Unión

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No sabía con exactitud dónde estaba, parecía estar sumergido en agua pero podría respirar sin ningún problema aunque también había demasiada luz y por algún motivo tenía un hilo rojo amarrado a la muñeca. ¿Estaba cayendo o avanzando de alguna manera?

No lo sabía. Pero la imagen del cometa ahora se movía y lo llevó hasta otra imagen.

Una mujer rubia, se escuchaba el llanto de un bebé que estaba recostado justo a su lado tomando su dedo de manera adorable.

Tu nombre será Thomas —dijo sonriendo, pese a notarse cansada por las labores de parto.

Luego Dylan fue movido hasta otra imagen. La misma mujer de hace un montento con un hombre (que Dylan identificó al instante por los cambios) y entre ellos un pequeño niño de cabellos dorados. Todos sonreían de manera discreta y elegante, sin quitarle lo sincera; además de que sus atuendos lucían muy elegantes. Rápidamente esa imagen cambió a una de la misma familia caminando por un verde campo mientras los padres tomaban de ambas manos al pequeño.

Ustedes dos son mis tesoros —escuchó decir al hombre.

Otro cambio. Las mismas tres personas, ahora dentro de una casa, el hombre acariciaba el cabello de su hijo mientras éste abrazaba el vientre abultado de su madre.

Vas a ser hermano mayor —dijo ella.

Ahora ya no aparecieron de inmediato la imagen de un grupo de personas, primero había un dibujo, claramente realizado por un niño, que tenía escrito tres palabras: Recupérate pronto, mamá.

Después la familia estaba de vuelta, ahora con otro niño rubio más pequeño y la mujer en una cama de hospital con expresión cansada y apenada en el rostro. El padre cargaba al niño más pequeño, quien parecía no comprender lo que pasaba, Dylan podía ver la pulsera de hilos en la muñeca de Thomas.

Lo siento mucho, mis niños —susurró la mujer con la voz ligeramente quebrada.

Otro cambio. Ahora el hombre cargaba una caja blanca decorada bellamente con relieve y lazos, atrás de él venía una procesión, entre ellos sus dos hijos, la madre de su difunta esposa.

Papi, ¿cuándo vendrá mami a casa? —preguntó la inocente voz de Sam.

Luego el padre estaba en casa de rodillas, una mano en su frente mientras su espalda se encorvaba. Lucía dolido, destrozado. Sus hijos lo miraban desde el umbral de la puerta.

¡No pude ayudarla! —se lamentó.

Ahora la abuela hablaba con él, pero aquel hombre ahora tenía rasgos demasiado rígidos.

¡Tienes que recobrarte! —le dijo la anciana.

¿Qué importa el altar? —respondió con rudeza.

¡Pero ahora tú estás a cargo! —reclamó.

Como la puerta estaba abierta y el pequeño Thomas estaba escondido a lado de ella, lograba escuchar cada palabra. Pese a ser joven, se imaginaba que aquella discusión no podía terminar en nada bueno.

Amaba a mi esposa, no al maldito altar.

¡Vete de aquí! —gritó la abuela mientras las piernas de Thomas cedían y terminaba sentado en el suelo, hecho bolita, cubriendo sus oídos, deseando más que nunca que su madre estuviera ahí.

Ahora Thomas y Sam, tomados de la mano, veían como su padre se iba solo con una mochila consigo, dejándolos atrás. Sam quiso alcanzarlo, pero no tenía caso.

Después, ambos niños estaban sentados con su abuela dentro de la sala donde Dylan alguna vez intentó trenzar hilos.

Escuchen, niños, a partir de hoy van a vivir con la abuela —les dijo.

Your name (Dylmas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora