35 | Ella sabía todo

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35. Ella sabía todo.

Katelyn Clark.
Diría que nada podía empeorar, pero como siempre la vida me demuestra que nunca nada es demasiado.
—¿Quieres de nuevo a tu hija? –Habló una voz desconocida.
—¿Qué quieres a cambio Macarena?
—Veo que ya sabes quién soy, mucho mejor, así puedo ser más directa y fingir menos.
Tenía todos los recuerdos en mi mente perfectamente acomodados, pero no a las personas de los recuerdos.
Jos estaba ahora de mi lado, pero no cómo yo hubiera imaginado antes.
—¿Qué quieres a cambió? –Dije intentando no temblar.
Ella suspiró y dijo:
—Acabas con la emoción, pero seré directa. Tú vida a cambió de la de tu mocosa ésta.
Jos tocó mis hombros y habló:
—Jamás, ahora que la he encontrado no la dejaré.
Mi corazón se aceleró y quizás él lo escuchó.
—¿Qué haces ahí? Maldita sea, se suponía que deberías de estar en casa esperándome.
—No esperaré nuevamente a alguien que no llegué a amar en dos años y medio.
Hasta pude escuchar el corazón de Macarena romperse ante esas palabras, pero fingió no escucharlas.
—La niña pagará todo, tengan en claro eso. Si me dañan la daño, si hacen lo que yo digo la daño pero menos.
—Sólo di lo que quieres a cambio.
—He dicho que tu vida.
—¿Dónde?
—En el lugar que te ha visto rota mil veces.
Y colgó.
Yo sabía donde era ese lugar y, no quería ir de vuelta. No después de años intentando huir.

Macarena Becker.
Llegar al antiguo lugar que debió de pertenecerme no era nada complicado, estuvo en venta durante años, pero al tener un poco de historia todos corrieron como niños asustados y ni se acercaron.
La casa pasó a parecer como abandonada, pero yo seguía entrando en ella para recordar y soñar que los planes que alguna vez imaginé se hicieran realidad.
Ese día uno de mis planes se haría realidad.
—Pudiste haberme ayudado pero te negaste, ¿Ves ahora las consecuencias? –Dije poniéndome a su altura.
Le quité el pañuelo de la boca y dejé que hablara.
—Eres un demonio.
Reí, no lo era, para nada. Sólo era su reflejo.
—Tu has creado este demonio, madre.
Ella me miró con tanto odio como muchas veces antes y yo la miré con diversión como siempre. Yo había mantenido el control durante años, no podía permitir que alguien intentara frenarme.
—No sabes cuánto daría porque no hubieras nacido.
En otra vida me hubiera dolido escuchar eso, pero en esa vida en donde ella me habia pisoteado mil veces, me parecía gracioso escuchar decir eso cuando la veía atada a una silla a merced de mi órdenes.
—Uy, que lastima, diste vida a quien te quitará la tuya.
Suerte o no, Camila en ese momento comenzó a llorar en el cuarto de a lado.
—Maldita sea, no me dejan desquitarme a gusto. –Dije a la nada.
Abrí la puerta y vi a la niña tirada sobre su silla en un intento de quitarse las cuerdas de las manos
—Te costará quitarte eso, es más fácil quitarte las manos que romper las cuerdas o las esposas atadas a la silla de metal. –Dije viéndola.
La ayudé a acomodar su silla y me acerqué a su oído.
—Tus papis vendrán pronto, pero tienes que portarte bien para que te encuentren con todos los dedos de la mano. –Dije feliz.
Ella se congeló y sus movimientos fueron sumamente pensados.
—Tranquila, falta poco. –Dije saliendo de la habitación.
Volví a la habitación en donde Jennifer estaba y me quedé viendola, ¿Cómo es que había pasado de amarla y admirarla a detestarla y querer acabarla?
—Nunca debiste de hacer que Jos dudara de mí, por esa razón tuve que inventar que tenías un viaje y traerte hasta aquí. Estábamos bien ¿sabes? Él no sospechaba de mí y tú eras de alguna forma mi apoyo, ¿Por qué lo hiciste?
—Él jamás te amará y tú lo sabes, seguía a tu lado porque no sabía la realidad. –Dijo cuando quité el pañuelo de su boca.
Sí, eso sí dolía.
Él siempre ha dolido, pero cuando se quedó a mi lado pensé que era la oportunidad y lo forcé.
Era él conmigo o con nadie.
—¡Estoy aquí Macarena! –Gritó una voz desde la planta baja.
En un abrir y cerrar de ojos, ella comenzó a gritar.
—¡Ayuda! ¡Ayúdenme por favor!
Mala idea de su parte.
—Cállate o juro que dispararé. –Dije sacando mi arma.
Jennifer guardó silencio y los pasos se escucharon en las escaleras. No estaba sola.
—Te dije que vinieras sola, hermana mía.
Sin mirarla directamente ví a Jos detrás de ella intentando comprender todo.
—Es tu madre. Macarena no hagas ésto. –Intentó calmarme Jos.
—Este mounstro no puede llamarse madre. –Hable sin más.
La habitación se quedó en silencio con todos dentro, hasta que Jennifer decidió romper el hermoso silencio.
—Te dije que te alejaras Katelyn, te lo dije mil veces para que te salvaras y salvaras a tu hija.¿Mis llamadas no fueron suficientes?
Katelyn se sorprendió pero más yo, ¿Cuáles llamadas? Maldita sea, ella jodía mis planes.
—¿Todo este tiempo has sido tú? –Dijo Katelyn.
—Quería arreglar algo de todo el daño que te causé. –Dijo como si no fuera la gran cosa.
—Calla Jennifer, estoy bien sin que me arruines más. –Dije volviendo a apuntar.
Ella subió y bajó los hombros en señal de que ya no le importaba y siguió hablando, no debí de quitarle el trapo de la boca.
—Sé que moriré, así que ya no me importa más.
Ella fue mi confidente en un tiempo, por lo que sabía más de lo que podría recordar.
—¿Katelyn, alguna vez te enteraste de quién era en realidad la mujer que estaba con Jos el día en que huíste con la prueba de embarazo? Macarena la contrató para que tu pensaras todo eso.
—Cállate. –Dije casi deletreando cada letra
—¿Sabes quién mató a tu padre en realidad? Te daré una pista, es la mujer que me está apuntando con el arma.
Bien, si ella quería soltar más cosas, yo soltaría balas. Así de simple.
—¿Recuerdas a Alan?
Katelyn asintió y casi casi tragó duró, igual que yo.
—¿Te has preguntado por qué ya no lo has visto?
Y no pude esperar a que terminara de hablar.
Disparé porque ella arruinaría más mis planes.

Dulce venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora