que había estado solo con ella o con cualquier otra chica antes. Antes de que pudiera plantearse si debía hablar con ella, Mireya fue quien dio el paso:

— ¿Estás nervioso por hoy?

Raoul levantó la vista del vaso y pensó su respuesta.

— La verdad es que no, hay muy pocas posibilidades de que mi nombre salga y, si saliera, estoy preparado.

Estaba tan preparado que no le hacía falta preguntarle a la chica por su estado anímico. Raoul sabía que Mireya estaba nerviosa. Ya era la tercera vez que se limpiaba las palmas de las manos en su vestido y era cierto que su constitución no era muy ancha. Estaba analizándola como le habían enseñado que debía hacer en el campo de batalla. La chica no era una rival para él.

— Ya veo— ella bajó la mirada ladeando la cabeza, pero antes de que pudiera decir nada más, el padre de Raoul entró en la cocina con el dinero en la mano—. Gracias.

— Nos vemos esta noche.

Mireya le devolvió la sonrisa y volvió a mirar a Raoul.

— Nos vemos en la Cosecha.

Raoul notó que no había nada musical en la frase que le dedicó. Asintió con la cabeza, pero desvió la mirada de ella. Un nudo se le acababa de formar en la boca del estómago.

El Sol seguía fuera, pero cada vez había más nubes en el cielo del Distrito 2, sobre todo encima de las montañas. El curso del día no había parado por un instante, pero el nudo que tenía en la boca del estómago seguía ahí. Raoul sentía que se había paralizado una parte dentro de él.

Estaba en la cola para entrar en el recinto donde se celebraba la Cosecha. La chica que había delante suya olía a fresas y era tan rubia como él, pero podía tener seis años menos. Calculaba que sería su primer año, pero ya llevaba unos años entrenándose. A partir de los ocho años empezaban las clases de Educación Física, pero no era hasta los doce que se empezaban a especializar en las armas. Con la excusa de entrenar a futuros agentes de la paz, formaban en las clases a perfectos vencedores, aunque estaba completamente prohibido por las leyes de Panem.

Casi no sintió el pequeño pinchazo en uno de sus dedos cuando tuvieron que tomarle algo de sangre para que quedará constancia de que había ido a la Cosecha. Sin embargo el nudo en la boca del estómago seguía ahí.

Sin pensar, siguió andando tras la marea de gente y alguien lo empujó para que entrara en una de las últimas filas. Una vez colocado, echó un vistazo a la marabunta. En la de la izquierda, donde Raoul se encontraba, estaban distribuidos todos los chicos, mientras que en la derecha estaban las chicas. En las primeras filas estaban los más jóvenes y en las últimas los más mayores. Mientras más te alejabas del escenario, mayor porcentaje de posibilidad tenían de sacar tu nombre, pero también podías ver cómo se alejaba el horror de los Juegos, si es que nunca te cogían.

Desde la fila de atrás, alguien le agarró los hombros. Raoul se giró y quedó frente a frente con su primo.

— Otro año más —Asintió ante la sonrisa de Sam, pero no podía contestarle, el nudo del estómago comenzaba a pesarle más y más—. Los jóvenes cada año son más chillones. ¡No entienden que este es un momento de respeto! —Levantó la voz para que lo escucharan con mayor claridad, pero era imposible traspasar dos filas de la marabunta de gente aunque se gritara—. Luego nos vamos a tomar algo, ¿no?

— ¡Claro! — Intentó decir Raoul lo más efusivo posible.

Cuando alargó la mano para apretarle el hombro, Sam abrió la boca para decirle algo, pero, en su lugar, la voz de una mujer sonó. La alcaldesa del Distrito 2 ha comenzado a leer la historia de Panem y el por qué se realizan los Juegos del Hambre. El público inmediatamente quedó silenciado y sus palabras resonaron por los altavoces. Después leyó la lista de los habitantes del Distrito 2 que habían ganado en anteriores ediciones. Era lo bastante larga para que Raoul se diese cuenta de que le sudaban las manos.

Apareció en el escenario una presentadora alegre y vivaracha que no dudó en coger el micrófono.

— ¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte!

La mujer continuó su propia presentación mientras se dirigía a la urna de cristal que contenía los nombres de las chicas y Raoul no puede evitar fijar su mirada en algunas de ellas. Las más mayores parecían sonreír, otras tenían los ojos cerrados.

— ¡Mireya Bravo! — El nombre resonó en la plaza con fuerza. Raoul no lo reconoció hasta que no vio a la altiva muchacha salir de su fila. — Ven, rápido, no seas tímida.

La chica rubia se subió al escenario, rodeada de agentes de la paz, y saludó con un apretón de manos y una sonrisa a la Presidenta. Las posibilidades de que la pianista muriera eran muy altas. No tenía un cuerpo atlético y, aunque se entrenara lo máximo posible, no podría progresar hasta adelantar a sus contrincantes. Seguramente la muchacha estaba esperando a que alguna otra chica se presentara voluntaria. Los frágiles dedos de Mireya estaban hechos para tocar el piano y no para agarrar un hacha. Raoul se miró sus propias manos. Él sí que estaba preparado, llevaba entrenando mucho tiempo, aunque habría preferido no tener que mostrarle al mundo sus habilidades.

— ¡Raoul Vázquez!

Raoul hesitó al levantar la mirada hacia el escenario, pero varios ojos le devolvían la mirada. No había duda: habían dicho su nombre.

Ganar el juego sin ti (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora