XII. Alejandría, la biblioteca de la magia.

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El grupo recogió sus cosas para volver a partir, esta vez a Alejandría, la biblioteca donde los magos y brujas estudiaban y almacenaban todo el conocimiento habido y por haber. Alejandría era una biblioteca con una forma muy poco convencional, pues era una torre gigante de cien pisos, con millones y millones de libros entre sus estanterías ovaladas. Allí, en Alejandría, se recogía la historia de todo lo sucedido y en algunas ocasiones por suceder, incluso se decía que entre las hojas de sus libros se escondían las profecías más complejas y apocalípticas de todas, las historias de traición más crueles y las guerras más sangrientas de todas, siendo estas mismas escritas con la propia sangre de los derrotados en la batalla.

Mientras el resto se preparaba para partir y abandonar la Aldea de los Ilegítimos, ensillando sus caballos y recogiendo sus pertenencias, obteniendo también algo de ropa limpia y provisiones, Jade y Tyr se fueron junto a Gaia para despedirse de ella en privado, que permanecía en el interior de la gran casa, rebuscando algo entre los cajones de un mueble que había en una esquina del salón.

—Nos vamos a tener que ir ya —dijo Jade, acercándose un poco a Gaia, que seguía de espaldas, a lo suyo—. Nos iremos en cuanto el sol se eleve por encima de las montañas.

Apenas eran las cinco de la mañana, y el sol ni siquiera se había alzado en el cielo.

—¿Tan pronto? —preguntó Gaia, agachándose para abrir un cajón que quedaba abajo.

—Sí, tan pronto. Las puertas de Alejandría abren en una hora, y cuanto antes vayamos antes podremos ir a nuestro siguiente destino. —Le había comentado a Gaia que iban en busca de algo para acabar con el Gran Dragón Blanco, pero en ningún momento mencionó que iban en busca del bastón del legendario Rey Mono. Después de todo, Gaia tampoco se ofreció a preguntar mucho sobre el tema—. Creo que aún nos queda un largo viaje —dijo mirando a Tyr, a su lado.

—Mierda, ¿dónde cojones los habré dejado? —preguntó Gaia, cerrando de un golpe seco el cajón en el que estaba buscando para luego ponerse en pie—. Esto es increíble...

Tyr se acercó a Gaia, abriendo un cajón para mirar en él aunque no supiera qué estaba buscando.

—¿Qué es lo que has perdido ya? —preguntó.

—La otra noche os hice un amuleto a cada uno con la runa Irkar, pero ahora no lo encuentro.

—Qué bonito detalle —sonrió Tyr—, hacernos un amuleto con la Runa del Viaje Seguro.

—Tú nunca sabes dónde pones las cosas. —Se burló Jade en cambio, cruzándose de brazos—. Me acuerdo de una vez en la que perdiste tu espada y solo te diste cuenta cuando un par de enanos intentaron atacarte y quisiste echar mano de ella...

—Eso solo fue una vez —repuso Gaia, haciendo memoria de la incómoda situación—. Malditos enanos. Serán pequeños, pero tienen muy mal humor cuando están enfadados. Qué moretones me dejaron... —Se dijo a sí misma, llevándose una mano al costado derecho con expresión adolorida.

—¿Ah, sí? Porque también me acuerdo de cuando perdiste a Esperanza —dijo, cogiendo el puñal de los Distrang de su cinturón—. Menos mal que gracias a los dioses lo acabaste encontrando, porque si no mi padre te habría matado. Es el arma ancestral de la Casa Distrang, lo usamos cuando vamos a ser coronados, o cuando contraemos matrimonio. —Recordó mirando la hoja del puñal, volviendo a guardarlo por si acaso—. La verdad, no sé ni cómo puedes ser la mejor guerrera de este reino, o estar a cargo de tantos críos.

—Jade, sigues siendo la misma niña repelente y pejiguera que cuando eras pequeña —dijo cogiéndole la cara entre sus manos, apretándola mientras esbozaba una sonrisa sarcástica—. Qué asco que algunas cosas no cambien, ¿eh?

ALPHA || El hijo del dragón y la leyenda del rey mono [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora