Capítulo 12: Nerea

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Una coleta no era suficiente. Sus pelos rubios seguían molestándole en su cara si se movía rápidamente para deslizar el cuchillo entre sus dedos. Por eso Nerea recogía su cabello en una sola coleta dividida por tres gomillas, sujetándolo fuertemente.

Tras los ejercicios grupales, les habían vuelto a dejar libres para las actividades que ellos querían hacer y Nerea se volvió a dirigir al puesto de lanzar cuchillos. Tan sólo llevaba una hora con el arma en la mano cuando vio por el rabillo del ojo que los novatos comenzaban una primera clase de lanzamiento. Se giró para contemplar cómo sus supuestos aliados los cogían indecisos. El chico del Distrito 4 y la chica del Distrito 2 no deberían formar parte de la alianza. Nerea los había estado observando y no merecían estar en el grupo de profesionales, pero ella no sería la que se enfrentaría a su mentora Mimi para decirle lo que quería hacer. Las reprimendas podrían acabar quitándola a ella de la alianza de forma exclusiva, por lo que debería fingir que todo lo parecía correcto.

Observó cómo Miriam, a la cual respetaba porque sabía que sí que estaba preparada para todo lo que se venía en unos días, agarraba de la cintura a Mireya para mostrarle, evadiéndose del mundo, la manera correcta de coger el cuchillo que temblaba en las manos de la rubia.

Nerea bufó y lanzó otro sin dudar. Al principio ella misma se había sentido una intrusa, puesto que tenía tan sólo doce años cuando cogió un arma de este estilo por primera vez. Al año siguiente se sintió una extraña, ya se conocían, pero había personas que conocían mejor que ella cómo atacar y sus diferentes usos. Y ahora era como si fuera un dedo más, con la única diferencia que este podría hacer sangrar la yugular y caer rendido en un charco de sangre a sus pies.

Había tardado bastante tiempo. Era su cuarto año y en ese momento coger un cuchillo era para ella una costumbre como mirarse al espejo. Lo hacía porque tenía que hacerlo, lo hacía porque quería verse siendo ella misma. Nerea lo haría una y otra vez porque ya no se imaginaba sin un cuchillo en la mano.

Su hermana había tardado mucho menos tiempo que ella porque había tenido el apoyo de su padre. Sin embargo, no fue bien visto que ella cogiera el cuchillo. Su familia siempre se había caracterizado por llevar una espada en las manos, pero Nerea era pequeña, no tenía la masa muscular que había logrado desarrollar su hermana. La pequeña Nerea había salido a su madre.

Por eso, aunque era duro de reconocer para ella, siempre había preferido las diez horas de entrenamiento a la semana que estar en su casa. Era un infierno. En realidad, para ella, todo el Distrito 1 era un infierno.

Pero el fuego no se veía, era invisible. Quizás se había metido ya dentro de su piel. Quizás ya le había quemado por dentro. Nerea saltó, se enganchó a la cintura del último muñeco que le quedaba de su entrenamiento. Apoderándose la rabia de su consciencia, le cortó la mitad del cuello, quedando la espuma hacia afuera. La cabeza pendía de la tela restante y se unía al techo de la instalación por una cuerda. No sabía si estaba prohibido destrozar el material del entrenamiento de esa manera. Sabía que, al lanzarlos, creaban en ellos agujeros, pero nunca había visto a nadie que abriera el maniquí hasta verse el material del interior. Lo había destrozado, literalmente. Saltó hacia atrás impulsándose con una patada en el pecho del muñeco.

Antes de verlo venir, lo escuchó. Partiendo el aire en dos, se acercaba a gran velocidad un cuchillo que logró esquivar... Casi por completo. En menos de un segundo escuchó rebotar en el suelo el metal perdido. No dirigió su mirada al arma, sino que buscó al culpable del arañazo que se había creado en su brazo. Una fina línea de sangre acababa de brotar del mismo lugar por donde había pasado el cuchillo.

Se encontró con dos pares de ojos que la miraban preocupados. Eran animales de presa con miedo y ella la cazadora. Nerea se fijó en ambas. Las dos chicas eran como unos cervatillos, similares, pero no idénticas. Una cascada de pelo castaño, liso y suave caía por la espalda de ambas. Algo le atrapó en la segunda chica y no quitó la mirada de sus ojos hasta que la otra se movió en su dirección.

Ganar el juego sin ti (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora