Relato #12 Crónica de un fantasma viviente

14 3 1
                                    

Hay veces en que la vida no nos deja opción. Hay veces en que la soledad es la única compañía. Hay veces en que por más fuerte que gritemos nadie escucha nuestro llamado de auxilio... Pero hay veces en que el ser más inesperado acude a nuestro llamado, y nos muestra una luz (¿u oscuridad?) para seguir viviendo...
Andando por los senderos retorcidos de la vida, el rostro inexpresivo y la mirada ausente. Fantasma, un fantasma que, sin embargo, conservaba el aliento. El sendero cada vez más difícil, ya no quería seguir andando. Lo mejor sería dormir, sí, dormir el sueño eterno, no volver a despertar...
Reflexionando sobre las ideas que, a mi parecer, no encajaban una con otra, intentaba escapar un poco de la rutina. Hacia un muy buen tiempo que la soledad se había convertido en un vicio que, como todos los vicios, era muy difícil de dejar, pero que tampoco me traía nada bueno. Irónico que lo que me mantenía con vida, me hubiera convertido en un fantasma. Me fui a dormir por puro aburrimiento.
En lo profundo de mis sueños, ahí lo vi. Me hablaba llamándome, todavía no logro recordar las palabras exactas, pero con ellas me llamaba. Nunca olvidare su voz. Desperté y podía recordar su rostro, como si en vez de soñarlo lo hubiera visto. Medite sobre el asunto largo rato en la mañana, pero mientras más lo pensaba, más se difuminaba esa imagen en mi mente. Regrese a mi rutina de todos los días, vivir como fantasma.
Iba por una calle rumbo a mi trabajo, a esa hora de la mañana no había nadie por ahí. Sentí un cálido aliento detrás de mí oreja y una suave, pero profunda voz masculina que me decía que desviara, que esa calle era peligrosa. La reconocí, esa era la voz del hombre que había visto en mis sueños. Y sí, era cierto que esa calle no era segura, pero siempre pasaba por ahí, y además, en el fondo, o al menos así creía, me tenía sin cuidado si vivía o no. Además, esa voz para nada podía ser real, pero no lograba convencerme del todo.
Seguí tranquilamente por la calle, al cabo de un rato sentí un ruido a mi espalda. Un hombre yacía con la cabeza desprendida, como si alguna fuerza sobrehumana se la hubiera arrancado del cuerpo. En su mano derecha llevaba un revólver Colt 38 largo. Estúpidamente pensé que el maldito ladrón tenía buen gusto para las armas, porque lo reconocí como el sujeto que la policía andaba buscando, porque había asaltado y asesinado a varias personas.
Llame a la policía informando lo que había pasado. El forense no podía creer lo que veía, efectivamente la cabeza no había sido cortada, la habían arrancado como cuando se arranca la cabeza de un osito de gomitas dulces. Obviamente la policía no me acuso de nada, con mi delgado (muy delgado, no comía bien) cuerpo de bailarina era imposible pensar que yo había cometido semejante atrocidad, porque simplemente no podía tener la fuerza. Me dejaron ir, no me hicieron más preguntas y me dijeron que revisarían las cámaras de seguridad y que estuviera pendiente del teléfono porque me llamarían a declarar.
Seguí mi día habitual. En la noche no podía dormir, hasta que finalmente logre hacerlo. Lo volví a ver, más detalladamente que la noche anterior. Vi su cabello negro, sus ojos verdes y su sonrisa entre inocente y diabólica, pero muy seductora, era alto, delgado y musculoso, pero sin exagerar. Me regaño por no haberle hecho caso y haber entrado a esa calle, yo lo mire perpleja y entonces me abrazó y me dijo que no quería perderme. Le pregunté si él había matado al ladrón y me respondió que sí, porque de lo contrario la muerta seria yo... Al día siguiente desperté pensando en mi extraño sueño, y en si debía contárselo a la policía o no. Decidí que mejor no, era demasiado loco para ser verdad. Tal vez terminaría en el manicomio por decir algo así.
Seguí con mi trabajo y con mi vida, pero ya no como fantasma; el ser que me visitaba todas las noches me había dado un motivo para sonreír. Que locura, pero no me importaba. Esperaba con ansia la hora de dormir para poder verlo. En las noches me besaba y me acariciaba con una ternura, como si yo fuera lo más delicado e importante para él, y de día me protegía, me cuidaba de cualquier peligro. Cada día lo sentía más cercano, más real. Sentía que me hablaba al oído, que me acariciaba el cabello, y no durmiendo, no, pasaba cuando estaba despierta. Fantasía o realidad lo amaba y me daba un motivo para sonreír.
También me convertí en objetivo de vigilancia de la policía, los muertos caían a mí alrededor de las formas más extrañas y macabras. En cierta ocasión mis vecinos extraños, los que siempre andaban encerrados en su casa, con sus extraños ritos, secuestraron el edificio y amenazaron con detonar una bomba. Pedían que se liberara al líder de su secta, el cual había sido condenado por pederastia. El muy maldito dijo en sus declaraciones que él era un hombre santo y que tenía que estar con niñas, para no contaminarse con la perversión de las mujeres adultas.
Mis para nada amables vecinos eran fanáticos seguidores de ese ser vil, y por eso se convirtieron en criminales secuestrando un edificio que, según ellos, estaba lleno de pecadores. Como era lunes festivo, casi todos estaban en casa. El extraño ser que me protegía no lo vio venir, yo ya sabía que él no podía saberlo todo. Todos estaban aterrados, todos menos yo, el me susurraba al oído que estaríamos a salvo. Ese día comprobé que él no estaba solo en mi imaginación, ya que el pequeño hijo de mis vecinos del departamento de al lado, el cual se había quedado solo en casa y por eso temblaba abrazado a mí, también lo oyó cuando me susurró.
La policía tenía todo el edificio rodeado, incluso algunos habían ingresado al recibidor del edificio, y le apuntaban a los vecinos locos. Mi desquiciado vecino traía un chaleco bomba, su esposa, más sumisa que malvada, portaba el detonador. Amenazaba con detonar las cargas, la policía no podía disparar, un solo disparo en falso y todo estallaría, parecía que todo estaba perdido... Entonces él actuó. Más de una docena de policías vieron incrédulos como una mano invisible arrancaba la bomba y el detonador de las manos de mis vecinos, para después depositarlos a sus pies, y como esa misma mano descuartizaba brutalmente a los criminales, desgarrando sus miembros, como quien desgarra una hogaza a un trozo de pan...
Como siempre me interrogaron, ya era conocido que la gente, criminales todos por cierto, moría de forma extraña cerca de mí, si hasta me hicieron pruebas para saber si los mataba con algún poder de mi mente, pero se rindieron cuando no encontraron nada, yo era una persona común y corriente. Pero un ángel negro me cuidaba, ese era mi secreto, un ángel negro al que podía amar en mis sueños... Nunca dije nada porque podrían encerrarme en un manicomio, pero ya estaba segura que él era real y no imaginario. Continúe con mi vida más feliz que nunca, porque por primera vez amaba, y estaba segura que el a mí también.
Pero la fatalidad que siempre ha perseguido al ser humano elige los peores (¿o mejores?) momentos para manifestarse; desde que nacemos, todos estamos condenados a muerte, pero nunca pensamos en eso y a veces se nos olvida... Me diagnosticaron un cáncer en la sangre, muy agresivo y muy avanzado. Que injusticia tener que morir cuando era al fin tan feliz. ¿Porque no apareció esta maldita condena cuando rogaba por ella? Porque... Porque como siempre, las cosas llegan cuando nunca se esperan.
Obviamente, este enemigo era demasiado poderoso para que mi dulce guardián oscuro lo derrotara. La muerte venia por mí, lenta y silenciosa, pero firme y constante. Lo único que podía hacer era despedirme de él y esperar encontrarlo en otra vida... Cuando nos encontramos esa noche, como siempre en mis sueños, lloramos abrazados porque sabíamos que no nos quedaba mucho tiempo, que estos serían nuestros últimos te amo, nuestros últimos besos, nuestros últimos abrazos...
Me levante en la mañana sin muchas ganas de hacer nada, pero un chispazo, un fugaz recuerdo de algo que él dijo. Cuando llegó lo confronte, le pedí que me explicara si lo que dijo era cierto, si existía una esperanza para estar juntos. Él solo lloro y me dijo que era un ser egoísta, como todos sus hermanos, porque me iba a condenar eternamente a cambio de estar conmigo. Yo le dije que renunciaría a lo que fuera para estar con él, incluso a Dios y al cielo. Sonrió, después de todo era un demonio, y quería estar conmigo...
Y así fue como me convertí en demonio y en su compañera, renuncie a la salvación eterna y fui suya. Nunca entrare al cielo, siempre recorreré la tierra como fantasma... Pero ya nunca seré como aquel fantasma triste y solitario que fui, ahora existo feliz al lado de mi amor, eternamente a su lado...

Rayos, maldita sea! Escribí algo cursi #VoyaOirDeathMetalParaQueSeMeQuite
Siganme en mi página de Facebook Historias Malditas ;)

Esta desquiciada, tonta y rara antologíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora