48. Dulce y Amargo

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El taxi se estacionó frente a un pintoresco local. Pagué una pequeña cantidad y ambos bajamos del transporte.

Nos adentramos en el pequeño negocio y una ola de aromas inundó a mis fosas nasales. Podía distinguir el olor de salsa friéndose y de carne cocida. El olor dulce y amargo de las especias y una sutil sombra de canela me rodeaban. Nos sentamos en una mesa justo a un lado de la ventana, en ese momento me sentía inexplicablemente feliz, las emociones no cabían dentro de mí y golpeaban muy fuerte en mi garganta para escapar mediante gritos eufóricos.

El sol entraba directamente por el cristal, pero a pesar de eso, nunca llegó a ser incomodo, más bien, era sutil y cariñoso. Mi vista se clavó en el rostro de Mangel. Los rayos bañaban de un hermoso color la parte izquierda de su rostro, dándole aún más vida a su anatomía. Sus orbes le robaron los colores al cielo sobre nosotros, podía ver en ellos tonos cafés y anaranjados, pequeñas hebras brillantes e hilillos carmesí. Su cabello se veía aún más cenizo de lo normal, atrapando en sus redes a toda la luz existente y por existir.

Podía ver pequeñas motas delante de mí, sabía que esas eran mis pestañas gracias al brillo solar del atardecer. Suspiré profundamente y toda la esencia de la gastronomía me brindó una serenidad igualitaria a la que me brindaba mi madre. Mi contrario levantó la mirada y me observó confuso, sin decir nada. Yo le sonreí alegremente, después de eso llegó una muchacha de no más de 20 años a tomar nuestras órdenes, las cuales no fueron algo muy complicado.

Música de los 60's se escuchaba por un pequeño radio en lo que parecía ser la cocina, a nuestro alrededor las personas comían alegres y otras cuantas más soltaban estruendosas carcajadas. Solté una pequeña risa por inercia y Mangel hizo lo mismo.

El silencio comenzó a extender sus redes alrededor de nosotros, la alegría dentro de mí comenzó a transformarse en un océano de nerviosismo y terror. Cada gota de saliva huyó de mi garganta, se refugiaron en la boca de mi estomagó y provocaron unas fuertes nauseas. Suspiré entrecortadamente, ya de nada servía echarse hacia atrás, estaba decidido.

Carraspeé fuertemente y sentí como mi espiritu abandonó a mi cuerpo en cuanto el pelinegro fijó su vista en la mía. Traté de buscar refugio en los rayos solares y fundirme con ellos, pero era imposible. Desvié la vista a los costados y mis orbes se fundieron con las paredes color durazno, mi respiración trataba de regularizarse al igual que los latidos de mi corazón.

-Ma-Mangel... -hablé por fin y nuevamente sus orbes atraparon a los míos -. Mangel, yo... Mangel...

Él sólo se mantenía atento y con una fina sonrisa dibujada en sus labios, mientras yo estaba cual cachorro en medio de una cueva de lobos. Cerré los ojos un instante y suspiré profundamente para comenzar a hablar con firmeza.

-Mangel, estoy enamorado de ti.

Cualquier expresión existente escapó de su rostro en ese instante, más no me detuve.

-Yo... ni siquiera sé cómo pasó, sabes, no es como si esto se diera de la noche a la mañana. Y yo... joder, estoy mal. Mangel, no es normal que quieras estar con tu mejor amigo a cada instante. No es normal que quieras dormir siempre con tu mejor amigo. No es normal que tu mejor amigo logre despertar miles de infiernos en tu interior, Mangel. ¿Sabes que es lo peor? Los malditos celos, no sabes cuánto me tuve que detener, cuantas veces deseé que yo fuera la única persona que pudiera verte, pero sabía que yo no era tu felicidad. Mangel, tu haz puesto mi mundo de cabeza, ¿vale? O sea, haz roto las barreras de mi mente que no sabía que existían y haz provocado que emociones que creía muertas florecieran y se hicieran más fuertes. Estoy enamorado de ti, y estoy seguro de que esto va más allá.

Una sonrisa burlona se pintó en sus labios, mostrándome una de mis peores adicciones.

Si Fuera... Si Pudiera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora