Capítulo 9: Agoney

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A mediodía sonó una alarma para que todos los tributos se colocaran en fila, por orden de Distrito. Recorrieron el pasillo por el que habían llegado, pero en vez de ir al vestíbulo del ascensor, giraron hacia el otro lado llegando a una sala con tres mesas grandes en las que tendrían que comer todos juntos.

Colocaron la comida en carros alrededor de las mesas y cada uno se servía lo que quería. A pesar de que, electrónicamente te mostraban el menú, Agoney no entendía lo que eran la mitad de los platos, por lo que se colocó en su bandeja lo que mejor aspecto tenía. Se abstenía de elegir las cosas que sí conocía, pero tenía claro que, en el caso de que no le gustara lo que había cogido, iría a por ellas.

Agoney se quería sentar con Miriam, su única cara conocida, pero esta se sentó en una esquina, junto a Mireya y él no quería presidir la mesa.

Agoney observó cómo la chica rubia del Distrito 1 se sentaba al lado de la del Distrito 3, Aitana creía que se llamaba, sin miramientos. No se habían dirigido casi la palabra, pero, con todos los sitios que había en las mesas, le resultó extraño que ambas decidieran sentarse juntas. Sobre todo cuando una de ellas formaba parte del grupo de los profesionales.

Agoney fue a sentarse justo delante de Nerea, al lado de Mireya, pero Roi, el tributo del Distrito 1 se le adelantó. No le hubiera importado sentarse en el espacio que tenía el chico a la izquierda, si no fuera porque Raoul estaba sentado en el otro lado. Decidido, Agoney dio la vuelta a toda la mesa para sentarse al lado de Nerea. Raoul lo siguió con la mirada. Ahora tenía el hueco delante suya y el de al lado vacío. Cogió su bandeja y se sentó en frente de Agoney.

No se dirigieron la palabra durante el almuerzo, pero Agoney podía sentir cómo le miraba.

Después de comer, Miriam lo convenció para seguir buscando información.

— Es importante —le recriminó con una mirada con la que Agoney sabía que significaba que se lo explicaría más tarde.

Normalmente Miriam y él hablaban mucho más, pero ambos se sentían observados. Los Vigilantes habían llegado justo durante la comida, pero, cuando los tributos llegaron, ellos seguían haciendo caso omiso a su presencia prestando toda su atención al banquete que le habían colocado en su balcón privilegiado. Eran unos veinte hombres y mujeres vestidos con túnicas de color morado intensos. Cuanto terminaron de comer, se sentaron en unas gradas que rodeaban el gimnasio o daban vueltas tomando notas.

Unas horas después, Miriam invitó a Agoney a que se uniera con Mireya y ella. A veces levantaba la cabeza y veía a uno de los Vigilantes mirándoles, aunque sabía que era por Miriam. Movía el hacha en sus manos con muchísima destreza. Había nacido para esto.

Cuando los tributos del Distrito 4 subieron al final de los entrenamientos a su respectiva planta, Ana Guerra los estaba esperando en el sofá. Agoney no pasó por alto que intentaba estar tan seria como de costumbre, pero que en sus ojos brillaba una pizca de astucia. Su mentora dio unas palmadas en el sofá y Miriam y él no dudaron en sentarse. Seguían sudorosos.

— ¿Cómo ha ido hoy? ¿Habéis aprendido mucho?

Parecía una madre buena a punto de echarles una bronca a sus hijos. Miriam no tardó en contestar:

— Como esta mañana no nos distes muchas indicaciones, Agoney ha estado buscando información —El susodicho asintió— y yo he estado con las armas básicas. Después le he enseñado a Agoney.

Agoney no pasó por alto que no había nombrado a Mireya, pero él no sería quien lo dijera. Si Miriam se callaba era porque tenía alguna razón.

Ganar el juego sin ti (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora