Relato #11 Enemiga de sangre

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Camino en mis soledades nocturnas, siempre vagando por esta tierra, sin descanso, siempre en la oscuridad. Nunca tengo paz, y como tenerla si tengo que soportar esta existencia miserable, donde tengo que dejar atrás a todos los que he amado…
No tengo esperanzas de cambiar mi destino, pero lo acepto aunque me duele. Se lo que soy y lo acepto: soy un monstruo drenador de vidas monstruosas, soy el verdugo de los nocturnos malditos. Vivo bajo el amparo de la noche, a escondidas de la humanidad, siento que ya no pertenezco a ellos, siento que pierdo la piedad con cada vida que tomo. Solo pienso en la necesidad, en esta maldita sed, es más fuerte que yo, se está apoderando de mí…
Maldigo esa noche que creí sería la mejor de mi vida, esa fiesta, ese baile, los maldigo… Maldigo ese momento en que nuestras miradas se cruzaron, ese momento en que caí en su trampa mortal. Fue a finales del siglo XIX, todavía la época victoriana, y esperábamos la entrada del siglo XX cuando todo pasó. En ese entonces tenía 19 años, ahora tengo 138, y conservo toda la lozanía de la primera juventud.
Mi padre era un diplomático de una de las nacientes repúblicas de Suramérica, que había sido enviado como cónsul a un país de Europa del este. Me llevo junto con mi madre y mis hermanas, una mayor que yo por un año, y una encantadora pequeña de 8 años que era la alegría de mi corazón, y siempre me buscaba para jugar.
Siempre fui bonita, lo sabía. Tenía varios jóvenes y apuestos pretendientes en mi natal patria. Ojala me hubiera decidido por alguno de ellos, tal vez no hubiera ocurrido nada de lo que fatalmente ocurrió después. Mi vida en Europa era muy monótona, mis días transcurrían con un libro en la mano, o jugando con mi hermanita, ya que no tenía muchos amigos y no conocía bien la ciudad ni el idioma.
Hasta el día de esa maldita fiesta. Al principio no quería ir, pero mi madre y mi hermana mayor me convencieron. En la fiesta ella y yo éramos las que más llamaban la atención, tal vez por nuestra apariencia tan distinta a las demás. Yo ya me estaba aburriendo por no poder charlar, pese a que había una larga fila de caballeros que deseaban charlar con nosotras. El idioma era el impedimento. Estaba a punto de decirle a mi hermana que fuéramos a casa, cuando sucedió.
Al salón entro un caballero de un porte impresionante, todas las féminas nos petrificamos al verlo. Era a la vez hermoso y varonil, con una mirada enigmática que atraía y aterraba a la vez. A mí me aterro, el instinto de mi sangre me lanzo una advertencia. Las demás estaban tan fascinadas que trataban de llamar su atención, pero el parecía abstraído en sus propios pensamientos. De pronto se fijó en mi hermana y en mí, y se nos acercó para charlar, ¡en mi idioma natal! Poco a poco suprimí mi terror e ignore mis instintos y seguí su conversación, me pareció encantador, ¡error fatal dejarme engañar así!
De repente empecé a sentirme aletargada y vi que también mi hermana. Ella de repente pidió excusas y salió hacia el balcón que estaba solitario debido al frío de la noche. El conde, pues ese era el título que ostentaba el caballero, me dijo que lo esperara y también se dirigió hacia el balcón. No sé por qué, pero lo espere y regresó después de un muy largo rato, diciendo que ya no tenía hambre y que ahora si podía estar atento a mí.
Incluso ahora no logro recordar nada después de eso, él pudo haberme hecho cualquier cosa pero no lo sé, no quiero saber. Solo sé que desperté muy adolorida y débil. Decían que mi hermana y yo desaparecimos de la fiesta, y no se explicaban como yo aparecí dormida en mi cama. A mi hermana la encontraron muerta en el balcón, sin una sola gota de sangre en su cuerpo. Todos me interrogaban, pero yo no tenía nada que decir, no podía recordar nada. Después de eso ni siquiera podía levantarme de la cama, todos decían que era la tristeza por la muerte de mi hermana, pero yo sabía que no era así, que era algo más.
Como si ya no tuviéramos suficiente, sucedió otra tragedia. Mi adoración, mi hermanita apareció muerta, y al igual que mi hermana mayor, su sangre había sido completamente drenada. Creyeron que era alguna extraña enfermedad, pero yo sabía que no era así, sabía que era él, mi enemigo, que por alguna razón no me había matado, pero me destruía poco a poco y sin piedad.
Como yo me lo temía, los siguientes en morir fueron mi padre, y después mi madre. Cuando ya no tenía ningún aprecio por mi vida, él se presentó ante mí. Me sonrió de forma impía y mezquina, esa sonrisa que odiaré toda mi vida, por larga que sea. Me dijo que era imposible matarme, porque yo tenía la sangre de sus enemigos, pero que se aseguraría de que no pudiera hacer nada en su contra, que me transformaría como él y que sería suya.
Su error fue creer que podría controlarme. Mientras estuve débil no pude hacer nada contra él, pero él tampoco hizo nada en mi contra. Cuando por fin la maldición nocturna infecto mi sangre, él se presentó de nuevo con su maldita sonrisa. Fue a burlarse de mí en mi cara, a decirme que ya era un monstruo como él. En ese momento el odio más puro me invadió y destruí su cuerpo completamente en unos cuantos golpes, la maldición nocturna me había hecho muy fuerte, como nunca antes lo había sido. Me sorprendió, pero no tarde en averiguar lo que pasaba.
Investigue acerca de esos monstruos y de sus enemigos de sangre. Supe que mi sangre enemiga no se había destruido a pesar de estar contaminada con la maldición. Desde entonces me dedico a cazar los habitantes de la noche y bebo su sangre hasta que los dejo secos. Pero de vez en cuando necesito sangre humana, entonces busco a la escoria de la humanidad y les doy mi castigo. Gracias a mí ya no vuelven a obrar mal.
Pero siento que cada vez soy menos humana. Me aleje de todos porque estar cerca de mí es peligroso. Lo acepto, soy un monstruo drenador de vidas monstruosas, y así seguiré hasta que acabe con todos los de mi especie, yo soy su juez, soy su castigo, soy su verdugo.

Esta desquiciada, tonta y rara antologíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora