XII. Un collar de cuentas rojas.

213 32 5
                                    


Artemisia tuvo suerte de no caer en un río de lava cuando se vio en el Mundo Ancestral, esta vez en los Sectores de Fuego que le había abierto la llave Pyro. Allí se hallaba la Gente en Llamas, pues en aquellas vastas llanuras donde el fuego reinaba sobre cualquier otro elemento al igual que en la Tierra de los Volcanes, iban a parar la almas de aquellos condenados por sus malos actos en vida, obligados a arder por toda la eternidad. De hecho, tanto en los Sectores de Fuego como los de Oscuridad, gobernados por la diosa Nox, que Funis, el Dios de la Mala Muerte, había decidido castigar a los mezquinos fuera de sus propios territorios; los Campos de Plata, un lugar equivalente al Infierno para los humanos.

Y seguramente que era allí, donde habría ido a parar Sharim, el Dragón Traicionero.

En un primer momento, Artemisia dudó de haber cruzado ningún portal, pues los Sectores de Fuego se asemejaban idénticos a la Tierra de los Volcanes, aunque luego recordó lo que dijo Einar; que la Tierra de los Volcanes había sido creada por Ignis en el Mundo Mágico para que todos los mortales supieran cómo eran los Sectores de Fuego, donde él vivía rodeado de lava y cenizas.

Aunque cierto que eran prácticamente idénticas, había algo en los Sectores de Fuego que no se hallaba en cambio en la Tierra de los Volcanes, y era nada menos que una inmensa esfera candente y brillante como la última brasa de una hoguera situada en lo alto del cielo escarlata cubierto de nubes que lloraban ceniza. Aquella esfera, de hipnótica apariencia, se hallaba rodeada de piedras negras rectangulares que parecían protegerla, flotando a su alrededor como si la esfera candente fuera el astro rey y las piedras negras los planetas que orbitaban a su alrededor.

—Impresionante —alcanzó a susurrar Artemisia, alzando la cabeza para ver la esfera sobre su cabeza.

Aquello fue lo que más la impresionó en un primer momento, pues no prestó atención a lo que le deparaba el paisaje más adelante, y es que a medida que fue avanzando, siempre con la vista fija en la esfera, el suelo se iba agrietando un poco más, un poco más y otro poco más hasta que de no haber oído una voz que gritaba su nombre exigiéndole que se detuviera, Artemisia hubiera caído de lleno en una falla por la que corría un ambarino río de lava flanqueado por lejanas y puntiagudas montañas desprovistas de árboles con frondosas copas, o de arbustos llenos de bayas de todos los colores; en cambio, sobraba la vegetación muerta, ennegrecida como el carbón.

Artemisia tuvo el instinto de girarse para mirar quién la había llamado, pero solo se topó con unos brazos que la atraparon en un reconfortante abrazo.

Tras separarse, no pudo evitar alegrarse por quién se hallaba junto a ella.

—¡Sherezade! —exclamó, pues quien la había detenido de caer a las llamas había sido su antecesora—. ¿Qué haces aquí?

—De momento evitar que te calcines —bromeó la antigua Alpha—. Y a continuación, hacerte a ti la misma pregunta.

—Necesito hablar con Ignis —repuso Artemisia, directa—. El Gran Dragón Blanco ha vuelto, y solo puede ser vencido con el Báculo Dorado Cómo-Uno-Desee, pero el Rey Mono escondió muy bien su bastón, con unas pistas, y una de ellas se encuentra con Ignis.

—Así que Ryuta ha vuelto realmente... —Sherezade se estremeció—. Juro que deseaba que solo fueran habladurías de los fantasiosos de siempre. Pero resulta que es cierto...

—¿Aquí también se sabe?

—Ni los Dioses Elementales ni los Dioses Menores quieren hablar del tema, pero el rumor se ha extendido como las semillas de un diente de león arrastradas por el viento. Si es cierto que el Gran Dragón Blanco ha vuelto, no hay tiempo que perder. Ven, te guiaré hasta el palacio del Dios del Fuego.

ALPHA || El hijo del dragón y la leyenda del rey mono [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora