4. Vuelca todo en tu interior.

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Faltaban algunos 45 minutos, quizá menos, para que su tortura terminara. Fantaseaba con el momento ideal para irse de ahí, incluso podría admitir que estaba más ansioso de lo que habría esperado. Iría a casa de Dogie, directamente, y le lanzaría sus estúpidas llaves a la cara. Y, si aún estaba de muy mal humor, quizá hasta lo llamaría imbécil.

No. No lo haría. Lo sabía. Terminaría por hacer que Dogie fuera hasta su casa, esperaría hasta que le diera las gracias y se iría a su habitación para disfrutar plenamente de su soledad.

Observó, por milésima vez en el día, la sección donde había entrado Tweek. Aquella de dónde siempre sacaba sus libros. Aquella que lo había llevado a amar con locura la astronomía. Se sentía como si, de alguna manera, aquel rubio hubiese visto lo más profundo de su ser. Cosa que no tenía el más mínimo de los sentidos, ya que era muy poco probable que Tweek supiera algo de él aparte de su nombre (Suponiendo que no lo había olvidado ya).

Y ahí estaba otra cosa: Pensar que Tweek no recordaba ni su nombre hacía que sintiera una puñalada en el estómago. Como si él otro chico estuviera obligado a recordar algo de él, de todas formas.

Lo conoció en la primaria, y él, Tweek, ni siquiera sólo recuerda. No es que hablaran mucho, de hecho sólo llegaron a interactuar una o dos veces, por mucho. Y en ese entonces tampoco iban en el mismo salón. Pero daba igual, porque en primaria no le gustaba. De hecho... Si mal lo recuerda, le gusta desde hace unos siete meses. Probablemente ocho. Quién sabe. No es cómo que le preste atención a esas cosas. Sólo le gusta, y ya.

Además, no es como que vayan a... Oh. Ahí estaba otra vez. Tweek entró a la biblioteca observando a todos lados como si lo estuvieran persiguiendo. Si quiera, ¿Que diablos hacía en la escuela tan tarde? Debería estar ya en su casa, haciendo tarea o algo así.

El rubio dejó el libro anteriormente sacado sobre el mostrador, con aire penoso. Lo sabía, pensó Craig.

No dijo nada, pero sentía en la garganta un nudo por la decepción. Por un momento pensó qué tal vez podrían tener algo en común.

— Soy yo otra vez.- mencionó el rubio con la voz temblando por su común nerviosismo.

— Sí. Hola.- y de nuevo no tenía ganas ni de mirarlo. ¿Qué demonios le pasaba?

Quizá, sabía que si lo miraba, su corazón saltaría de una manera estúpida y penosa. Sabía que si veía sus ojos, su sonrisa, o, incluso, el estúpido lunar que tenía en un costado de la barbilla, o sus tontas pecas. ¿Por qué todo en el tenía que parecerle tan único? Maldita sea.

— Lo terminé.- mencionó, cómo si simplemente tratara de sacar un tema de conversación.

Craig levantó la mirada, extrañado. Tweek seguía con su expresión de pena. Y, de hecho, cuando sus miradas se encontraron él la desvió primero, como si se sintiera incómodo. Clyde le había dicho que su mirada a veces era intimidante, que hacía a las personas sentirse pequeñas e insignificantes. Por eso no le extrañó que Tweek reaccionara de esa forma.

— ¿Y qué tal?- cuestionó, tomando el libro para fingir que leía la contraportada.

— Nunca había leído nada parecido, pero fue bueno. Es decir, fue interesante.- Ya no le temblaba la voz.

— Te gustan las naves espaciales entonces.-

— Sí, aunque prefiero la Tierra. Quiero decir, la Tierra en general.

Craig asintió, pretendiendo asegurar que entendía. Aunque no, no lo hacía. ¿Cómo alguien podía preferir la Tierra antes que el espacio?
Aunque, bueno, cada quién tiene sus propios gustos y eso. Sin embargo, fue imposible quedarse callado.

— La Tierra tiene bacterias.- dijo con una mueca.

Tweek se encogió de hombros con una ligera sonrisa.

— Sí, todo lo que conoces también las tiene. Hasta los materiales con los que se hicieron las naves espaciales.

Craig sonrió, se encogió de hombros y no dijo nada más. Porqué, básicamente, no tenía nada para decir. Eso, y que su corazón estaba latiendo tan fuerte que lo sentía en sus cuerdas vocales. Por un momento imaginó que si abría la boca se escucharía un latido.

No quería ni imaginar cómo estaría su cara. Seguramente se vería todo imbécil. De cualquier manera, él tenía esa tendencia a creer que todos lo veían como un imbécil.

— ¿Tomarás otro libro?- preguntó Craig.

— No, yo... No, hasta mañana.

— De acuerdo, entonces, supongo que es hora de irse.- murmuró Craig, estirándose sobre el escritorio para asegurarse de que no había nadie más ahí.

Aunque era obvio que no, todo el día había estado consiente de cuando alguien entraba y salía. Simplemente era una medida de control más acertada. Tampoco es como si hubiera acosado a esas personas. Sólo las miraba de reojo, por si tenía que pasar algún reporte de conducta o algo así.

El caso es, que no había entrado nadie en una hora, hasta qué, claro, apareció Tweek. Se levantó de la silla, tomó su mochila y con el libro en mano camino hasta la sección que tanto adoraba, dejándolo con sumo cuidado en su lugar correspondiente.

Así era él, trataba con delicadeza las cosas que lo merecían. Y entre las cosas que lo merecían estaban los libros, cualquier clase de libro. Por más aburrido que sea, merece respeto y cuidados.

Después salió con Tweek detrás. La verdad, había esperado que se fuera. El asunto era un poco incómodo. Pero él se había quedado ahí, esperando por él. Y eso hizo que Craig sintiera cómo su corazón se contraía y volvía a expenderse una cantidad de veces casi anormal.

Así que, ahí iba él, caminando al lado del chico que le gustaba. Nunca pensó que eso podría pasar, es decir, se conoce, sabe que jamás habría hecho algo así. Sin embargo, cuando se trata de ese rubio, Craig suele hacer cosas que normalmente ni siquiera pensaría en hacer.

Se despidieron cuando sus caminos debían ser distintos. Pero, el resto de camino hasta su casa, Craig sintió una tierna calidez que lo hizo sonreír.

Punto de ebullición; Creek. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora