No podía dejar de observarlo.
Hace no más de cinco minutos que regresé de la inconciencia. Como todos, estuve bastante confundido al no encontrarme en mi habitación, pero entonces lo vi. Mangel se acurrucaba muy tiernamente contra mi espalda, traté de girar lentamente y casi provoqué que se despertara como cinco veces en el movimiento.
Sus labios rosados se encontraban fruncidos. Las largas pestañas que cuidaban sus parpados sobresalían de estos, provocando un instinto de protección en mi pecho. Sus manos se aferraban a mi espalda. Su mejilla reposaba en mi pecho y sus piernas se tejían con las mías bajo las escasas sábanas blancas.
Llevé una de mis manos a su cabello. Mis dedos se enredaban en los mechones azabaches y jugueteaban con los que se desplomaban en su frente. Estuve en eso un buen rato hasta que decidí darle atención a su rostro. Mis dedos bajaron por su frente hasta encontrarse en la pequeña colina de su nariz. Repasé esa área incontables veces y lentamente incliné mi rostro a su dirección, abandonando un pequeño beso en la punta de esta. Sonreí y acaricié su nariz con la mía, como negando con la cabeza.
Mis dedos siguieron su camino y se desviaron a la única mejilla que no estaba oculta en mi pecho. Con el dedo índice picoteé sutilmente la mejilla pálida que se me exponía. Sentí lo suave de su piel y mis labios picaron por poseer esa zona. Nuevamente incliné mi rostro, mis labios palparon la dulce piel y, sólo entonces, una parte de mi dejó de quemar, o por lo menos el fuego disminuyó.
Una vez más mis dedos descendieron, encontrándose con su mandíbula. Mi dedo anular pareció estar listo para eso. Delineaba su mandíbula como si se tratara de un pincel y, mi dedo índice pinchaba los pequeños lunares, como salpicando la pulcra obra de arte ilustrada en el más desgastado papel de un cuaderno viejo.
Mis dedos parecieron no estar conformes, y yo mucho menos. No sé en qué momento mis dedos tentaban esos labios tan apetecibles, sólo lo supe cuando mi interior estallo en llamas y el fuego que había cesado, duplicó su intensidad. Mis labios ardían a niveles infernales y mi mente creaba millones de escenas obscenas con la sola imagen de estos. ¿De qué tantas maneras podré usarlos? No... eso no estaba nada bien. Mangel era mi mejor amigo. Los amigos no piensan esas cosas de sus amigos.
Sacudí mi cabeza, alejé mi mano de su rostro y la dirigí a su espalda, donde subía y bajaba lentamente. Suspiré y cerré los ojos. Mi barbilla descansaba en su cabeza y sólo descendí los labios para besarle la frente. Me quede en ese lugar por unos segundos y volví a mi posición.
No quería, no quería perderlo. Sé que él no es homofóbico ni nada por el estilo, pero. Inclusive la más mínima posibilidad de que las cosas no me sean favorables para mí, lograba despertar a mis más oscuras pesadillas. Sé que el que no arriesga no gana, pero, prefiero asegurar lo que tengo a que apostarlo todo y descubrir que simplemente tenía una carta y nada más que eso. Una carta.
Así es lo que tengo con Mangel. Tengo sólo su amistad y no quiero apostarla para conseguir algo más y descubrir que lo único que tenía se me fue arrebatado por una mera ilusión. Prefiero tenerlo como amigo, a que los recuerdos de su presencia sean golpes a mi mente y me recuerden lo idiota que fui. ¿Qué tan cobarde y patético puedo llegar a ser?
Si fuera más valiente y menos cobarde, tal vez él y yo seriamos algo más. Si pudiera ser como las chicas que él frecuenta, tal vez Mangel estaría enamorado de mí.
Patético.
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Si Fuera... Si Pudiera (Rubelangel)
Short Story¿Por qué dejé que esto pasara? ¿Tan grande fue mi maldita cobardía? ¿Tan grande fue mi miedo al rechazo que lo perdí todo?... lo perdí a él. Nunca entendí a aquellos que lamentaban no poder volver el tiempo atrás, yo aveces lo hacía, pero nunca con...