Cuando aparecieron en la Fortaleza Esmeralda y Quinn vio a Tyr con la pierna desgarrada, el Oráculo de Tierra no tardó ni dos segundos en aparecer con Aevar cargando un maletín repleto de utensilios médicos, ungüentos y tarros para curar todas las dolencias existentes, pues él era el médico de la corte de Jade, un druida entrado en años, tuerto y con la barba larga, canoso, que vestía una túnica atada por un cinturón a rebosar de cientos de pequeños frascos llenos de todo tipo de brebajes curativos.
Tras una orden de Aevar para que llevasen a Tyr a su habitación para tratarle allí, Ringean y Niclas, como Comandante y Capitán de las Guardia de Hierro que protegía a los Distrang dentro de los muros de la Fortaleza Esmeralda, ayudaron a Einar a cargar con el joven, que sin saber cómo ponerse se dejó caer en la cama bocarriba con la pierna herida tiesa. Él intentaba hacerse el valiente apretando la mandíbula, pero de su boca seguían saliendo leves gemidos de dolor, en especial cuando Aevar fue a retirarle el vendaje improvisado que le había hecho Einar.
Al ver la carne de la pierna hecha jirones y la hemorragia aún sin detenerse, Aevar pidió a todo el mundo que saliera de la habitación. Y todos salieron, sí, menos Jade y Quinn, que permanecieron en la estancia para supervisar la curación y ayudar al anciano druida en lo fuera menester. A su vez, Ringean y Niclas se quedaron haciendo guardia en la puerta por si alguien quería entrar impedirle el paso.
En el pasillo que conectaba las habitaciones, Artemisia y el resto esperaron noticias sobre el estado de Tyr mientras se paseaban arriba y abajo, o sentados en los bancos de piedra que sobresalían de las paredes. Todos temían que pudiera perder la pierna, o que, en el peor de los casos, muriera desangrado.
Einar no dejaba de repetirse que el incidente con los tigres había sido culpa suya, por no estar más atento, y los demás no dejaban de consolarle diciendo que él no era culpable de nada.
Levantándose del banco en el que estaba sentado, Einar se marchó dejando al resto a sus espaldas, que pesarosos vieron sus pasos enfadados pisar con fuerza por el rústico suelo de tablas de madera oscura.
Nilsa hizo una mueca, y negando con la cabeza, decidió seguirle hasta los jardines, donde le abordó para intentar calmar su ira hacia sí mismo.
—¿No te hemos dicho ya que esto no es tu culpa? —le preguntó, intentando acercarse a él para colocar una mano sobre su hombro, pero Einar se apartó dando un generoso paso hacia atrás—. Los únicos culpables son los tigres.
—¡Y los Dioses! —gritó mirando al cielo—. ¡Estoy harto de sus designios!
—Einar, no empieces a blasfemar...
—¡Estoy seguro de que esto ha sido culpa del maldito bruto de Belicus! —siguió gritando, apuntando un dedo acusador hacia arriba—. ¡Siempre me ha odiado!
—¿Cómo te va a odiar el Dios de la Guerra? —Nilsa frunció el entrecejo, confusa.
Rechinando los dientes, apretando los puños y tomando aire por la nariz para luego soltarlo por la boca, Einar intentó calmarse. Aquel no era lugar para montar un espectáculo contra los Dioses, pues cientos de ojos entre guardias, doncellas de la corte, personal de mantenimiento de los jardines, músicos y Consejeros Reales se lo habían quedado mirado como si estuviera loco.
—¿Qué hubiera pasado si en vez de Tyr hubieran sido Lysagh o Daven los que hubieran resultado heridos, eh? —preguntó Einar, frustrado—. Seguro que no dirías lo mismo. Dirías que la culpa fue mía por no estar atento.
Nilsa agachó la mirada, y entonces decidió que aquel era el momento perfecto para poder hablar con Einar de algo que había estado meditando profundamente pero que hasta ahora no se había visto con la suficiente fuerza para decirle, porque eso significaría separar a Lysagh y a Daven de su vera.
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ALPHA || El hijo del dragón y la leyenda del rey mono [#2]
FantasíaEl concepto de paz es efímero, frágil hasta el punto de romperse con la más insignificante de las peleas. En un mundo en constante cambio, la paz suele durar pequeñas fracciones de tiempo que pasa ante los ojos de la gente cómo una ilusión óptica. U...